“Todo por nuestras hijas”, se dijeron Matías Bevilacqua y Samanta Silvero, mientras la esperanza, la alegría, la tristeza y el enojo convivían en su alma. Por aquellos días, tocaba despedirse de General Rodríguez, su lugar en Buenos Aires, para volver a empezar en otro punto del planeta. Habían decidido decirle adiós a la Argentina para ir tras la búsqueda de un futuro en el que ellos, padres de una niña que por entonces tenía 7 y una adolescente de 15 años, no tuvieran que vivir con el corazón en la garganta y preocupados por las consecuencias de una sociedad que veían caer en las sombras, día a día.

Así como algunas personas se iban para conquistar un sueño, vivir una aventura o no dejar morir un amor, Matías y Samanta sentían que lo suyo se trataba de un exilio: “Nos fuimos por la situación sociopolítica, queríamos darle otras oportunidades a nuestras hijas”, asegura Matías hoy.

Su historia, tal vez, se parezca a la de muchos, pero hubo algo en el camino de su volver a empezar que llamó la atención de su entorno: el destino, sin dudas inesperado. Como tantos otros que luchan por emigrar, habían logrado conquistar la ciudadanía italiana (gracias al esfuerzo de Samanta), que luego traspasaron a sus hijas. De inmediato, pusieron en marcha una búsqueda de empleo incansable en países de habla hispana o inglesa, sin embargo, la oportunidad concreta emergió en un rincón del mundo singular: el Gran Ducado de Luxemburgo, una monarquía sin rey, pero con un duque.

Con una sólida experiencia en empresas multinacionales y un inglés bilingüe, Matías primero dejó Argentina solo, en octubre de 2022, no querían cortar el año escolar de las niñas, que permanecieron en Argentina hasta diciembre junto a su madre.

Y así, sin mucha más idea que aquello que había hallado en internet, llegó al pequeño país de poco más de 600 mil habitantes con el corazón acelerado y las emociones alborotadas.

Llegar preparado, subirse a transportes gratis y acostumbrarse a un silencio extremo: “Acá no tenemos al DJ del barrio”

En su nuevo hogar, Matías descubrió que él estaba lejos de ser el único extranjero. ¡Casi el cincuenta porciento lo era!, en especial portugueses, y no todos hablaban alguno de los tres idiomas oficiales: francés, luxemburgués o alemán.

Pasados los primeros días cargados de adrenalina, el argentino agradeció su dominio de inglés: “Para venir acá, si no tenés alguno de los idiomas oficiales, tenés que hablar inglés muy bien, no sirve que sea al tun tun”, aclara.

Fue esta ventaja la que le permitió menguar sus temores y dejarse conquistar por las nuevas postales. Hubo costumbres culturales, sin embargo, que tuvieron un impacto mayor al esperado, en especial el profundo amor de aquella sociedad por el silencio: “Se respeta mucho la tranquilidad, acá no tenemos al DJ del barrio que musicaliza toda la manzana, eso está prohibido; no hay motos haciendo ruido, se respeta mucho el verde y los espacios públicos, hay una limpieza superior, es ciertamente sorprendente”, describe.

“Debo aceptar que me costó adaptarme a la vida social nocturna, que es casi nula, todo en la semana termina tipo 19 o 20. Por otro lado, a un restaurante hay que ir con reserva, todo tiene que estar resuelto con anticipación y los domingos es impresionante, no vuela ni una mosca, se respeta el derecho al descanso. Todo esto impacta mucho en la vida social y cultural, entonces es clave planificar mucho”.

“Lo que es sorprendente es que los transportes acá son gratis (colectivo, tram y tren). Gratis entre comillas, claro, se pagan con los impuestos. ¡Pero para el turista es gratis totalmente! Se implementó hace casi tres años y es espectacular. Para mí fue un shock subirme y ni tener que decir a dónde voy”.

Saber a qué se vino y cuidarse las espaldas: “No vinimos a la aventura”

Las tres mujeres de su familia arribaron y nuevas emociones atravesaron a la familia Bevilacqua en el camino de adaptación a una cultura muy lejana a la que habían dejado atrás. Las estaciones pasaron, los paisajes brindaron su espectáculo único, en especial en otoño con sus colores conmovedores, y siempre acompañados por los típicos cuervos del cielo de Luxemburgo.

Cierta vez, entre tanta prolijidad, Matías quedó asombrado al ver de pronto los jardines con el césped crecido por demás. Amante de la jardinería, se extraño ante la aparente desprolijidad en los bulevares y su instinto fue intervenir, hasta que supo que allí, en su país adoptivo, había reglas estrictas que no permitían los cortes de césped en cualquier momento del año, para incentivar la polinización de las abejas.

Con el tiempo, las relaciones sociales comenzaron a florecer y la multiculturalidad se hizo evidente. La mujer de Matías, quien había logrado entablar nuevos lazos, convocó una tarde a un grupo de mujeres, entre las que había una mexicana, una finlandesa, una venezolana, una italiana y una española: “Esto es raro y enriquecedor al mismo tiempo. En el cumpleaños de mi hija menor también había de todo y más todavía y le cantaron el feliz cumpleaños en varios idiomas. Ver otras culturas, escuchar otras experiencias, es invaluable”.

“Por otro lado, acá los expats sabemos de dónde venimos y a qué venimos, nos cubrimos las espaldas”, continúa Matías, quien en Luxemburgo fue convocado para trabajar en una consultora importante, con foco en uno de sus clientes, un banco europeo. “La condición como familia era emigrar sí o sí alguno de los dos con trabajo -ella o yo-, no íbamos a venir a la aventura, por nuestras hijas, solos es distinto, pero con hijos no podíamos arriesgar. En Argentina, ambos teníamos buenos trabajos y estudios. Acá hay que llegar preparado, aparte es caro. Mi esposa, por suerte, consiguió trabajo en un banco apenas llegó”.

Adaptarse al colegio: “La base con la que venía en Argentina era pobre”

Para las niñas, la mitad del año escolar ya había empezado cuando arribaron en diciembre. Todos sabían que no iba a ser sencillo. A las dos semanas de su llegada, las chicas no solo debieron adaptarse a una nueva forma de educación, sino que tuvieron que atravesar el proceso emocional: los amigos de la vida habían quedado atrás y otras caras en otro idioma debían transformarse en la nueva normalidad.

Entre las consecuencias, sabían que repetir el año era un camino posible y así lo hizo la más grande, tras comprobar que los contenidos educativos eran otros, así como los focos y las exigencias: “Acá se pone énfasis en Matemática, Física y Química y, sencillamente, en Argentina en ese aspecto y para la misma edad, estaban muy atrás”, explica Matías. “Tanto que tuvimos que poner profesor particular. La base con la que venía en Argentina era pobre, a pesar de que asistía a lo que se considera uno de los mejores colegios. Por suerte, ya tiene amigos y sale los fines de semana, para ella, que ahora tiene 16, sí hay fiestas que duran hasta la 1 o 2 de la mañana”.

“Ellas van a un colegio que es bilingüe en inglés. Están los colegios de currícula luxemburguesa, los de francés, los de alemán y otros que son directamente europeos. En el inglés, donde van mis hijas, también se enseña francés, italiano y luxemburgués, entre otros idiomas. El colegio nos ayuda mucho a la calidad humana, nos ayuda a integrarnos, y las vemos felices, entonces estamos felices. La jornada es variable, dura hasta las 14:30 y puede extenderse hasta las 16, y después se quedan a actividades extracurriculares, donde hay salón de arte, construcción, lectura, música, juegos libres”.

“La calidad humana podríamos decir que es más fría, salvo que en realidad no se puede decir, porque este país es multicultural, no es anglosajón puro. Por otro lado está en uno buscar, acercarse”, reflexiona Matías. “Lo que es seguro es que la calidad de vida acá es superior. Digamos que acá suele ser: país de primer mundo, problemas de primer mundo”.

Por y para los hijos: “Es normal que ahora no lo vean, pero más adelante se van a dar cuenta”

Dos años pasaron desde que, junto a su familia, Matías dejó Argentina. Tal vez, al tratarse de un exilio por la situación sociopolítica, la añoranza a ciertas cosas como las costumbres horarias y las comidas, es mayor. Allí, en Luxemburgo, debieron acostumbrarse a los días interminables de verano y a los que duran un suspiro en invierno; a que el sol es un bien que escasea, pero es compensado por un verde maravilloso; al hecho de que no eligieron un país donde los productos argentinos se hallan fácilmente, por lo que es esencial abastecerse de ellos de vez en cuando.

Sin embargo, a pesar de todo lo que a veces tanto cuesta, Matías y Samanta reafirman y celebran una y otra vez su decisión: “Se trata de reeducarse, reeducarse con la comida, los horarios, los silencios. Aprender a ser más consciente con lo ecológico, a manejar un auto eléctrico, a reciclar la basura con sus tantas reglas, a buscar la manera de cocinar la carne -porque acá es muy distinta- para que salga tierna”.

“La verdad es que estamos extremadamente conformes con la decisión que tomamos. Cabe destacar que nos preparamos mucho para esta movida y que ciertamente tuvimos tal vez un poco de suerte con el colegio, que rechaza 8 mil postulaciones por año y nosotros fuimos aceptados. Encontrar vivienda acá es una odisea, te piden muchos requisitos y se dan el lujo de rechazar mucho, porque hay mucha demanda. Y nosotros, por suerte, conseguimos un departamento espacioso en un paraje hermoso”.

“Dejar la familia y los amigos allá fue duro. En Argentina dejé la pesca con mi viejo, el fútbol y el tenis con él, dejé a mi hermano de la vida, Nicolás, con quien nos conocemos desde los cinco años, se deja mucho, pero cuando uno tiene hijos todo es distinto, se vive por y para los hijos. Si hay una oportunidad uno la va a tomar, se va a sacrificar por ellos. Acá encontramos lo que venimos a buscar: tranquilidad, educación, desarrollo profesional, posibilidad de capacitarnos, pero, sobre todo, un mejor futuro para nuestras hijas. Es normal que ellas tal vez ahora no lo vean, pero más adelante se van a dar cuenta”, concluye.

*

Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

 

Facebook Comments