A lo largo de los años, la comunidad científica ha tratado de dar una explicación evolutiva a la idea romántica, y humana, de permanecer junto a una misma persona para toda la vida. Sin embargo, las numerosas investigaciones han chocado siempre con una evidencia: que la monogamia es una construcción sexo-afectiva excepcional, sobre todo entre los mamíferos, y que no puede ser analizada sin tener en cuenta factores del contexto social como la religión, la cultura e incluso la economía. 

Según la Universidad de Maryland, 40 de las 238 sociedades humanas del mundo se construyen alrededor de la monogamia. Y si nos fijamos en el reino animal, la cifra se reduce considerablemente: el 97% de las especies de mamífero practica su versión antagónica, la poligamia. Por ello, hablar de amor, en este caso, respondería a una concepción totalmente antropocéntrica.

El reino animal se rige por la necesidad de garantizar la supervivencia de la especie, y ello implica que el instinto de reproducción va por delante de cualquier otro. Es justamente por esto que, incluso en aquellas que presentan estructuras monógamas en su vida reproductiva, la infidelidad, aunque no es frecuente, es una opción en caso de que la «pareja oficial» no asegure el nacimiento de una cría en perfectas condiciones. 

Así pues, mientras que en el caso del ser humano podríamos decir que la monogamia es una elección -en mayor o menor medida, voluntaria-, en el mundo de los animales esta situación corresponde con un principio evolutivo: algunos la descartan porque, de esta forma, pueden ampliar sus posibilidades de reproducción, y otros pocos, en cambio, la llevan a cabo para priorizar la protección de su especie.

De los pingüinos a los gibones: ejemplos de especies monógamas en el reino animal

Como no son muchas las especies que eligen una pareja para toda su vida, es fácil que una de ellas destaque sobre el resto. Y ese es el caso de los pingüinos, que se posicionan en el imaginario colectivo como los más fieles del reino animal. No obstante, al tratarse de un ave, la etiqueta no está tan fuera de lo común: un reporte de la WWF revela que el 90% de las aves son monógamas, aunque esta condición podría estar cambiando a causa del cambio climático.

A finales del mes de octubre, los pingüinos comienzan un período de apareamiento que suele durar unas 3 semanas, en un lugar concreto que establecen como «nido de la fidelidad». Este proceso se repite cada año y lo más frecuente es que, a pesar de que ambos ejemplares -macho y hembra- permanezcan separados el resto del tiempo, esa misma pareja vuelva a formarse en la temporada siguiente. 

Mucho más inusual es encontrar una especie de primate verdaderamente fiel. Los bonobos -que, según un estudio publicado en la revista Nature, son nuestros parientes vivos más cercanos junto a los chimpancés- practican una poligamia llevada al extremo: son naturalmente promiscuos, y utilizan el sexo para evitar el conflicto. Pero en cambio, los gibones muestran fidelidad a la pareja: al no tener dimorfismo sexual, comparten la crianza de sus descendientes de manera equilibrada. Además, al macho, una relación monógama le garantiza menores pugnas con los otros machos. 

Por último, el ejemplo más sorprendente de monogamia en el reino animal es el de los castores, por ser el que más se asemeja a la construcción tradicional de una familia en las sociedades humanas. La pareja de estos roedores monta diques de gran extensión antes de comenzar a reproducirse. Una vez realizada esta tarea, se aparean periódicamente y dan a luz a sus crías, y de esta forma llegan a acoger en sus «casas familiares» hasta a 20 o más descendientes que, a medida que llegan a la edad adulta, van abandonando su dique.

Con esto, el biólogo y asesor de National Geographic España explica que la monogamia en el mundo animal aparece por cuestiones prácticas: esta estructura asegura una menor transmisión de enfermedades venéreas, una mayor protección de cara a los depredadores y una efectiva transmisión de los genes.

La poligamia y la infidelidad, frutos del instinto

A pesar de los muchos ejemplos de parejas eternas que vemos en el mundo animal, está más que demostrado que la poligamia se da en la mayoría de casos. Y los motivos de la existencia de este régimen son los mismos que en su versión contraria: cada especie tiene un mecanismo distinto para garantizar su supervivencia y la de sus descendientes, y la variación entre uno y otro depende en gran medida de las condiciones medioambientales del hábitat en el que se encuentren. 

Por su parte, la infidelidad sí se manifiesta en los animales monógamos, por motivos puramente reproductivos. Entre los amorosos pingüinos se han dado casos de hembras que sustituyen a su pareja en la temporada de apareamiento siguiente por motivos de accesibilidad. Y del mismo modo, en muchas ocasiones los machos de ave malurus pasan tiempo cuidando de unas crías que no son las suyas.

Pero lo más curioso de todo esto es que los resultados de la traición son de telenovela: los pingüinos pueden luchar contra el «amante» de la hembra hasta quedar ambos gravemente heridos; y en cuanto a los malurus, al darse cuenta de la situación, y sin la posibilidad de dejar una nota o un mensaje en el teléfono, abandonan el nido para siempre.

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