Todavía escucho discos completos, pero la disponibilidad inmediata de las plataformas puede pervertir cualquier hábito. En el jazz, un tema nunca es igual a sí mismo. Nada más fácil hoy que armar listas con un standard dado (digamos, “But Beautiful”) para escucharlo en fila, siempre ejecutado de manera distinta. Esa repetición me despierta otro tipo de curiosidad: conocer la historia –y la primera versión– de esa canción.

“But Beautiful” (no, no es esa supuesta “la peor canción del mundo”) figura, por ejemplo, en Triplicate, el disco triple de Bob Dylan con canciones que popularizó Frank Sinatra. Lo que llama la atención en ese álbum es que, entre tantos temas, no figure Strangers In The Night (o Extraños en la noche). que es para muchos oídos el tema insignia del cantante. El faltante me llevó a buscar la grabación original de the golden voice, y de paso alguna que otra versión.

Solo por el timbre de la voz de Sinatra Strangers In The Night se convirtió en clásico

La primera que apareció en la lista fue, contra todo, una edulcorada pieza instrumental. Resultó ser el mismísimo original, firmado por un compositor alemán, Bert Kaempfert. ¿Cómo un supuesto clásico podía salir de semejante, tedioso lugar común? La propia historia –fácilmente rastreable hoy en la red– de la canción confirma que era poco promisoria hasta para sus posibles perpetradores.

Aquella primera grabación era parte de una película, A Man Get Killed, de 1966. Se escuchaba en los créditos. Por entonces se llamaba “Beddy Bye”. La iba a cantar la protagonista, Melina Mercouri, pero la actriz griega se negó. En la mejor tradición de los standards, un productor tuvo la idea de acercársela a Sinatra. Después del rechazo de varias letras, finalmente el cantante aceptó las de Charles Singleton y Eddie Snyder, con el título con que se la conoce hoy. Sinatra la grabó en abril de 1966 y de inmediato llegó al tope de los ránkings, un comeback inesperado para el crooner, desplazado por entonces de los primeros planos por el auge del rock.

El problema comenzó inmediatamente después, con el éxito. Fue entonces que diversos compositores salieron de bambalinas para atribuirse la autoría del tema. Uno decía haber borroneado las notas a las apuradas para un proyecto de Broadway, y que después se la había pasado casi por conmiseración a un Kaempfert en apuros para concluir su banda sonora. Otro, un cantante croata, aseguraba haberle vendido al alemán la composición, que le habían rechazado en un festival en Yugoslavia. Es una versión verosímil si se atiende a la cadencia del tema, que recuerda los aires folklóricos eslavos. A estas disputas, se sumó un artista francés que acusaba a Kaempfert de plagiarle un viejo tema. Quizá no haya habido juicio crítico más certero sobre Strangers In The Night, que el del tribunal europeo que dictaminó en 1971 sobre el asunto: en su opinión, había demasiadas canciones con “factores constantes similares” (se refiere a lo repetitivo) como para darle la razón a nadie.

El crítico más virulento de Strangers In The Night, sin embargo, fue el propio Sinatra. No es el primer artista que detesta un éxito que tiene que interpretar hasta el hartazgo. Pero en este caso había algo más: la consideraba literalmente “la peor fucking canción que escuché alguna vez” o, de manera más síntetica, “un pedazo de mierda”. Odiaba además la letra: su amigo Dean Martin –hombre de bromas pesadas– lo había convencido de que escondía alusiones homoeróticas.

Quizá la clave de la malquerida Extraños en la noche esté justamente en su monotonía, que no le permite a los intérpretes el menor virtuosismo. A menos que se tenga la voz dorada de Sinatra, que sostiene todo sin esfuerzo, dejando su timbre descansando en primer plano. La canta sin el menor romanticismo, con un desdén poco menos que olímpico. Solo por ese prodigio vocal –Dylan parece haberse dado cuenta–, la “peor canción del mundo” se convirtió en clásico.

 

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