“En el 2020, cuando arrancó la pandemia, toqué fondo. La ansiedad, la incertidumbre, la angustia por no poder hacer lo que deseaba hacer ese año. Empecé a compensar con entrenamiento lo que comía, a realizar ayunos muy largos. Pagaba a dos entrenadores, comencé a bajar muchísimo de peso y así y todo seguía viendo que no era suficiente. Cuando me miraba no veía los cambios, me acuerdo que iba una vez por semana a la farmacia a pesarme, observando atentamente como esa aguja bajaba y bajaba. Los de afuera me felicitaban por bajar de peso, lo cual acentuaba aún más el trastorno de la conducta alimentaria (TCA).

Cuando Mailen Colucci dice que tocó fondo se refiere a que ya no disfrutaba de nada. A la hora de una reunión familiar, por ejemplo, se llevaba un tupper con otra comida, tampoco sentía placer al tomar mate con amigas, vivía con mucha irritación y cualquier cosa que le decían en ese momento era motivo de enojo.

“El clic fue cercano a fin de ese año, cuando vi que no podía dejar de pensar en cómo iba a compensar algo que comiera. Sentía que tenía un excel en la cabeza de cuán estructurado iba a ser el día, en ese momento me di cuenta que algo no estaba bien”.

La primera dieta antes de llegar a la comunión

Sin embargo, la compleja relación con la comida empezó cuando Mailen tenía ocho años, momento en que sus padres la llevaron a una nutricionista que le indicó una dieta “totalmente restrictiva” para llegar con el mejor peso a la comunión.

“En mi familia el pensamiento que predominaba era la figura física como primordial. Aquella dieta se basaba en no comer harinas, quizá algún turrón que me llevaba al colegio. Me acuerdo de tomar un vaso de gaseosa para saciarme más y así comer menos”, dice. Y añade: “Cuando realizo una retrospectiva hacia ese momento, tengo muy borrosa esa experiencia de chica, pero sí la sensación de querer hacer todo estrictamente estructurado, fue algo que hizo mucha resonancia de más grande, el perfeccionismo”.

La figura de princesa de los 15

“Con el paso de los años el objetivo de adelgazar se cambió y fue ir por esa figura de princesa de los 15 años. Claro que llegué, pero bajo restricciones de muchos alimentos”.

La meta de llegar al peso deseado era suyo, dice, ya que durante muchos años se vivió comparando con cuerpos ajenos. “La sensación era de querer llegar o llegar y que tenía que salir todo perfecto. Disfruté mucho de esa fiesta, mismo de todo lo que fue la previa, pero a los pocos días tuve una recaída y comencé poco a poco a aumentar de peso. Me sentía muy ansiosa y empezaron los atracones. Eran esporádicos, pero estaban. Me sentía mal, al momento de hacerlo era un alivio, pero después buscaba muchas respuestas que no tenía en ese momento de por qué lo hacía”.

“Las pastillas se volvieron un método compensatorio a los atracones”

A los 20 años Mailen fue a una endocrinóloga, preocupada por su peso (72 kilos) y la doctora la medicó con unas pastillas que se le suelen indicar a las personas con diabetes tipo II. “Me descomponían a tal punto de tener nauseas luego de comer. Inconscientemente, las pastillas se volvieron un método compensatorio a los atracones, sabía que estaban allí al final de cada día”.

Para esa misma época comenzó a estudiar para ser guardavidas, una profesión que eligió a raíz de su pasión por la natación, deporte que practicaba desde que era chica. Además, esta decisión tuvo mucho que ver con su parte humanitaria de querer ayudar y salvar vidas.

Al principio, trabajó en algunas piletas en la que se sintió muy a gusto y en 2019 decidió ir a trabajar a España. Vivía con otros siete guardavidas en Vilanova i la Geltrú, un pueblito que pertenece a Barcelona. “Los atracones no se manifestaban tan seguido, estaba con la mente ocupada en aprender cosas nuevas y en conocer también”.

La decisión de empezar a sanar

Para finales de 2020 cuando sintió que su enfermedad cada vez se metía más en su vida, tanto que casi no podía pensar en otra cosa, Mailen hizo clic y empezó terapia con una psicóloga especializada en TCA que trabaja en equipo con una nutricionista; Se acercó a ella ya que se sintió muy identificada con mucho de lo que la profesional compartía en su perfil de Instagram.

“Fui sanando a medida que fui encontrando el problema de origen cuando comencé a realizar retrospectivas de mi vida y fui sacando capas como de una cebolla. El TCA venía de mucho más atrás, antes no se le ponía nombre, no había la información que hay hoy en día”.

“El número de una balanza no define nuestros valores”

Mailen, que actualmente tiene 27 años y continúa trabajando como guardavidas en España, recuerda una y otra vez una anécdota que comparte con su nutricionista. “Cuando comencé el tratamiento dejé de pesarme todas las semanas, pero después de algunos meses, ella me pidió que me hiciera el control del peso. Me acuerdo que ese día no dejé de pensar en que tenía que ir a pesarme y en cómo me sentiría después. Fui a la farmacia, me pesé y me di cuenta que claramente estaba todo en mi cabeza, ese número no decía nada. A la tarde tuve la consulta y cuando le comenté lo que había experimentado horas atrás, me dijo: ´Viste que no pasó nada, ese número no te define´. Y cuánta razón tuvo y tiene. El número de una balanza no define nuestros valores”.

Mailen dice que a partir de que inició el tratamiento empezó a disfrutar de lo que come sin estar pensando en cómo poder compensarlo. A realizar actividad física desde el disfrute y no desde la autoexigencia de un cuerpo homogéneo.

“Hoy en día aprendí a alimentarme y a entender que no se puede comer todos los días lo mismo, me liberé bastante de esa estructura que llevaba que si no comía en el desayuno tostadas todo estaba mal. Si me apetece merendar un alfajor con un café con leche, va a estar bien también y lo disfruto.

¿Qué cosas cambiaron en vos a partir del tratamiento?

La comida pasó a un segundo plano. Hoy disfruto viajando, trabajando lejos de casa y entendiendo que mi cuerpo me llevó a muchos lugares que si no hubiera estado sano no lo hubiera podido hacer.

¿Qué otras enseñanzas te dejo todo lo vivido?

No opinar del cuerpo ajeno está entre las primeras cosas aprendidas, no sabemos las situaciones por la cual está pasando la otra persona. También a que el peso varía durante el día, aprendí a disfrutar de las comidas y entender que forman parte de lo social del ser humano. Además, de lo importante que es y que fue tener un equipo interdisciplinario y sobre todo no abandonar.

¿Qué le dirías a esa niña de ocho años que hacía una dieta restrictiva?

Que no se preocupe por lo que piensan los demás sobre lo que tiene puesto, que disfrute de su niñez, de hacer lo que le guste y que no piense en la forma de su cuerpo o el número que le devuelve la balanza.

Un mensaje para quienes sufren algún tipo de TCA

“Les diría que no duden en pedir ayuda. Que lo hablen con alguien que les de confianza, que busquen profesionales especializados en el tema y que no tengan vergüenza en hablarlo. Muchas veces, una cree que le pasa a una sola y no es así. Puedo asegurarles que hay una nueva vida luego del proceso. Aunque muchas veces es largo el camino de sanar, poco a poco se va viendo la luz al final de todo un proceso largo”.

 

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