A Gredos se sube, o de Gredos se baja, por carreteras ondulantes como serpentinas. Las mismas, o próximas, a las que construyeron los romanos hace unos dos mil años. Un paisaje luminoso, austero, coronado por el puerto del pico Almanzor, con sus nieves a modo de turbante del temible sarraceno al que debe el nombre. Todavía hay pastores que evitan el tráfico trasladando sus rebaños por la calzada romana. Hay que subir a los montes graníticos para contemplar sus barrancos y laderas donde viejas garnachas, casi centenarias, se aferran al terreno bajo un limpio cielo velazqueño cubierto de cirrostratos.

Seguir leyendo.

Facebook Comments