Había una vez una ciudad donde todos los seres vivían en armonía: las granjas y los huertos eran prósperos y la abundancia se leía en las flores, en los árboles e incluso en el cantar de los pájaros. Por aquel entonces, las personas podían cultivar, pescar y pasear; y así fue hasta el día en que llegó la enfermedad: las aves, las vacas, las cabras y las personas morían sin explicación, los polluelos no nacían y la ciudad se quedó sin voz. ¿Qué podría haber provocado algo así?

Esta “fábula para el día de mañana” es la que da inicio a Primavera Silenciosa (Silent Spring), la obra de Rachel Carson que ayudó a sentar las bases del ecologismo moderno, un movimiento sociopolítico que aplica los conceptos de la ecología al cuidado medioambiental. Esta corriente de pensamiento entiende la naturaleza como un todo: los seres humanos formamos también parte de los ecosistemas y somos responsables de su equilibrio. 

Hasta que nació el ecologismo, se consideraba a los humanos como los dueños de la naturaleza, más que como lo que somos: un engranaje más. En este contexto, es importante entender que nuestras acciones son capaces de alterar el equilibrio de los ecosistemas, pero también que los desequilibrios en los ecosistemas nos afectarán también a nosotros.

Pero, ¿cómo lo explicó Carson? Hayas llegado aquí porque has escuchado el nombre del libro en la serie de Netflix El Problema de los Tres Cuerpos o por simple curiosidad, te respondemos en National Geographic España.

Una granja y dos plantas eléctricas

Rachel Louise Carson nació en 1907, en Springdale, Pensilvania. Vivía en una granja de unas 26 hectáreas, en una localidad situada entre dos plantas eléctricas de carbón. Recibió una educación humilde, pero que sirvió para despertarle, ya durante la infancia, el amor por la literatura y la naturaleza que mantendría durante toda su vida.

El pueblo en el que se crio Carson no era tan distinto al de la fábula que nos relata: un paraíso de naturaleza que, sin embargo, perecía bajo la contaminación de aquellas plantas eléctricas. Para ella, la ciudad con la que inicia Primavera Silenciosa podría ser cualquiera, pues todas han sufrido una u otra consecuencia de la contaminación que los humanos hacemos del mundo.

Y es que para ella, este es el más alarmante de todos los atentados que nuestra especie ha cometido contra su propia circunstancia: la contaminación del aire, la tierra, los ríos y el mar.

El hombre contra su circunstancia

Bajo este enfoque ecologista se construye el libro de Primavera Silenciosa, en el que Carson escoge una forma de contaminación concreta: la que producen los pesticidas, insecticidas y otros productos químicos de uso doméstico y agrario similares.

En el libro, publicado en septiembre de 1962, Carson destaca el caso del DDT. Este insecticida se había popularizado durante la Segunda Guerra Mundial para combatir a algunos insectos transmisores de enfermedades -los llamados vectores-. Principalmente, el DDT buscaba acabar con el mosquito que transmite la malaria, pero también con otros organismos que transmitían enfermedades como la tifus o la peste. 

Su eficacia al respecto era notable, mataba estupendamente. El problema era, en primer término, que su aplicación no estaba sujeta a ningún tipo de control ni regulación; y en segundo, que este producto no era selectivo. Y aquí estaba el verdadero problema: el DDT acababa con todo tipo de insecto y no únicamente con aquellos que eran su objetivo.

Para la autora, esto es como mínimo alarmante. Los insectos son un elemento clave de los ecosistemas; pensemos, por ejemplo, en el caso de los polinizadores. Pero su efecto, no termina aquí, sino que alcanza también a los humanos.

Los puntos clave de «Primavera Silenciosa»

Rachel Carson emplea su libro para advertir sobre los peligros de los pesticidas, especialmente del mencionado DDT, en el medioambiente y la vida silvestre. La bióloga explica que estos productos tienen efectos nocivos no solo en las plagas, sino también en aves, peces y otros organismos.

En consecuencia, Carson propone el término «biocidas», y lo hace así: «Productos sin seleccionar que tienen poder para matar indistintamente lo bueno y lo malo, para acallar el canto de los pájaros y para inmovilizar a los peces en los ríos, para revestir las hojas de una mortal película y para vaciar el terreno… ¿Puede alguien creer posible que se extienda semejante mezcolanza de venenos sobre la superficie de la tierra, sin que resulten inadecuados para todo ser viviente? No deberían llamarse «insecticidas», sino «biocidas»».

Asimismo, Carson explica el concepto de bioacumulación. La científica argumenta que los pesticidas se acumulan en los tejidos de los organismos y que, a lo largo de la cadena alimentaria, la concentración va en aumento, lo que resulta en concentraciones potencialmente peligrosas en los organismos más altos de la cadena (donde estamos nosotros).

Este concepto le sirve a Carson para discutir los posibles efectos adversos de los pesticidas en la salud humana, incluidos los riesgos de cáncer y otros problemas de salud, y aboga por un enfoque más precautorio hacia su uso.

Con esta contundencia sintetiza Carson la clave de su discurso: «Por primera vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora en contacto con productos químicos peligrosos, desde el momento de su concepción hasta su muerte… estos productos químicos están ahora almacenados en los cuerpos de la vasta mayoría de los seres humanos. Aparecen en la leche materna y probablemente en los tejidos del niño que todavía no ha nacido».

Por todo ello, Primavera Silenciosa se convierte por sobre todas las cosas, en un llamado a la acción para abordar los problemas ambientales y de salud que causa nuestra especie. Y si bien estas afirmaciones de Carson se convertirían años después en una de las grandes influencias de las leyes reguladoras del uso de este tipo de productos químicos (pesticidas, insecticidas, fungicidas…) en todo el mundo, tuvieron que ser antes objeto de resistencia.

La industria contra Carson

El libro de Carson provocó una campaña de difamación contra la autora por parte de la industria agroquímica antes incluso de su publicación. Para entenderla necesitamos viajar unos meses atrás, en ese mismo año de 1962. 

Por aquel entonces, la revista ‘New Yorker’ había sacado un avance de Primavera Silenciosa, el cual se dividió en tres entregas. Aunque en estas no se mostraba todo el contenido del libro, la intención de la autora era evidente, y la industria se puso manos a la obra.

Así se inició una campaña de desprestigio contra Rachel Carson que nada tiene que envidiarle a la que se hizo contra Charles Darwin con «El origen de las especies». La industria intentó, evidentemente, impedir que la escritora publicara su libro; y para ello, inició una acción de ataque no solo contra la propia obra, sino también contra Carson.

Se dijo que sus investigaciones no eran válidas desde el punto de vista científico y que ella misma no era ningún tipo de autoridad, a pesar de ser doctora. Todo ello, por supuesto, fue desmentido. Se confabuló contra su inteligencia, sus creencias políticas y su trabajo.

Y sin embargo, el libro logró ser un éxito rotundo de ventas cuando se publicó. Tanto fue así que, durante siete meses, Primavera Silenciosa figuró en la lista de bestsellers del ‘New York Times’. Y fue entonces cuando se inició la verdadera lucha.

El debate que despierta

El libro de Carson sembró la semilla de un debate que hasta entonces había permanecido silenciado en las agendas políticas: el de la regulación de los pesticidas. En los meses posteriores, nacieron más de 40 proyectos de ley que pretendían regular el uso de estos productos en los diferentes estados.

Era tan intenso el debate que el propio Gobierno de los EE. UU. ordenó que se investigara si tal y como afirmaba Carson, estos pesticidas podían provocar tales daños en la salud medioambiental y humana. La conclusión a la que llegó el estudio fue que, ante la incertidumbre de los efectos a largo plazo de estos productos, sería recomendable regularlos.

Posteriormente, la autora testificó en el Senado y de nuevo, pidió que se controlaran los pesticidas, que se eliminaran aquellos con capacidad para persistir en los organismos y que era necesario encontrar nuevos métodos para el control de las plagas que no tuvieran tales efectos perjudiciales sobre los organismos.

Pero todavía hubo más.

El legado de «Primavera Silenciosa»

Todavía hoy se discute si todo lo que ocurrió después fue consecuencia de Primavera Silenciosa, pero de lo que no cabe duda es de la gran influencia que tuvo -y todavía tiene- este libro.

La obra de Carson sentó las bases del movimiento ecologista moderno que se consolidaría en las décadas de los 70 y 80, y ayudó a la comprensión del impacto que la acción humana puede tener sobre el medioambiente y, en consecuencia, sobre nuestra propia existencia.

Carson murió en 1964 a causa de un cáncer de mama, pero su legado no se extinguió con ella. Se atribuye a la acción de la científica que en 1970 se creara la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) y que el país prohibiera en 1972 el uso de ocho plaguicidas sobre los que Carson había advertido en su libro, entre ellos el DDT.

Irónicamente, algunos científicos de la EPA se negaron a esta prohibición; pero igualmente, durante los meses (y años) posteriores, la prohibición se extendió también a otras partes del mundo y ahora, el uso del DDT solo se permite bajo estrictas condiciones que impiden la contaminación en aquellas regiones que necesitan combatir la malaria.

Se dice también que a raíz de Primavera Silenciosa -del debate generado y del impulso que supuso a la unificación del movimiento ecologista- se creó también el Día de la Tierra, nacido de una manifestación producida el 22 de abril de 1970 en la que más de 20 millones de estadounidenses exigieron en las calles una mayor protección del medioambiente.

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