Es la primera isla del Caribe a la que Irma golpeó con su furia. El huracán más potente jamás registrado en el Atlántico dejó aquí más de 1,600 refugiados climáticos: toda la población, que tuvo que ser evacuada a la vecina Antigua. Pero para muchos habitantes de esa isla que quedó desierta, el peor ciclón estaba por llegar: la amenaza de que el gobierno aproveche la reconstrucción para comercializar las tierras comunales que hasta ahora sus habitantes se han pasado de generación en generación.

En sus 60 años de vida en el Caribe, Hermita Thomas ha visto pasar muchas tormentas, pero nunca pensó que una de ellas la expulsaría de su isla. Por eso, luego de que Irma arrasó con Barbuda y el gobierno emitió una orden de evacuación obligatoria, ella se resistió a abandonar su casa.

Hasta que llegó una patrulla de policía que la obligó a tomar un barco rumbo a la isla de Antigua, con la que Barbuda comparte país, y se convirtió en una de las más de 1,600 personas evacuadas ante el inminente avance de otra tormenta, bautizada José, por el Caribe.

Por primera vez desde que se tienen registros, el 8 de septiembre de 2017 Barbuda se convirtió en una isla desierta. Para los evacuados se abría una etapa de incertidumbre. Con el 90% de las infraestructuras de la isla destrozadas, árboles y postes de luz caídos y playas vírgenes dañadas, el gobierno de Antigua y Barbuda estima que reconstruir la isla costará entre 200 y 250 millones de dólares, un dinero del que no dispone, y para el que ha apelado a la ayuda de la comunidad internacional.

Irma convirtió a Barbuda en un lienzo en blanco y dio paso a dos visiones opuestas sobre el futuro. Por un lado, el gobierno quiere que Barbuda sea un destino más desarrollado para el turismo. Pero eso podría pasar por acabar con su tradicional sistema de posesión comunal de la tierra, algo a lo que se oponen parte de los habitantes que, hasta ahora, han disfrutado en exclusiva de este paraíso reservado a quienes nacieron en él.

“¡Nos quieren quitar la tierra!”, critica Hermita Thomas, que desde finales de septiembre vive con su madre octogenaria y algunos de sus siete hijos y 14 nietos en una sala de fisioterapia del estadio de críquet Sir Vivian Richards de Saint John’s, el mayor albergue para los evacuados por el huracán.

Estamos a finales de septiembre y la mujer no oculta su desesperación. No acaba de entender por qué el gobierno no les deja regresar a Barbuda, pese a que José no la afectó. “Estamos de rehenes aquí. Estamos durmiendo en el suelo y yo tengo una bonita cama en mi casa”, afirma.

El 21 de septiembre, los niños evacuados empezaron a ir a colegios de Antigua, entre ellos dos nietos de Hermita Thomas: Clay, de 7 años, y Kaled, de 5. Por eso, teme que el exilio puede ser más largo de lo que le gustaría.

Mientras, los evacuados tratan de hacer su vida en el estadio. Un grupo juega al dominó y algunas mujeres conversan cerca de la cocina a la espera de que comiencen a repartir la cena.

En el piso de abajo del recinto, los vestuarios y las salas de fisioterapia están ocupadas por las familias más numerosas. A los grupos pequeños, las parejas y los que llegaron solos, les toca poner sus colchones en medio de los pasillos. Entre ellos está Freeston Thomas, un hombre de 67 años que, en sus ratos libres, dibuja escenas de cómo se imagina el futuro cuando vuelva a su tierra.

“Quiero cambiar un poco las cosas a mi alrededor para que sean más resistentes a futuros huracanes”, dice señalando las páginas de su cuaderno, donde ha diseñado cómo quiere reconstruir su casa después de que los vientos de Irma volaran el techo de zinc y arrasaran con el interior. “No tengo los recursos materiales, pero sí que tengo los recursos mentales”, explica el hombre de cuerpo espigado y cabello y barba blanca, que contrastan con su piel oscura.

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Así quiere reconstruir su casa un evacuado de Barbuda para que resista a huracanes en el futuro

Como Freeston y Hermita Thomas que, aunque comparten apellido no están emparentados, en el estadio de críquet la mayoría de evacuados sólo piensan en volver a la isla. La describen como uno de los lugares más paradisíacos del mundo, donde todos se conocen y donde la gente puede dormir con la puerta abierta porque el crimen, aseguran, es casi inexistente.

“Allí se vive sin preocupaciones. Puedes caminar a cualquier sitio: a la playa, a los bosques, a recoger cocos… Puedes nadar, pescar”, dice Freeston Thomas. “Esperaré a que sea seguro para ir, rescatar lo que se pueda y empezar a trabajar de cero”.

La isla de los animales

A pesar del deseo de regresar a su tierra, durante las semanas que siguieron a la evacuación, los vecinos de Barbuda sólo pudieron volver a su isla a cuentagotas, en un ferry del gobierno para ayudar con las tareas de limpieza tras el huracán.

Más de cien personas se arremolinan desde primera hora de la mañana en el muelle del puerto de Antigua, Heritage Key de St. John’s. La escena es muy distinta a la habitual, dominada por los enormes cruceros que visitan la isla todas las semanas. Armados con machetes, botas de agua, sierras, rastrillos, generadores, garrafas de agua y comida para animales, medio centenar de vecinos viaja a Barbuda todas las mañanas en ferry.

Un militar de rostro serio y formas implacables decide quién ocupará las 50 plazas del barco. “Trabajar es el objetivo principal de este viaje. Limpiar la zona para que puedan volver, ¿de acuerdo?”, explica antes de leer una lista con los nombres de quienes podrán abordar.

Entre los elegidos, hay vecinos que regresan por primera vez a la isla después de Irma, trabajadores que repiten y una profesora universitaria griega que dirige un centro de investigación arqueológica en Barbuda; entre los que se quedan en tierra, una ministra evangélica que dice que necesita recoger unos documentos para enterrar a un miembro de su iglesia que falleció después de la evacuación. El militar encargado le repite el propósito del viaje y le propone regresar tan pronto como se retomen las salidas a la isla.

Cuando no está el ferry, Barbuda es una isla tomada por animales abandonados por dueños a los que evacuaron en vuelos y barcos donde las mascotas no estaban permitidas.

Todos ellos campan a sus anchas en medio de la destrucción. En la ciudad de Codrington, la única de la isla, hay burros en medio de la pista de aterrizaje del aeropuerto que ahora solo recibe vuelos de helicópteros privados. También hay caballos, cabras, cerdos y gallinas que pasean en parques, jardines, casas y negocios destrozados. Y muchos gatos y perros.

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Desierta y tomada por animales

El huracán Irma dejó a Barbuda en las ruinas con el 90% de sus infraestructuras destrozadas. Tres días después de esa tormenta que arrasó la isla y ante el avance por el Atlántico del huracán José, las autoridades decidieron evacuar la isla. LORENA ARROYO / UNIVISION

El gobierno no permitió que los habitantes regresaran hasta el 29 de septiembre, tres semanas después del huracán. Eso dio lugar a una crisis inesperada de cientos de animales abandonados en contra de la voluntad de sus dueños. LORENA ARROYO / UNIVISION

Los 1,600 habitantes de Barbuda fueron evacuados a la isla vecina de Antigua, con la que comparten país, en vuelos y barcos que no permitían animales. Perros, gatos, caballos, burros, cerdos y gallinas se quedaron campando a sus anchas por la isla. LORENA ARROYO / UNIVISION

Durante las primeras semanas, las autoridades sólo permitían regresar a Barbuda a 50 personas cada día en un ferry que tenía como objetivo llevar a trabajadores a ayudar con las labores de limpieza. Así lucía la única ciudad de la isla, Codrington, en esos días de la evacuación. LORENA ARROYO / UNIVISION

En Antigua, las familias evacuadas estaban preocupadas por el estado de sus mascotas y comenzó a crecer la preocupación por el bienestar de los animales, en medio de reportes de que los militares asignados a Barbuda disparaban a los perros. LORENA ARROYO / UNIVISION

La ONG animalista Barbuda Humane Society vocalizó días después del huracán su preocupación por el estado de los animales que estaban abandonados en medio de la destrucción, sin comida y sin nadie que se preocupara por ellos. LORENA ARROYO / UNIVISION

«Hay animales muertos por todos los sitios y el olor es abrumador. Vi a perros que empezaban a comportarse como fieras», confesó la directora de esa organización Karen Corbin. «Tengo miedo que los perros e incluso los cerdos intenten cazar animales de granja». LORENA ARROYO / UNIVISION

Korbin propuso entonces un plan para viajar a la isla con su organización para alimentar a los animales y ofrecerles albergues temporales y asistencia veterinaria hasta que sus dueños pudieran regresar a Barbuda para hacerse cargo de ellos. LORENA ARROYO / UNIVISION

La situación de los animales abandonados en una isla del Caribe devastada llamó la atención de los medios de comunicación de todo el mundo. Entonces, el gobierno permitió a algunas ONGs entrar a la isla para alimentarlos. LORENA ARROYO / UNIVISION

También surgieron iniciativas como campañas de financiación online para enviar comida y asistencia veterinaria a los animales de Barbuda. Algunas de ellas llegaron a sumar decenas de miles de dólares. LORENA ARROYO / UNIVISION

Scott Cantin, gerente de atención de emergencias de la ONG World Animal Protection aseguró que nunca había visto algo así. «Una isla abandonada llena de animales deambulando. No puedo imaginar la angustia de sus dueños ni el miedo de los animales”. LORENA ARROYO / UNIVISION

Más de tres meses después del huracán, la isla sigue en ruinas y la recuperación va lenta, así que algunos habitantes de Barbuda tardarán más tiempo del que inicialmente esperaban en regresar y reunirse con sus mascotas y sus animales domésticos. LORENA ARROYO / UNIVISION

El sonido predominante en la isla, el chirrido de los pedazos de zinc doblados como acordeones que cayeron de los tejados sólo es interrumpido por el gruñido de los cerdos o el rebuzno de los burros. La tormenta dejó un paisaje de casas destrozadas que van pintándose de moho porque sus propietarios no pueden volver a limpiarlas. El huracán tumbó el hospital, las escuelas, los negocios y edificios públicos que tardarán meses e incluso años en ser reconstruidos y en volver a ver gente en su interior.

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Mira cómo quedó Barbuda

Tras la llegada del ferry, uno de los primeros en aparecer es un hombre que camina cabizbajo por una calle devastada junto a un perro y con un par de bultos al hombro. En ellos lleva todo lo que ha podido salvar de su casa: algunas pertenencias de su hijo que va a empezar el colegio en Antigua, unos zapatos y ropa para su mujer y poco más. “No he podido conseguir algunas cosas que me pidió mi esposa”, lamenta el hombre. Todo lo que ha podido recuperar cabe en dos bolsas.

Unas calles más allá, Wanda Desuza limpia con ahínco su restaurante, Wanda’s Grill, uno de los edificios que mejor sobrevivió a la tormenta. La mujer dice que quiere ponerlo a punto para empezar a preparar comidas y alimentar a los trabajadores que llegan a limpiar la isla. “Si yo no lo hago, ¿quién lo va a hacer?”, se pregunta. “Alguien tiene que empezar a reconstruir y ese trabajo duro no se puede hacer sin comida en el estómago”.

Wanda Desuza fue una de las primeras en regresar a Barbuda para reconstruir NACHO CORBELLA / UNIVISION

No le será sencillo sin agua potable, luz o teléfono y en medio de tanta destrucción. Pero Desuza tiene claro que los habitantes de Barbuda deben regresar para recuperar lo que es suyo. “Esta es nuestra casa, es el lugar donde crecimos y que construimos con nuestras manos”, explica. “Necesitamos que dejen volver a la gente de Antigua para poder salir adelante”.

Tierras a un dólar

El 29 de septiembre, tres semanas después del paso de Irma, el gobierno por fin levantó la orden de evacuación obligatoria y permitió a los vecinos de Barbuda volver. Pero todavía sin servicios básicos y con buena parte de los edificios por los suelos, pocos vecinos han regresado. Según Wayde Burton, uno de los concejales del gobierno local de Barbuda, sólo entre 200 y 250 habitantes están de vuelta, menos del 15% de la población.

“La gente quiere reconstruir, pero no tiene recursos para levantar todo. No pueden llegar, no hay comunicaciones, no hay materiales y ahora de nuevo mencionan el tema de la compra de tierras”, lamenta Burton.

La situación podría empeorar el 31 de diciembre, fecha prevista para el cierre del albergue de evacuados del estadio Sir Vivian Richards de Saint John’s, donde aún permanecen más de 130 vecinos. Entonces deberán regresar a la isla, pero sin albergues y con las casas destruidas no tendrán donde vivir, advierte Burton, miembro del opositor Movimiento del Pueblo de Barbuda.

Durante las semanas de exilio forzado, entre los evacuados de Barbuda fue creciendo el recelo a los planes del gobierno para la isla.

Pocos días después del huracán, el primer ministro de Antigua y Barbuda, Gaston Browne, anunció un plan para regularizar la propiedad por el que proponía vender las tierras a sus actuales ocupantes por un dólar. Barbuda tradicionalmente se ha regido mediante un sistema de posesión comunal, en el que los vecinos van legándose las tierras de generación en generación.

Pero, según el gobierno de Browne, para llevar a cabo la reconstrucción millonaria que requiere la isla, es necesario que los títulos de las tierras estén a nombre de quien las posee, no de la comunidad. Así, dicen las autoridades, los ciudadanos podrían pedir préstamos e hipotecas para las reparaciones. “Es una forma de empoderamiento”, justificó el primer ministro ante el parlamento.

Por su parte, los vecinos de Barbuda apuntan que esta medida sería contraria a una ley de 2007 que prohíbe la venta de tierras. Temen que estas medidas y el proceso de reconstrucción cambien el carácter de Barbuda y que este termine pareciéndose al de Antigua.

Con más de 80,000 habitantes, Antigua está más poblada y desarrollada económicamente. Depende del turismo y de las inversiones bancarias y está plagada de extranjeros que tienen sus segundas viviendas o que llegan en cruceros o a lujosos hoteles. A algo menos de 40 millas, Barbuda se ha mantenido como una especie de ‘hermana menor hippie’, reservada a los nativos.

Hasta la llegada de Irma, sus habitantes dependían principalmente de la pesca y la agricultura. Aquí no llegan cruceros y, si alguien de fuera quiere emprender un negocio turístico, éste debe ser aprobado por la mayoría de la población, según estipula la ley que regula la posesión de la tierra, Barbudan Land Act.

Por eso, los vecinos ven como una imposición ajena al carácter de su pueblo los planes de las autoridades. “No me gusta nada lo que el gobierno quiere hacer”, afirma Desuza, la propietaria de Wanda’s Grill. “Esta tierra nos pertenece a la gente de Barbuda y siempre la defenderemos porque es nuestra casa”. Junto a su restaurante, una panadería y un supermercado han abierto sus puertas con la ayuda de generadores de luz. Pero hay pocas iniciativas privadas como esas.

Frente a la lentitud en la recuperación para que los vecinos puedan volver a la isla, que el comisionado Burton achaca a la falta de voluntad del gobierno, lo que sí que se ha retomado rápido son las obras de un nuevo aeropuerto comercial en Barbuda.

Se trata de un proyecto acordado por el gobierno y la fundación Paradise Found, encabezada por el actor Robert De Niro y el multimillonario australiano James Packer, a quienes les rentaron un terreno para construir un hotel en la isla, lo que levanta las suspicacias del político opositor. “¿Quién le permitió a un equipo trabajar en la tierra, hacer un aeropuerto cuando los locales no pueden volver a casa?”, se pregunta Burton.

Por su parte, el primer ministro, que ha llegado a definir a los habitantes de Barbuda como “invasores” por vivir en tierras sin títulos, insiste en que la isla debe tener buenas infraestructuras como un aeropuerto internacional o un puerto para que lleguen los cruceros. Pero, para eso, insiste, los ciudadanos deben tener los derechos comerciales sobre la tierra.

Tanto el gobierno como los ciudadanos dicen tener en común un mismo deseo: sacar la isla adelante. Pero para muchos vecinos de Barbuda, la reconstrucción no puede ser a cualquier precio. “Si te dan una cosa así, no hay ningún motivo por el que lo quieras vender. Ninguno, porque después llegan tus hijos, tus nietos… Tiene que pasar de generación en generación”, insiste Wanda Desuza. “Barbuda no se vende”.

mera, Inger Díaz, Alejandra Vargas, Patricia Clarembaux, Patricia Vélez, Carmen Graciela Díaz, Luis Velarde, David Maris, Angélica Gallón

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