El desarrollo de la vida en el planeta es una cuestión de puro azar y suerte. Y es que son tantos los procesos que, combinados, consiguen dar al planeta las características idóneas para la existencia de las especies que parece que a veces se nos olvida. Desde el tipo de gases que combinan la atmósfera y sus cantidades, la composición del suelo, la distancia exacta a la que el planeta se sitúa del Sol, su tamaño y hasta los movimientos que hace, son todos una casualidad y, a la vez, causa directa de la evolución de la vida.

Así, el simple movimiento de rotación terrestre es una de las causas de que hoy tú estés vivo, tengas manos, pies y un corazón que palpita y estés leyendo este artículo. De hecho, simplemente con que la tierra se detuviese de repente, y parase de girar sobre sí misma, el mundo tal y como lo conoces cambiaría por completo y dejarías de existir en cuestión de horas.

Pero tranquilo, que no hay ninguna posibilidad de que eso ocurra. Sin embargo, es un buen entrenamiento mental para darse cuenta de cómo todos esos simples procesos son responsables de nuestra cómoda vida y, además, entender un poco más el funcionamiento del planeta. Te lo contamos todo.

COMO UN ACCIDENTE DE TRÁFICO

Si la Tierra dejase de rotar, lo primero que notarías sería algo así como un choque en un accidente de tráfico, solo que con una potencia de impacto cientos de veces mayor. Y es que, efectivamente, saldrías disparado. Y no solo tú, sino que todos los seres vivos, objetos y diferentes masas de tu alrededor, incluidos edificios, rocas y montañas que se desprenderían ( y sí, el agua de los mares, océanos y lagos también).

La explicación de esto es sencilla: si los polos del planeta se mantienen estáticos, el ecuador está girando a 1770 km/h. Por lo tanto, un parón en seco detendría a la masa planetaria, pero todos los objetos sobre él mantendrían durante unos instantes esa misma velocidad, debido a la inercia, y saldrían disparados hacia la atmósfera. Cierto es que se irían deteniendo a medida que el aire fuese rozando contra ellos y los fuese deteniendo, devolviéndolos hacia la superficie.

Sin embargo, cabe resaltar que no llegarías al espacio. Los físicos trabajan en las misiones espaciales con un término conocido como velocidad de escape, que hace referencia a la velocidad que debe llevar un cuerpo para huir de la atracción gravitatoria que lo une a un planeta. Así, la de la Tierra está más que calculada para permitir la salida de los cohetes de la atmósfera, y es de 40.000 km/h. Por lo tanto, los 1.600 km/h con los que saldrías disparado no serían suficientes para llegar al espacio.

Sin embargo, el escenario sería igualmente apocalíptico. Incluso yendo en un avión y librándose de ese “golpe de inercia” la supervivencia sería delicada: los objetos volátiles que estarían acelerados desde el suelo serían un peligro, además de los vientos huracanados que se originarían por el cambio en las corrientes de aire, los maremotos por el movimiento de las aguas y los terremotos por el de la tierra.

REDISTRIBUCIÓN DE LA GRAVEDAD

Aunque sea algo desconocido, la idónea forma actual en la que se distribuye la gravedad en el planeta es también consecuencia de la rotación. Al girar, la Tierra genera una fuerza centrífuga sobre los objetos que están sobre ella, es decir, una magnitud que “tira” hacia el exterior y que toma su valor máximo en el ecuador. Esta fuerza es la que ha dado origen a la forma achatada del planeta: abultada en el ecuador y más plana en los polos. Este achatamiento es el que regula las corrientes marinas de los mares y océanos y la atmosfera.

Sin embargo, en el caso de que la Tierra dejase de rotar, la fuerza de gravedad no tendría a la fuerza centrífuga como opositora, y podría redistribuirse a sus anchas, sobre todo en la parte del ecuador, donde más limitada estaba. Esto desembocaría en un aumento de la gravedad en la zona del ecuador, que atraería a las masas, es decir, las placas de tierra. El resultado sería la formación de grandes océanos en los polos, mientras que la tierra se aglomeraría en la línea central, dando lugar a un enorme continente que rodearía todo el ecuador y permitiría recorrer toda la circunferencia del planeta sobre la superficie terrestre.

EL DÍA Y LA NOCHE

A pesar de todo, lo que a cualquiera se le vendría a la cabeza a la hora de hablar sobre un parón en la rotación es, sin duda, la alteración de los días y las noches: habría medio año con luz diurna y medio año con luz nocturna. Pero no, no serían los 6 meses de día y los 6 de noche tal y como los conocemos, sino que la situación sería mucho más extrema.

Hay que pensar que, aunque la noche es fría, sigue siendo cálida gracias a la capacidad del suelo para almacenar calor. Así, desde la puesta de Sol, va desprendiendo la poca energía almacenada durante el día, proporcionando un mínimo de calidez, hasta que vuelve a llegar el amanecer y el día abre sus puertas de nuevo. Pero con una noche de 6 meses, no habría una recarga diaria de energía solar y calor, por lo que, pasados unos días sin un mínimo de Sol, las bajas temperaturas serían demasiado extremas como para sostener la vida, sobre todo en las zonas más centrales.

De la misma forma, la parte de la Tierra iluminada durante seis meses sería un completo horno donde el calor asfixiante no sería compatible con el desarrollo de vida. Únicamente, sería posible sobrevivir en pequeñas franjas ubicadas en los laterales del planeta, justo entre esas zonas de luz y sombra, donde las temperaturas podrían llegar a ser algo más templadas. 

ADIOS AL CAMPO MAGNÉTICO

Pero quizás, la consecuencia más catastrófica y, a la vez, la más invisible, sería la desaparición del campo magnético. En la Tierra, este es consecuencia directa de una combinación de la rotación terrestre y del movimiento del núcleo de hierro fundido en el centro del planeta. Por lo tanto, al cese de la rotación, descendería su valor de forma abrupta hasta una magnitud residual casi inapreciable.

El resultado sería un escenario devastador, pues es el campo magnético el que se encarga de proteger la vida del planeta de los rayos cósmicos y de las tormentas solares. Y es que todas esas partículas provenientes del Sol y de otros objetos espaciales están cargadas, por lo que, al moverse, generan un campo magnético, quedando imantadas. Al acercarse a la Tierra, el campo magnético, firme y potente, las desvía tal y como si se tratase de dos polos iguales.

Sin la actuación del campo magnético, esas partículas llegarían sin problema hasta la superficie terrestre, alterando no solo la salud de las personas de manera mortal, sino que haciendo inutilizable cualquier tipo de dispositivo electrónico o de telecomunicaciones. Ese escenario, por lo tanto, no sería nada paradisíaco.

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