La película Oppenheimer, de Christopher Nolan, galardonada con siete premios Oscar, tuvo una enorme repercusión y contribuyó a la difusión de uno de los proyectos más controvertidos y de enormes consecuencias para la humanidad. Sin embargo, solo mostró algunos aspectos relacionados con el rol de Oppenheimer como “padre de la bomba atómica”. Si bien evidencia las enormes dudas y conflictos que lo asediaron, soslaya el enorme sufrimiento del pueblo japonés, en particular, de los hibakusha (los sobrevivientes a las bombas de Nagasaki e Hiroshima). Tampoco hace alusión a la renuncia por cuestiones éticas al Proyecto Manhattan del físico Jo Rotblat, omitiendo una de las posturas más firmes en contra de la concreción de la fabricación de la bomba nuclear y que le mereció el Nobel de la Paz en 1995.

Apenas explotó la primera bomba atómica, el 16 de julio de 1945 en el ensayo nuclear en el desierto de Alamogordo en Nuevo México, Estados Unidos, Robert Oppenheimer, director del laboratorio de Los Álamos del Proyecto Manhattan, recitó una línea del Bhagavad Gita: “Ahora me volví la muerte, el destructor de mundos”. En ese momento la humanidad estaba siendo testigo de la creación del arma de destrucción más poderosa jamás fabricada. A partir de entonces se iniciaría una carrera frenética por parte de varios países, principalmente Rusia, China, el Reino Unido y Francia, y más tarde por Israel, la India, Pakistán y Corea del Norte, para armarse con estas armas de destrucción indiscriminada. Hoy hay unas 13.000 bombas nucleares en el mundo, siendo EE.UU. y Rusia los países poseedores de la mayor cantidad, con unas 5300 y 5400 bombas, respectivamente. La humanidad ha logrado el poder de destruirse completamente. Aun la explosión de solo algunas pocas bombas tendría consecuencias humanitarias y climáticas irreversibles y sin precedente.

El Proyecto Manhattan comenzó en octubre de 1941 por decisión del entonces presidente estadounidense Franklin Roosevelt, que pensaba que los nazis podrían estar desarrollando una bomba atómica y fue alertado por una carta que recibió de Albert Einstein. Lejos de tener fines meramente disuasivos, y por decisión del presidente estadounidense Truman, sucesor de Roosevelt después de su repentina muerte, en abril de 1945, dos de las bombas fabricadas en EE.UU. fueron lanzadas sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki en Japón, el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente (menos de cuatro años desde el comienzo del Proyecto Manhattan), y mataron a alrededor de 200.000 personas. El ataque nuclear fue realizado cuando la Segunda Guerra Mundial estaba llegando a su fin y la Alemania nazi se había rendido oficialmente el 8 de mayo, tres meses antes. También Japón estaba dispuesto a rendirse, aunque no incondicionalmente. Si bien la justificación oficial era evitar más muertes, poniendo fin a la guerra en forma abrupta, otras fuentes aseguran que las bombas fueron lanzadas con el fin de intimidar a Rusia con el poderío estadounidense. En todo caso, fue un ataque indiscriminado a la población civil, sin precedente.

Hubo al menos tres momentos en los que se podría haber frenado la construcción de la bomba y una escalada nuclear. El primero fue antes de la primera prueba nuclear, en el verano boreal de 1955, cuando un grupo de científicos involucrados en el Proyecto Manhattan, liderados por Eugene Rabinovich, James Franck y Leo Szilard, escribieron una carta al presidente Truman para alertar sobre la imposibilidad de mantener el secreto de la bomba por mucho tiempo y expresar su preocupación sobre la posibilidad de una escalada armamentista. Este informe fue desestimado por los asesores de Truman, lo que llevó a la creación de la publicación The Bulletin of the Atomic Scientists. El primer presidente del comité de sponsors de esta importante publicación fue Robert Oppenheimer. El Bulletin creó el Reloj del Día Final (Doomsday Clock), un símbolo que representa la probabilidad de una catástrofe global provocada por el ser humano. Desde el 24 de enero de 2023, a raíz del aumento de las tensiones entre Rusia y Ucrania, y de la aceleración del cambio climático, el reloj está más cerca que nunca de la hora de una catástrofe mundial: faltan solo 90 segundos para la medianoche.

El segundo momento en el que se podría haber tomado la decisión de no continuar con la fabricación de la bomba atómica fue cuando, en pleno desarrollo del Proyecto Manhattan, en 1944, estaba claro que Hitler no lograría fabricar la bomba. Joseph Rotblat, físico de origen polaco que estaba trabajando para el Proyecto Manhattan, afirmó que el general Groves, director del proyecto, les había comunicado que el nuevo objetivo era dominar a la URSS, y que el proyecto continuaría. Decidió, entonces, renunciar al Proyecto Manhattan, y fue el único en hacerlo por cuestiones morales. Desde entonces se dedicó activamente a frenar la carrera armamentista y al desarme nuclear, y fue uno de los signatarios del Manifiesto de Russell y Einstein, y uno de los fundadores de las Conferencias Pugwash para Ciencia y Asuntos Mundiales, institución galardonada con el Nobel de la Paz en 1995.

La tercera oportunidad en la que se podría haber frenado la escalada atómica fue en 1949, cuando EE.UU. tomó la decisión de fabricar una bomba termonuclear de hidrógeno con el fin de aumentar unas 1000 veces la capacidad destructiva de la bomba lanzada sobre Hiroshima. Como presidente de la comisión asesora general de la Comisión de Energía Atómica de EE.UU., Oppenheimer se opuso a la fabricación de esta superbomba, como era conocida. ¿Era realmente necesario aumentar el poder destructivo que ya poseían, sin reflexionar sobre las consecuencias en el nivel global? La URSS ya estaba desarrollando sus propias armas nucleares. Ese era el momento para lograr un acuerdo para evitar la escalada nuclear. Fue una oportunidad perdida.

Con el fin de frenar la escalada en la fabricación de armas nucleares en otros países, como estaba sucediendo, se lograron algunos acuerdos internacionales importantes. La Argentina ha firmado los tratados internacionales más importantes en este sentido, incluidos el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), el Tratado de Tlatelolco (América Latina y el Caribe libres de armas nucleares) y el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (CTBT), además del acuerdo con Brasil sobre control y verificación mutuo para el desarrollo pacífico de la energía nuclear, el Abacc, un acuerdo ejemplar en el nivel internacional. Sin embargo, cabe aclarar que somos el único país de América Latina que no ha firmado aún el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, un compromiso pendiente. Sin embargo, en el nivel internacional nos aproximamos a un abismo en materia de acuerdos nucleares, dado que el acuerdo New START entre EE.UU. y Rusia expira en 2026 y actualmente no hay conversaciones sobre su prolongación ni otros tratados de limitación o reducción.

En estos tiempos en los que nos encontramos frente a una nueva escalada armamentista, nuclear en particular, es importante reflexionar sobre cómo se podría haber evitado llegar a la situación actual y qué lecciones hemos aprendido. Esto nos servirá para disminuir y eventualmente eliminar la enorme espada de Damocles que amenaza a la humanidad y a nuestro hábitat. Oppenheimer nos volvió a abrir los ojos frente al “destructor de los mundos”. Ahora necesitamos una película sobre cómo enfrentarlo.

Dra. en Física; presidenta del consejo directivo de las Conferencias Pugwash para Ciencia y Asuntos Mundiales

 

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