Los primeros años de vida son cruciales para los niños. Aquellos que reciben protección y cariño durante su primera infancia tienen más probabilidades de sobrevivir y crecer saludablemente, de tener una mayor autoestima y de desarrollar en gran medida sus aptitudes cognitivas, lingüísticas, emocionales y sociales, según Unicef.

Sin embargo, hay muchos chicos y chicas que nacen en contextos donde prevalece la violencia, el descuido y la negligencia, factores que atentan contra un crecimiento deseado. Además, muchos de ellos presentan las llamadas heridas de la infancia, siendo el abandono la más frecuente.

La herida de abandono no tiene que ver con la ausencia física necesariamente, sino también con abandonos emocionales. Niños que crecieron en familias disfuncionales o que por distintas circunstancias como duelos, enfermedades físicas o mentales, situaciones de violencia o abuso no pudieron ser sostenidos emocionalmente por quienes eran los encargados de cuidarlos.

“Todas estas heridas tienen un impacto profundo, incluso en la vida adulta ya que afectan directamente la autoestima y la modalidad vincular de las personas”, explica María Scipioni, licenciada en Psicología.

Lo que se suele observar en las personas que sufrieron heridas de abandono es un temor muy grande a ser nuevamente abandonados. Esto hace que generen vínculos de mucha dependencia emocional. Incluso, pueden quedar atrapados en vínculos tóxicos o de violencia.

“Otra característica que encontramos es la dificultad para poner límites, como si estuvieran dispuestos a todo con tal de no ser abandonados nuevamente. Son personas que buscan complacer a los demás, con muchas inseguridades y una autoestima frágil”, sostiene Scipioni.

—María, ¿Cómo influyen estas heridas en esos niños?

—Crecer con estas heridas afecta el desarrollo emocional de los niños. En los momentos que necesitaban ser mirados, cuidados y validados no sucedió, por distintas circunstancias, y eso genera sentimientos de inseguridad y de poca valía, lo que da lugar a una autoestima muy frágil y problemas en las relaciones interpersonales que se arrastran a la vida adulta si no se trabaja en ellas.

Tristeza, enojo, retraimiento y miedo. Intranquilidad, ansiedad, culpa, impotencia, evasión, falta de confianza en sí mismos, vergüenza, soledad y desasosiego. En mayor o menor medida, estas suelen ser las sensaciones y los estados de ánimo que suelen emanar de estos chicos y adolescentes que deben afrontar una situación dolorosa.

—Boris Cyrulnik, neurólogo, psiquiatra y psicoanalista, conocido por ser uno de los referentes sobre la resiliencia, sostiene que una infancia infeliz no determina la vida ¿Cuál es tu reflexión?

—Haber tenido una infancia infeliz, con carencias emocionales, no implica un futuro infeliz. Las neurociencias nos traen conceptos como la plasticidad neuronal y la epigenética, que nos confirman la capacidad de los seres humanos para transformar esos circuitos neuronales y generar nuevos patrones de conducta. Nada está dicho de manera definitiva. Es necesario realizar un trabajo profundo que permita revisar el pasado, no para quedarse anclado al dolor de esa infancia vivida, sino para entender de dónde vienen esos temores, esa ansiedad o esas inseguridades, y a partir de ahí, poder empezar a cambiar la historia. No se trata de negar lo que sucedió, sino de encontrarle un sentido a lo vivido, un aprendizaje.

Lo que sucedió en nuestra infancia, por más doloroso que sea, no podemos cambiarlo. Debemos aceptarlo como parte de quienes somos. Lo que tenemos es la responsabilidad de trabajar con ese dolor para construir un futuro distinto. Una vida que valga la pena ser vivida.

—¿Qué importancia tiene el hecho de poder encontrar y confiar en adultos significativos que los ayuden y validen sus emociones?

—El hecho de encontrar adultos significativos en quien confiar es crucial para facilitar estos procesos de resiliencia. Hay ahí un doble juego, el hecho de poder encontrar esas personas dispuestas a ayudar y, por otro lado, el de aceptar la vulnerabilidad y dejarse ayudar.

Cuando digo aceptar la vulnerabilidad, no me refiero al lugar de víctima, sino al hecho de poder reconocer esa carencia infantil, el identificar la herida para poder trabajar ahí en su cicatrización. Eso es lo que marca la diferencia entre las personas que pueden salir adelante y transformar su dolor, de aquellas que se quedan atrapadas en sus heridas.

—¿Cómo hacer para no quedar atrapado en esas heridas de la infancia y poder construir una vida mejor?

—Trabajando mucho en uno mismo, atentos de no quedar atrapado en el lugar de víctima y tampoco en el lugar de omnipotencia o sobreadaptación. No somos culpables de lo que hicieron con nosotros, pero si somos responsables de lo que hacemos con eso. Esto es algo que se trabaja mucho en los procesos terapéuticos, poder dar vuelta la página y empezar a tomar decisiones sobre la propia vida. Hasta acá otros decidieron como pudieron, generando mucho dolor, pero de ahora en más es responsabilidad de uno aprender a cuidarse, a valorarse, establecer vínculos sanos, de confianza y respeto. Esto es un gran aprendizaje que deben hacer las personas que han pasado por estas heridas de infancia, es todo un proceso que lleva a la transformación.

—El rol de la escuela

—La escuela puede ayudar enormemente porque puede ser una segunda oportunidad, donde esos niños pueden volverse visibles, ser mirados, sostenidos emocionalmente, valorados y validados. La escuela puede ser un lugar de reparación que posibilite la resiliencia. Pueden encontrar allí, por ejemplo, a través de su grupo de pares, el reconocimiento de alguna habilidad deportiva y a partir de allí empezar descubrirse valiosos para otros. O pueden encontrarse con docentes que confíen en ellos y los acompañen amorosamente en los procesos de aprendizaje, aprendiendo así a confiar en ellos mismos. Se trata de nuevos escenarios para descubrirse y desde donde poder brillar.

—¿Cuál es la importancia de encontrar el sentido a la vida a la hora de volver a empezar?

—Lo importante es encontrarle un sentido a ese dolor. Entender que existe un para qué. Una posibilidad de aprendizaje detrás de esas experiencias vividas. Una vez que uno encuentra ese sentido puede salir fortalecido y empezar a ver más allá de esas heridas. Identificando las fortalezas que pudo haber dejado el atravesar una infancia turbulenta. Y, tal vez, no sea un volver a empezar, porque uno no puede borrar esas experiencias de infancia, pero sí se puede integrar esas experiencias traumáticas o dolorosas y hacerlas parte de uno, sabiendo que uno es mucho más que esas experiencias. También es la capacidad de volver a intentar, la fantasía que permitió creer que había un futuro mejor, la perseverancia que permite ir en busca de ese futuro distinto, feliz.

Flexibilidad, capacidad para encontrar soluciones a los conflictos y para adaptarse a los cambios, generación de nuevos lazos afectivos, autoestima alta, creatividad, sensibilidad y capacidad para proyectar desafíos y llevarlos a cabo son alguna de las características que poseen estos chicos y adolescentes que logran transformar su triste experiencia en algo mucho más positivo. También poseen habilidad para manejar de manera constructiva el dolor, el enojo y la frustración, buen sentido del humor, optimismo, perseverancia, empatía, solidaridad y capacidad de perdón. Son jóvenes que suelen responder adecuadamente frente a los problemas cotidianos, son más flexibles y sociables, con buena capacidad de autonomía, de auto-observación y de competencia en el área social, escolar y cognitiva.

—¿Un chico que es resiliente, será un adulto resiliente?

—No necesariamente. La resiliencia no es una habilidad que se adquiere de una vez y para siempre, sino que está en estrecha relación con el entorno, con las experiencias de la vida adulta, con las relaciones establecidas y con las habilidades adquiridas. Es decir, que un niño con características resilientes tiene más chances de desarrollar su potencial y convertirse en un adulto resiliente. Sin embargo, dependerá de la interacción constante entre los factores internos y externos que logre convertirse en un adulto resiliente. El trabajo es continuo y lo bueno es que cada experiencia es una nueva posibilidad de reparación.

 

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