Si bien la guerra en Gaza y los enfrentamientos entre Israel y Hezbollah están lejos de acallarse, el foco del conflicto parece haber migrado en estos días de Medio Oriente a la Universidad de Columbia, en las calles de Manhattan, y de allí a decenas de universidades norteamericanas a lo largo y ancho del país.

Cientos de estudiantes con banderas palestinas se hallan instalados en la explanada central de esta universidad, donde pernoctan en carpas en demanda de un cese el fuego en Gaza. También reclaman que la universidad retire sus inversiones de empresas que abastecen la industria militar israelí y recorte su colaboración con universidades de ese país.

Bajo presión de grupos políticos, la presidenta de Columbia, Minouche Shafik, pidió la intervención de la policía neoyorquina, un hecho extremadamente inusual en el contexto de un campus universitario. Todo derivó en el arresto de más de cien estudiantes a fines de la semana pasada. La decisión no solo no logró terminar con el acampe sino que redobló su potencia. El número de manifestantes en la universidad se multiplicó, mientras que decenas de acciones similares se propagaron por los campus de las universidades de elite en todo el país. En muchos de ellos hubo escenas de violencia, que trajeron a la memoria las manifestaciones que ocurrieron más de 50 años atrás contra la guerra de Vietnam, y más estudiantes detenidos.

El fervor pro palestino, con multitud de banderas y consignas en contra del Estado de Israel ha provocado la reacción de todo el campo político y ha desatado un debate que excede los límites de la guerra en Gaza. Las protestas han sido tildadas de antisemitas y organizaciones judías señalaron que los estudiantes de ese origen ya no se sienten a salvo en sus lugares de estudio.

“Si bien cada americano tiene derecho a protestar pacíficamente, los llamados a la violencia y la intimidación apuntando a los estudiantes judíos son evidentemente antisemitas, immorales y peligrosos. No deben tener lugar en campus universitario alguno ni en ningún lado en los Estados Unidos,” dijo la Casa Blanca a través de un vocero. “Hacerse eco de la retórica de organizaciones terroristas, a poco de haber ocurrido la peor masacre de judíos desde el Holocausto, es despreciable.”

Manifestantes pro-israelíes, si bien mucho menores en número, han reclamado a las autoridades universitarias que actúen contra los acampes y exigen un freno a las consignas que consideran pro-Hamas, el grupo terrorista que ingresó a territorio israelí y masacró a 1200 personas, violó mujeres y adolescentes y secuestró más de 250 personas, 130 de las cuales siguen en cautiverio en Gaza.

Desprotección

Noah Lederman, un estudiante de primer año en Columbia, judío y religioso, cuenta que fue abordado en la esplanada de la universidad por un estudiante que, con el rostro cubierto por un keffiyeh, el pañuelo distintivo de los palestinos, le mostraba en su celular la bandera de Hamas, dos sables cruzados frente a la mezquita del Domo de la Roca.

“Estoy con ellos, me dijo”, cuenta Lederman. “La polarización es total y la imposibilidad de interactuar de manera civilizada es absoluta. A lo que se agrega la incapacidad de la seguridad en el campus de protegernos.”

Pero la polarización no proviene solo del sector pro palestino, sostienen académicas consultadas por este cronista. Las derechas cercanas a Trump buscan mostrar las instituciones de elite (Harvard, MIT, Columbia, NYU, entre otras) como cuna de ideologías de extrema izquierda, woke y pro terroristas, dicen, mientras que algunos grupos pro judíos pintan un cuadro de antisemitismo extremo, comparando la situación actual con la Alemania nazi de la década del 30.

Todo esto ha resultado en presiones sobre los directivos de las universidades para que tomen medidas agresivas y restrictivas, como dejar ingresar a la policía de la ciudad a los campus universitarios para reprimir las protestas.

Barbara Weinstein, profesora de la New York University y ex presidenta de la American Historical Association, reconoce que el problema del antisemitismo en los campus no es para minimizar, y que la situación en Gaza permitió la exteriorización de un prejuicio que era preexistente.

Así y todo, Weinstein no cree que el problema del antisemitismo en su campus sea tan extremo como se lo está caracterizando en los medios, pero señala que el clima actual impide cualquier posibilidad de dialogo y aprendizaje. Weinstein no duda en trazar una raya cuando se cruza el límite de la violencia física, tal cual ocurrió días atrás en la Universidad de Yale. Allí, una estudiante judía fue golpeada en un ojo con el mango de una bandera palestina.

“Cuando hay violencia real estamos hablando de otra cosa” dice a LA NACION. “Pero en el 99% de los casos, no es eso lo que está ocurriendo.”

La Universidad de Columbia es foco de la atención desde algunas semanas, luego de la presentación de su presidenta, Minouche Shafik, ante una comisión del congreso de los Estados Unidos para, entre otras cosas, explicar las políticas de su universidad en contra del antisemitismo. En esa ocasión fue interpelada duramente por Elise Stefanik, legisladora republicana cercana al ex presidente Trump, quien había liderado semanas antes una dura crítica contra tres presidentas de universidades de elite. Stefanik cuestionó la permanencia en la universidad de académicos que promueven ideologías extremas, en algunos casos cercanas al antisemitisimo.

Weinstein afirma que estas presentaciones en el Congreso son acciones de la derecha republicana que buscan exaltar los ánimos con fines políticos.

“Stefanik no está interesada en un acercamiento sutil al tema del antisemitismo”, señala Weinstein. “Están haciendo estas presentaciones en el Congreso por razones puramente políticas”.

El debate ha provocado preocupación en sectores académicos, que entienden que la polarización aleja cada vez más la posibilidad de hacer lo que se debe hacer en una universidad: debatir ideas, discutir y aprender.

Posición incómoda

La violencia provee argumentos a las derechas más extremas cercanas a Trump para buscar una restricción de las libertades fundamentales que ha tenido el sector académico para investigar y expresarse libremente, sin condicionamientos políticos.

“Se está perdiendo la posibilidad de transformar este momento en un momento de aprendizaje”, dice la historiadora Alejandra Osorio, del Wellesley College, en el estado de Massachusetts.

“Somos instituciones que tienen que poder hablar las cosas abiertamente y sin presiones, y esta situación profundiza un proceso que busca limar la libertad de expresión, porque si dices algo que no gusta tienes que estar dispuesto a pagar las consecuencias y eso, para un profesor que está iniciando su carrera, es muy riesgoso,” dice Osorio, que creció en Chile en la década del 70. “Estas convicciones me vienen de haber vivido en dictadura”.

Los directivos de los campus norteamericanos están en una posición incómoda. Deben mantener un balance entre el derecho a la libre expresión y la necesidad de proteger a los estudiantes judíos de agresiones que no siempre son fáciles de determinar.

Weinstein explica que se está caracterizando a estas protestas como un enfrentamiento entre grupos pro judíos o pro palestinos cuando, en realidad, muchos estudiantes judíos también son muy críticos de las políticas de Israel y están participando de las protestas.

Su colega de Barnard College, Nara Milanich, doctora en Historia Latinoamericana, cuya universidad comparte el campus con Columbia, señala que los elementos más radicalizados de las protestas no son estudiantes, sino agitadores que se reúnen afuera de los límites del campus pero ayudan a crear la impresión de una situación de hostilidad y descontrol mayor a la real.

Para completar un cuadro de tormenta perfecta, los directivos de las universidades, que buscan congraciarse con sus donantes y amplios sectores de la política, terminan llamando a la policía para reprimir y solo consiguen profundizar el caos. Cientos de profesores de Columbia han salido a criticar fuertemente esa decisión. “No hay espacio para aprender ni debatir cuando entra la policía y te amarra las muñecas,” dice Milanich.

 

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