En la primera etapa de Joan Laporta como presidente del FC Barcelona le dimitieron 13 directivos en dos tandas diferentes. En una primera, en el 2005, Sandro Rosell, Josep María Bartomeu, Jordi Moix y Jordi Monés. Unos meses más tarde lo hizo Javier Faus. Tres años después, presentaron la dimisión 8 de los directivos que quedaban en la junta directiva. Laporta se quedó entonces con tan solo diez. Así que tuvo que nombrar a 4 para cumplir con los estatutos del club. La temporada después ganaron el sextete. Digo esto porque si algo no le asusta a Laporta son las dimisiones. Es más, pienso que anoche celebró la salida de Romeu. Ni Jaume Giró, que dimitió antes de entrar, ni Jordi Llauradó, que lo hizo hace unos meses después, ni ahora Romeu, son de los suyos. Ninguno era de su núcleo duro. Así que poco o nada le inquieta esta última dimisión.

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Otra cosa es que ayer interpretarán un sketch en el que, a priori, todas las partes quedaban felices tras la salida del vicepresidente económico. Romeu se va por la puerta grande mientras que el presidente recibe elogios del directivo saliente. A priori, el gag cumple con el objetivo previsto, pero deja muchas incógnitas.

A Romeu, por ejemplo, se le escapó decir que Laporta se quedaba con su ‘guardia pretoriana’. Se refería a ese núcleo duro con quien gobierna el club. En el fondo, sin querer decirlo, Romeu reconoció que ahora en el Barça solo manda Laporta y quien le obedece. Desde que cesó en su cargo Ferran Reverter, Laporta asumió, además de la presidencia, la dirección general y ahora la vicepresidencia económica. O sea, que, a más fuga de directivos y ejecutivos, más cargos, reuniones y viajes para Laporta. Eso sí, según el propio presidente, el club va muy bien. O nos lo explica mejor o cuesta de entender.

 

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