Con el Barça más encarrilado que meses atrás, se suceden las peticiones para que Xavi Hernández se lo piense. En el club, de tan insistentes, Joan Laporta y Rafa Yuste, han acabado siendo hasta cansinos. “Voy a intentar convencerle”, llegó a soltar el vicepresidente deportivo, en la previa del sábado. Está bien, aunque convendría no perder la memoria.

Xavi es el mismo que, ganándole una Liga al Madrid en primavera, debió acatar un “team building” en Amberes, el mismo del que varios agentes de la cúpula azulgrana dudaban cuando el equipo no andaba y exactamente el mismo al que una parte del entorno negaba para tutelar este proyecto sin que, entonces, nadie del club torciera públicamente a favor como sí tuerce ahora. Claro, con 8 partidos sin perder y los chavales deleitando a la parroquia, es más fácil pedir turno en la foto.

Dos preguntas: ¿ese clamor para que Xavi siga es real o va a desvanecerse si la Liga y la Champions se esfuman? ¿El deseo tiene que ver con el proyecto a largo plazo de Yuste o con los títulos que incitan la fantasía del presidente? Desde enero, Xavi ha tomado decisiones de entrenador. Mutó a Joao Félix de titular a revulsivo, taponó con Christensen, estiró a Gündogan, dió galones a Cubarsí, insistió con Lamine hasta su explosión y se reinventó con Fermín y Raphinha en un mapa sin Pedri ni Frenkie.

El Barça no tiene un proyecto para ganar a corto plazo. Debe crecer. Y para eso, hay que creer. En un entrenador que trace un camino que el club comparta y apoye, ganando o perdiendo. Ahí, y no en el entorno, radica la verdadera paz para Xavi. Y es lo que él debe tener en cuenta para reconsiderar sus planes. ¿Una hoja de ruta o vivir al día? En dos meses, la respuesta. Del club y del técnico.  

 

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