El tópico de la isla tiene una larga tradición en la literatura. La chilena Daniela Catrileo (Santiago, 1987) lo revisita en Chilco, su última novela. Mientras trabaja en el archivo histórico de la Ciudad Capital –la novela no hace referencias explícitas a países– Mari, la narradora, conoce y se enamora de Pascale quien le cuenta sobre Chilco, la isla en la que creció. Una porción de tierra que supo resistir a la conquista española, “un destino inevitable, un paisaje repleto de blanco bruma, fucsia silvestre y abismo azul, donde cada sonido es también una galaxia.”

La novela cuenta una tragedia y un viaje. En la Capital empiezan a aparecer una suerte de zanjas que hacen que los edificios se desmoronen. Aunque el gobierno afirme que es un desastre ecológico, se trata de algo orquestado por la especulación inmobiliaria. Rápidamente se redistribuye a la gente que comienza a vivir hacinada o en carpas, mientras los empresarios cobran seguros millonarios. Y en esa pareja que conforman Mari y Pascale, la idea de volver a Chilco cobra fuerza. Mapuche lafkenche, hace rato que Pascale quiere volver. Mari, que tiene una abuela quechua, migrante, y una madre que la crio sola, lo sigue. Como ese tiempo ritual del que habla Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950), aquí el tiempo es circular: la novela comienza con Mari ya en Chilco, en una casa derruida, cuyas paredes están impregnadas de un olor que no la deja respirar.

Catrileo construye un mapa poético y político. Ya lo había hecho en el premiado Piñen (2019) su anterior libro de cuentos, donde seguía a los personajes por diferentes barrios de Santiago. Como Natalia Ginzburg en Léxico familiar (1963), exploraba allí la identidad lingüística de una familia. Acá la escala es mayor: el territorio andino. Pascale le muestra cómo el aymara y el mapdungun coinciden en la palabra “pez”. Esa es la verdadera isla, la verdadera utopía: una lengua común, híbrida, múltiple y poética, opuesta a la lengua del que oprime, personificado, por ejemplo, en el director de escuela que le dice a la narradora: “No todas las estudiantes que provienen de sus barrios, digamos… de su origen se empeñan demasiado en surgir.”

“¿Cómo suenan mis palabras para los otros?, ¿qué resto andino queda en mi voz?”, se pregunta Mari. Catrileo ofrece la maravilla de esta respuesta: una novela que mezcla el quechua, el aymara, el mapdungun y esos matices del español chileno que lo hacen tan musical. Los lectores no podrán dejar de fascinarse –por los riesgos narrativos que asume, por la belleza de las imágenes, por la soledad que dibuja– y se harán eco de la pregunta que se formula la narradora cuando conoce a Pascale: “¿Cómo no conmoverme ante alguien que lleva consigo todo un territorio?”.

Chilco

Por Daniela Catrileo

Seix Barral

256 páginas, $ 19.990

 

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