Los nematomorfos son un grupo de gusanos parasitoides con forma de hilo que miden entre 1 y 5 centímetros de longitud. No tienen aparato respiratorio ni circulatorio, ni siquiera boca ni aparato excretor, por lo que en gran medida dependen del parasitismo para sobrevivir. Son famosos por la manera expeditiva que tienen de acabar con sus víctimas cuando ya no las necesitan: cuando son larvas, infectan y se alimentan de sus hospedadores – normalmente insectos y otros artrópodos- y los inducen de alguna manera al suicidio, provocando que se lancen al agua, un medio en el que el intruso podrá quedar en libertad para iniciar su vida adulta. Ahora, un equipo de científicos del Museo Field de Historia Natural en colaboración con la Universidad de Harvard y la Universidad de Copenhague ha publicado un estudio en la revista Current Biology en la que documentan por primera vez una nueva y extraña peculiaridad: le faltan el 30% de los genes que compartimos el resto de seres vivos del planeta, entre ellos, los involucrados en la formación de los cilios, unos filamentos presentes en la mayoría de los animales del planeta, desde los protozoos hasta los humanos. 

Estos gusanos provocan que su víctima se ahogue en el agua

Existen unas 300 especies de nematomorfos, la inmensa mayoría (hasta un 98%) son terrestres, aunque también existe un grupo marino que infecta a crustáceos que viven en aguas profundas. Todos ellos comparten el mismo ciclo de vida: infectan a sus huéspedes en estado larvario, pero cuando alcanzan la madurez salen de su víctima para reproducirse. Los que viven en el mar no tienen problema, pero los terrestres tienen que provocar que el huésped (normalmente un insecto), se precipite al líquido elemento, donde acabará ahogándose. Así, cuando alcanza el medio acuático, este pequeño gusano parásito es libre para buscar una pareja reproductora con la que aparearse.

Se infiltran en el cerebro y los ‘vuelven locos’

La primera pregunta del millón es: ¿cómo consiguen estos seres antediluvianos modificar el comportamiento de sus víctimas hasta el punto de inducirles a acabar con sus propias vidas? En el mundo de los parásitos existen numerosos ejemplos de especies que modifican drásticamente el comportamiento de los huéspedes, entre ellos, los gusanos nematodos que viven en las raíces de las plantas, responsables de la destrucción de muchos cultivos con usos comerciales del planeta. Tras eclosionar en el suelo, se arrastran hasta la punta de la raíz, inyectando en ellas un peculiar veneno que activa unos genes y que les hace cambiar su función: en lugar de absorber agua y nutrientes para las plantas, los extraen para alimentar al parásito invasor.

En el caso de los nematomorfos, estrechamente emparentados con los nematodos, lo consiguen con un método igual de drástico: se infiltran en el sistema nervioso de sus víctimas, provocando de alguna manera que se precipiten al agua, donde morirán ahogadas. Resulta que estos gusanos ocupan un gran volumen del cuerpo de su víctima, entre el que se encuentra el cerebro, en el que se introducen físicamente. «En realidad no lo fuerzan directamente a lanzarse al agua, lo obligan a moverse azarosamente, de modo que recorren mucho más espacio, aumentando así exponencialmente las posibilidades de que acaben en el agua», puntualiza a National Geographic España Gonzalo Giribet, profesor de zoología de la universidad Harvard y coautor del estudio, junto a J. Cunha, Bruno A.S. de Medeiros, Arianna Lord y Martin V. Sørensen.

Se desprendieron de un 30% de los genes comunes en casi todos los animales

La segunda pregunta es: ¿cómo es posible que se desprendan de hasta un 30% de los genes? «Muchos parásitos presentan simplificaciones de genes a nivel anatómico, desprendiéndose de partes que ya no necesitan. En el caso de los nematomorfos descubrimos que faltaban todos los genes necesarios para fabricar cilios, una parte del organismo que se desarrolló muy pronto en la historia evolutiva y que está presente en prácticamente todas las células eucariotas”, abunda Giribet- quien puntualiza que algunos artrópodos también han perdido parte de estas estructuras, pero todavía las conservan los conservan en algunas partes, como el esperma o algunos órganos sensoriales. No es el caso de los nematomorfos, los únicos animales documentados que no tienen absolutamente ningún cilio, según han descubierto los investigadores.

Qué le llevaría a desprenderse de todo ese material genético es algo que los científicos siguen especulando, aunque la lógica apunta a que esta decisión tuvo que otorgarles alguna ventaja evolutiva. Lo más probable es que se deshicieran de ellos en algún momento durante los últimos cientos millones de años, probablemente antes de dividirse en terrestres y marinos, pues ambos grupos comparten esta característica. Giribet avanza que pudo tratarse de un caso de adaptación evolutiva relacionado con el ciclo celular, lo que incitó a estos animales a eliminar el material genético que no era necesario para que las células pudieran dividirse más rápido. Y es que los organismos que tienen un genoma muy extenso tarden mucho en replicarse, mientras que los que tienen ciclos de vida más rápidos tienen genomas más reducidos. Probablemente, estos gusanos con forma de enrevesados filamentos decidieron ir al grano y centrarse en lo que les interesara: sobrevivir y reproducirse a toda costa, aun a costa de buena cantidad de genes, y de sus incautos y ahogados huéspedes.

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