Joan Manuel Serrat recibió, a los 80 años, el prestigioso premio Princesa de Asturias, “por el alcance de una trayectoria artística que trasciende la música”, anunció hoy el jurado del lauro. La obra del cantautor catalán, de amplio reconocimiento tanto en España como en América Latina, fue destacada por aunar “el arte de la poesía y la música al servicio de la tolerancia, los valores compartidos, la riqueza de la diversidad de lenguas y culturas, así como un necesario afán de libertad”, según el acta del jurado de este reconocimiento convocado por la Fundación Princesa de Asturias, la heredera al trono español. El 29 de noviembre de 2022 brindó su último concierto en suelo argentino.

De algún modo, Serrat podría dormir en sus laureles incluso sin contar esta enorme distinción (releva a la actriz norteamericana Meryl Streep, ganadora en 2023) . El cantautor dio charlas en la Universidad de Harvard y sostuvo su relación con la ONG Open Arms, que se enfoca en el rescate de inmigrantes en el mar Mediterráneo. Recibió la Medalla de Honor de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) y el premio Nacional de Cultura del gobierno regional de Cataluña. Además, se puede leer la publicación A propósito de Joan Manuel Serrat, escrita por Juan Manuel Iborra, un gran conocedor de su obra, quien asegura que Serrat puede seguir sorprendiendo a su público, con más canciones.

Sin anuncios formales de regreso –más allá de la esperable cita de octubre próximo, donde recibirá el premio y se espera que de un discurso– tenemos los 80 años que pasaron desde que nació como Joan Manuel Serrat Teresa, el 27 de diciembre de 1943, en el Barrio Poble Sec de Barcelona. Repasemos, con algunas anécdotas y reflexiones, de manera un poco caprichosa, esas ocho décadas de vida. Esas canciones geniales que compuso. Su voz inconfundible e irrepetible. La decisión de cantar el castellano y alternar los discos en español y en catalán. La musicalización de grandes poetas como Machado y Hernández. Su pensamiento social y político plasmado en cada disco.

Simplemente Nano

En España se le dice “nano” (término del catalán) al “chaval”, es decir a lo que de este lado del mundo llamaríamos “chico”, “joven” o “muchacho”. Fue en 1965, cuando el conductor radial Salvador Escamilla llamó de ese modo al “Noi de Poble Sec”. Lo curioso es que si bien Serrat tuvo su bautizo como Nano en Cataluña, allí no lo llaman habitualmente así. “El Nano” es para el público de América Latina, donde creó lazos realmente fuertes, y cantó en lugares pequeños o en plazas que congregaron a miles de personas. Para mediados de la década del sesenta Serrat comenzaba a sobresalir en el marco de lo que se consideró la “Nueva canción catalana”, que defendía desde la poética y su música a la lengua de la región, en oposición al franquismo imperante que no permitía esa diversidad cultural tan arraigada a las tradiciones en el Península Ibérica.

En castellano, en catalán y la multiplicación de los 20

El punto de partida discográfico fue en 1965, un EP de cuatro temas que incluyó: “Una guitarra”, “Ella em deixa”, “La mort de l’avi” y “El mocador”. Al año siguiente, publicó Ara que tinc vint anys (”Ahora que tengo veinte años”); con la canción que tituló al disco creó un juego que se repitió al cumplir 40. Ya comenzado el siglo XXI, con 60 recién cumplidos, salió de gira para recrear sus grandes éxitos con orquesta sinfónicas de España y de varios países de América Latina. El puntapié de aquella gira fue en Barcelona, donde conversó con LA NACION y habló de ese paso del tiempo, con cierto humor. Recordaba aquella frase de Ringo Bonavena que decía: “La experiencia es un peine que te regalan cuando ya estás calvo”. También aquellas palabras que con los años se transformaron en un verdadero trabalenguas. En su juventud escribió “Ahora que tengo 20 años”. Dos décadas después cambió a “Hace veinte años que tengo veinte años”. A los sesenta se convirtió en “Hace veinte años que digo que hace veinte años que tengo veinte años” Pero siempre mantuvieron los mismos versos: “No tengo el alma muerta/ y aún tengo fuerza/ (…) quiero levantar la voz/ por una tempestad/ por un rayo de sol”.

Para esa época comenzó sus sociedades con otros compañeros y compañeras de ruta. Por un lado, El gusto es nuestro, que fue el espectáculo junto a Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos. Más tarde, con Joaquín Sabina. En todos los casos hubo secuelas de esos shows, muchos años después de haber hecho las primeras giras.

A quien corresponda

Muchos, con fundamentos muy aceptables, creen que la mejor producción de Serrat se puede encontrar entre sus primeros discos y los de finales de la década del setenta. Tanto en las canciones en torno a la obra de Machado o la de Miguel Hernández como en toda aquella canción a la que Serrat le puso su propia poética, que intervino estéticamente desde una reflexión social o existencial, hasta la descripción costumbrista.

Sin embargo, con el comienzo de los ochenta dejó algunas piezas que, a pesar del cambio que había sufrido la dinámica de sus versos (¿Acaso la manera de hablar de una sociedad no cambia con el paso de las décadas?) también calaron fuerte en los oídos de su público. Hubo un nuevo ímpetu en la mirada aguzada de Serrat, que tuvo ejemplos notables en problemas que son universales, y que atraviesan décadas y generaciones. El lunes 20 de abril de 1981 grabó la canción “A quién corresponda”, para su disco En Tránsito. Es aquella que dice: “Nadie conoce al vecino / A los viejos se les aparta después de habernos servido bien / El mar está agonizando / No hay quien confíe en su hermano / La tierra cayó en manos de unos locos con carnet / El mundo es de peaje y experimental, todo es desechable y provisional / No nos salen las cuentas / Las reformas nunca se acaban / Llegamos siempre tarde, donde nunca pasa nada”. Eso y mucho más. ¿Hablaba de 1981 o de un futuro distópico en 2023?

Tarrés, el otro yo

Reinventarse fue una buena manera de sostener la vigencia. No en niveles estéticos, porque Serrat es Serrat de principio a fin, de pies a cabeza y a lo largo de toda su carrera, con las inflexiones de su voz, con la manera de escribir. Sin embargo, lo lúdico en cuotas moderadas resultó una herramienta válida, tanto para los parlamentos en sus conciertos como en las producciones de sus discos. Con el comienzo del nuevo siglo editó Tarrés, un álbum que tuvo como premisa expresar lo que tenía ganas de decir en ese momento a través de un “otro yo”, que no era ni más ni menos que su apellido escrito al revés.

“Un gramo de locura es lo que nos permite tomar ciertas decisiones que la cordura muchas veces nos impide. Es un buen acompañante en el camino. Sirve para tomar una perspectiva de las cosas bien pegada al hocico. Es una distancia a la que no estamos acostumbrados. Por eso nos perdemos algunas visiones maravillosas”, decía durante una entrevista en Buenos Aires, a pocas horas de llegar a la Argentina para presentar aquel disco. Siempre a partir de conjeturas espontáneas, otra lectura de ese otro yo pudo ser: Tarrés es lo que a Serrat le gustaría ser, o algo cercano a ese ideal, pese a que ha dicho que “sufre” (aunque con cierto placer) los excesos de su cómplice. Tal vez el otro yo le sirvió a Serrat para ubicarse más cerca del hombre común que de la estrella de la música, ese artista consagrado por el público y consultado por la prensa sobre los temas más variados: el fútbol o la situación social y política de diversos países. Porque, de algún modo, a lo largo de varias décadas acumuló diversas “nacionalidades”.

La Argentina

“Cuando hacía los carnavales y había muchos asaltos iba con un empresario que tenía un guardaespaldas llamado Peligro. Por eso yo viajaba por el Gran Buenos Aires con Peligro”, decía Serrat sobre aquellos primeros tour de force que ha hecho en los primeros años en que visitaba la Argentina. “Por el 71 o 72 se hacían cinco o seis clubes por noche. Ibas de Luján a Berisso, y de Comunicaciones a San Lorenzo”. La relación con nuestro país siempre fue entrañable y permanece indisoluble.

Sus primeras visitas son de finales de la década del sesenta. El bautismo en nuestras tierras comenzó con un mensaje que mandó en video: “Amigos de la Argentina, soy Juan [sic] Manuel Serrat. Espero estar el próximo sábado, a través de Canal 9, en el programa Sábados de la bondad. Un abrazo a todos y hasta pronto”. Ese fue el primer contacto que el catalán, con su nombre castellanizado, tuvo con el público local. Un spot televisivo, en blanco y negro, de pocos segundos que promocionaba su visita. Era 1969 y Serrat venía de participar en el IV Festival Internacional da Canção Popular de Río de Janeiro, con el tema “Penélope”, que ganó el premio a mejor letra, música e interpretación.

En Chile se le abrieron las puertas de salas como el Teatro Municipal de Santiago y en la Argentina, los canales de televisión. Luego de ese paso por Sábados de la bondad, que conducía Héctor Coire, en sus siguientes visitas tuvo un lugar especial en el programa Sábados circulares de Pipo Mancera. Gracias al carismático showman de aquellos años, Serrat podía cantar desde sus temas que ya se convertían en éxitos hasta declamar a la velocidad de un rayo complejos trabalenguas en catalán: “Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat”, algo así como “Dieciséis jueces de un juzgado comen hígado de un ahorcado”. Franquismo, pena de muerte y reivindicación de la cultura catalana en una frase que tenía más valor simbólico y político que literal.

La despedida

Algunas crónicas sobre su gira de despedida podrían dar cuenta de la condición en la que emprendió la retirada de los escenarios. Esto decía la publicada en LA NACION, sobre el primer concierto en Buenos Aires, de aquel tour, hace poco más de un año: “Cuando no se quiere decir que una persona es vieja se busca algún eufemismo que no evita la sorna: ‘Está grande’, es uno de ellos. Serrat no está grande por viejo sino por la grandeza de su obra y por la estatura artística que ha alcanzado a los 78 años. Por el caudal de su voz, el recurso de la media voz (que es todo un sello de su personalidad como cantante) y los floreos que siempre fueron tan singulares. No tiene necesidad de dejar los escenarios. Pero es su buen tino el que lo ha guiado hasta este tour de despedida. Cuando su voz está en buenas condiciones. Y cuando ha alcanzado con el paso de los años y de los conciertos una buena habilidad extra como ‘estandapero’ que hace reír al público; cuando tiene detrás de sí a una banda que suena muy bien y con el sello de su director musical, Ricard Miralles, con una fuerte personalidad como arreglador. No se puede pretender que este espectáculo ofrezca arreglos modernos, de esta tercera década del siglo XXI, porque eso sería caer en una falsa postura. Y hasta en la caricatura. Incluso, fue Serrat quien dijo en conferencias de prensa de esta gira, con estas o con otras palabras, que es producto de un momento, de un tiempo”.

También dijo que no se retiraba de la vida ni de la música, solo de los escenarios. Es posible que si hay más canciones haya también un próximo disco, quién sabe. (Si decimos que es un hombre de su tiempo, sigamos utilizando la palabra “disco”).

 

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