Una querida amiga se asombró el otro día cuando le dije que el periodismo tiene un manual de procedimientos. Tuve que aclararle dos cosas. Primero, que sí, los grandes diarios tienen su manual de estilo, que no solo explica cómo usar bien el lenguaje, sino también las reglas del oficio. Entre otras, que los datos se verifican. Segundo, que el periodismo es tan antiguo (un poco más de 400 años, si contamos desde la aparición del primer diario impreso) que el manual de procedimientos es bien conocido por los que ejercemos esta profesión. Te enterás de algo, lo verificás, lo das a conocer. (Por supuesto, y aunque casi seguramente es innecesario aclararlo, la verificación es la parte más peliaguda de esta receta de aspecto lineal; y darlo a conocer puede resultar peligroso, como saben muchos de mis colegas. Pero el procedimiento es ese: te enterás, lo verificás, lo das a conocer.)

En parte por el esfuerzo de los totalitarismos (y de los populismos con aspiraciones totalitarias), que han hecho lo imposible por desacreditarnos, en parte por el megáfono de las redes sociales, que tiende a amplificar selectiva y arbitrariamente, este hábito de chequear ha caído también en desuso. Hace tiempo que oigo, con cierta alarma, que figuras encumbradas, esas que deben dar el ejemplo, recurren al “dicen que”. Pero todo puede empeorar. Ahora empezó a instalarse el “dicen que dicen”. Primero se perdió el chequear. Luego el qué dirán ocupó el lugar del testimonio. Y ahora ni siquiera nos queda el acceso indirecto a la fuente. No nos queda nada.

 

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