El FC Barcelona es probablemente el club con una mayor rotación de personal en la alta dirección. Tanto en clubes grandes, como en pequeños. En 2021 se liquidó prácticamente toda la primera línea ejecutiva para instaurar una nueva más alineada con el presidente, Joan Laporta, y el entonces flamante CEO, Ferran Reverter. De aquel nuevo núcleo duro han salido varias figuras clave que llegaban con una trayectoria profesional relevante y en posiciones clave en el negocio. Hablamos de direcciones como la corporativa, la de ingresos, la del Espai Barça o la de fútbol.

En ocasiones, con el problema añadido de que no ha habido reemplazo y se ha optado por la redistribución de funciones a nivel interno. Hoy el club sigue sin director para Barça Studios tras la salida de Paco Latorre, pese a que es la pieza angular del proyecto de salida a Bolsa. Tampoco hay un director para el Espai Barça, tras la marcha de Ramón Ramírez. Ni en la dirección corporativa, tras la dimisión de Maribel Meléndez dos semanas antes de que también plegara velas el vicepresidente económico, Eduard Romeu. Él tampoco tendrá sustituto.

Desde hoy, la gestión del club queda aún más en manos del propio Laporta y quien ha ejercido de primer ejecutivo en la sombra desde la salida de Reverter, que no es otro que el tesorero de la junta, Ferran Olivé. Son las dos personas que más directamente han definido los últimos pasos, incluidos los de avalar con patrimonio propio para poder continuar inscribiendo futbolistas. Un giro en el modelo que se apuntaba en 2021 con las primeras decisiones: por un lado, clara separación de poderes entre lo que debía ser la dirección ejecutiva y el rol que debería tener una junta; por el otro, priorización de la recuperación económica por delante de la deportiva.

Las salidas del último mes, por más que se presenten en un escenario de normalidad y de razones personales, evidencian que algo falla en el plan. Romeu decía en octubre que el presupuesto estaba asegurado en un 95%, pero LaLiga recortó en enero el límite salarial en unos 60 millones, evidenciando que tan garantizado no estaba el plan. La operación de Barça Media no acaba de resolverse y al impago de 40 millones de 2023 se añade un nuevo vencimiento de 30 millones el próximo 15 de junio. Los ingresos por matchday en Montjuïc no están siendo los esperados y en el plano comercial aún faltaría sellar algún nuevo patrocinio para cumplir objetivos.

Todo apunta a un nuevo verano complicado y la sensación de que, si no hay salida de jugadores importantes, el club volverá a la casilla de salida de 2021: necesidad de recortar. Uno se queda con la sensación de que la verdadera apretada de cinturón debería haber sido hace tres años, aprovechando que la masa social estaba más predispuesta a ese “sangre, sudor y lágrimas”. Ahora, pocos entenderán que, vendidos activos por 800 millones de euros y se ha renunciado a 40 millones anuales por televisión en 25 años, se sostenga que hay que hacer nuevos sacrificios.

Pero habrá que hacerlos y, en una muestra de madurez, sería de agradecer que el fan acepte que un título ayer, hoy y mañana vale menos que cualquier decisión que preserve la viabilidad futura de la institución. Porque al loro, que no estamos tan mal como para hablar de quiebras o rescates, pero tampoco tan bien como para hacer como si no pasara nada.

 

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