Pocas despedidas más tristes y con más aroma a juego sucio que esta que se le ha brindado a Pablo Laso, el hombre que cogió un equipo -y también una sección, la de baloncesto- moribundo y que le ha devuelto al lugar que le correspondía: la de sumar un título tras otro y volver a ser uno de los grandes de Europa.

Nada menos que 22 títulos contemplan al técnico vitoriano en el banquillo madridista, que cuando llegó se encontró con un equipo arrinconado por el Barça en España y sin catar el máximo título continental desde Arvydas Sabonis. Es un pequeño y simple resumen de todo lo conseguido por alguien que cambió la mentalidad de un club al que llegó por la puerta de atrás, en silencio y sin ser ni mucho menos la primera opción.

Las formas del adiós no pueden ser peores. Una filtración para hacer saltar la liebre, en la que se informa de que en el club hay dudas con el estado de salud de Laso, al que el 5 de junio le dio un infarto.

Pablo Laso merecía otra cosa, una despedida a la altura de su gran legado. Si esas dudas -lícitas- existen, la forma de comunicarlo es de otra manera, encontrando un consenso con el entrenador, preparando un gran homenaje, accediendo a casi cualquier petición. Pero en las altas esferas había quien se la tenía guardada, pues once años desgastan mucho, más en el mundo del deporte, y se la han cobrado de una manera ruin, aprovechando un fatídico percance médico.

Habrá que ver cómo arregla esta situación el Real Madrid, que necesita lavar la nefasta imagen que está dejando, con otra leyenda marchándose por la puerta de atrás, en este caso en el baloncesto. Y cómo reacciona Laso, que quiere continuar entrenando al considerar que su salud es satisfactoria, que solamente ha sido un susto. ¿Se lo imaginan entrenando esta misma temporada a otro equipo? Las cosas no se podían hacer peor.

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