Hace unos años, durante una de mis primeras entrevistas, recuerdo que un científico me contó que la importancia de la biodiversidad radica en que en ella se esconde nuestra posibilidad futura de lograr que el planeta funcione. Más allá del valor intrínseco que encierra cada vida -grande y pequeña-, la biodiversidad es el motor del equilibrio de los ecosistemas y además, representa un vasto tapiz de recursos biológicos que necesitamos (y que necesitaremos).

La biodiversidad es un elemento esencial para la existencia humana; y por cada especie que desaparece, perdemos irreparablemente una parte de esa riqueza. En la actualidad, y según datos del informe IPBES, cerca de un millón de especies se encuentran en peligro de extinción; muchas de ellas, en un futuro cercano, de décadas.

Más recientemente, para este artículo, Miguel Delibes, profesor de investigación del CSIC, me contaba que la acción humana es, con mucho, el principal agente de pérdida de biodiversidad y que conocer cuántas especies desaparecen es de gran importancia para la biología de la conservación, la disciplina científica que trata, justamente, de evitar estas extinciones.

Sin embargo, junto con esta afirmación, el científico lanzaba una advertencia: determinar esa cifra no es una tarea sencilla

¿A qué llamamos extinción de una especie?

Esta pregunta, de respuesta aparentemente sencilla, nos presenta la primera de las dificultades que encuentran los científicos para determinar la extinción de una especie: ni el concepto «especie», ni tampoco el de «extinción», tienen una definición única. Lo explica Victoria de Andrés, profesora titular del Departamento de Biología animal de la Universidad de Málaga.

Nuestro concepto platónico de las especies

Victoria de Andrés establece tres definiciones para la palabra «especie»: la biológica, la tipológica y la esencialista. 

El concepto esencialista o platónico es una definición que, aunque ha sido descartada a nivel científico porque no prevé la mutabilidad de las especies (es pre-evolucionista), prevalece a nivel mundial. «¡Es curioso! Muchas personas, aunque saben sobre la evolución y entienden lo que es, piensan que es una cosa del pasado y por lo tanto, creen que las especies que existen ahora van a existir así, de una manera fija, para siempre», argumenta la experta.

Muchos piensan que la evolución es una cosa del pasado y que las especies que existen ahora van a existir de una manera fija

Otro concepto bastante recurrido es el tipológico, basado en la morfología. Bajo esta perspectiva, entendemos que los organismos de una misma especie son parecidos entre sí en forma, y distintos de los organismos de otras especies. Pero esta definición tiene demasiadas excepciones para ser empleada para las clasificaciones científicas.

Nos queda, por lo tanto, una última opción: el concepto biológico. Este define a las especies como grupos de organismos potencialmente capaces de reproducirse entre sí y de tener descendencia fértil. Y es esta definición -con sus limitaciones- la que empleamos para entender las extinciones.

¡Reinventarse o morir!

Victoria de Andrés explica que podemos encontrarnos con dos tipos de extinciones: las verdaderas y las pseudoextinciones.

La científica define que una extinción verdadera es aquella que se produce cuando muere, sin haber dejado descendencia, el último representante de una especie. En estos casos y, a grosso modo, su ADN acaba con él.

Las pseudoextinciones son algo más complejas. ¿Recuerdas la definición que dimos para una especie? Pues bien, en este tipo de extinciones -también llamadas filéticas-, lo que ocurre es que, con el paso del tiempo, los ejemplares de una determinada generación se vuelven potencialmente infecundos con los de unas generaciones pasadas.

En estos casos lo que sucede en realidad es que la especie original evoluciona para terminar generando una nueva especie (o en varias nuevas especies) y en realidad, su ADN no desaparece totalmente sino que se transforma, tal y como concreta de Andrés.

No queda ninguna duda razonable: el último individuo ha muerto

Con todo, atendiendo a la definición dada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), podemos considerar que un grupo biológico o taxón -sea una especie, una familia o un género- se considerará extinguido cuando “no quede ninguna duda razonable de que el último individuo existente ha muerto”.

Además, la UICN concreta que para declarar una extinción, antes deberán haber sido realizadas búsquedas exhaustivas en sus hábitats conocidos y esperados, en momentos adecuados y a lo largo de su distribución histórica, y no haber detectado ni un solo ejemplar. En las búsquedas tampoco se debe de haber encontrado ningún tipo de señal de vida de esa especie, como pueden ser huellas o excrementos.

¿Y CÓMO SABEMOS QUE ESTO HA OCURRIDO, QUE LA ESPECIE SE HA EXTINGUIDO?

Tampoco esta pregunta tiene una respuesta sencilla: en primer lugar, porque para percibir que una especie ha desaparecido necesitamos haber sabido, anteriormente, que la especie se encontraba allí; y actualmente únicamente conocemos la existencia de unos 2 millones de especies, según datos del Catálogo de la vida

Se estima que únicamente conocemos un 20% de las especies que existen

¿El problema? Estudios recientes estiman -aunque no existe consenso- que posiblemente habiten 8.7 millones de especies en la Tierra, lo que sugiere que hay un 80% de especies que ni siquiera hemos descubierto todavía (la inmensa mayoría de ellos, invertebrados). «Y si ni siquiera sabemos cuántas especies hay… ¡Imagínate lo difícil que es saber si se han extinguido o no, o si están en proceso de extinción!», puntualiza Victoria de Andrés.

En consecuencia, lo habitual es que sepamos únicamente sobre las extinciones de aquellos taxones que, previamente, ya vigilábamos y considerábamos amenazados. La Lista Roja de la UICN -el inventario más reconocido al respecto- establece que, del total de especies conocidas y evaluadas, 44.000 se encuentran amenazadas de extinción.

La evaluación de riesgo de extinción se ha completado para menos del 7% de especies conocidas

Y aquí aparecen dos nuevas dificultades. La primera, es que la Lista Roja ha completado evaluaciones de riesgo de extinción para menos del 7% de las especies descritas en nuestro planeta; y la segunda, es que existe un fuerte sesgo en las evaluaciones según el grupo biológico al que pertenezca el organismo; así, y en lo que se refiere a los animales, las especies están mucho mejor documentadas, según datos proporcionados por la UICN.

En consecuencia, “tenemos un conocimiento del peligro de extinción al que está sometida una especie que está muy restringido a los vertebrados y, dentro de estos, a las aves y los mamíferos. La problemática relativa, por ejemplo, a los peces abisales y demás grupos animales que habitan las aguas profundas de nuestros océanos, nos es todavía extraordinariamente desconocida”, explica Victoria de Andrés.

¿QUIÉN SE ATREVE?

Victoria de Andrés explica que, en general, los equipos de investigación son muy reacios a declarar extinguida una especie dado que hacerlo significaría que la figura legal de protección de la especie de la que disfruta esta también desaparecería.

Por eso -y porque lo habitual no es presenciar la muerte del último individuo-, la comunidad científica suele dejar que pasen años desde la última fe de vida (avistamientos, registros sonoros, rastros, restos biológicos de actividad o excrementos) antes de declarar una extinción.

Para ello, además, podemos recurrir a algoritmos estadísticos de simulación. Por ejemplo, se puede calcular la probabilidad de que una especie se haya extinguido a partir de los datos existentes del último avistamiento, aunque los resultados nunca son del todo concluyentes sino una mera aproximación estadística.

Y a veces, se falla; son las llamadas especies Lázaro. Las especies Lázaro son taxones que fueron declarados extintos pero que después reaparecieron. Un ejemplo en España es el saltamontes Evergoderes cabrerai, endémico de Canarias que se consideró extinto en 1953 y que fue redescubierto en el año 2018.

La importancia de conocer las extinciones

A pesar de las muchas dificultades que existen para conocer la extinción de una especie esta tarea es de gran importancia, tanto a nivel científico como social. Las extinciones de las especies son un gran indicador de la salud de un ecosistema y nos ofrecen una valiosa información sobre la pérdida de hábitat, la contaminación, la introducción de especies invasoras o los efectos del cambio climático.

Además, la desaparición de una especie puede tener efectos cascada en el ecosistema, alterando las interacciones entre las especies y afectando la estabilidad del sistema en su conjunto, por lo que es importante ser conscientes de cuándo están ocurriendo.

Por otra parte, tal y como advertíamos al principio del artículo, la extinción de una especie reduce la biodiversidad global, lo que puede tener consecuencias negativas en la resiliencia de los ecosistemas y en la capacidad de la Tierra para proporcionar servicios ecosistémicos vitales -como la polinización, la purificación del agua y la regulación del clima-.

Pero también, como sociedad, cada extinción importa. Cada especie tiene un valor intrínseco y único en la naturaleza, y la pérdida de una especie significa la desaparición de una forma de vida única y evolutivamente diversa, con las implicaciones morales y culturales que esto puede tener.

¿Cómo lo hacemos entonces?

Tal y como advierte Miguel Delibes, profesor de investigación del CSIC, necesitamos tener presente la importancia de declarar las extinciones; pero tampoco podemos olvidarnos de lo complicada que es esta tarea. Así, y debido a todos los problemas con los que podemos encontrarnos, necesitamos atender a las especies antes de que ocurra su extinción (especialmente, a aquellas que están en peligro crítico) para evitar que se pierdan. Porque entonces, perdemos todos.

 

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