Vaya por delante en la primera frase del artículo: ningún club me resulta más antipático que el PSG. Este PSG moderno, para ser preciso, el brazo armado de Qatar para dominar el mundo. El PSG pre Nasser Al Khelaifi me genera indiferencia, el imaginario futbolístico francés de mi infancia lo conforman Platini, Giresse y Tigana y equipos como el Marsella, el Girondins de Burdeos y el Metz por un fiasco europeo del Barça de Venables. Pero el PSG moderno da grima, el mayor ‘loser’ del mundo del fútbol, obsesionado por el Barça e incapaz de dejar algo digno para el recuerdo pese a haber comprado con su interminable billetera a cuatro de los cinco mejores talentos puros de las últimas décadas: Ibrahimovic, Messi, Neymar y Mbappé. Solo le faltó Cristiano, pero aún tiene tiempo el inefable Al Khelaifi.

Cuatro de estos cinco jugadores jugaron en el Barça, Ibra, Messi y Neymar, nada casual, dada la obsesión del PSG con los azulgranas. Ahora se enfrentan en cuartos de Champions con otro culé en el banquillo, Luis Enrique, el entrenador del Barça que les sometió a una de las mayores humillaciones europeas de los últimos años, el 6-1 en octavos. Y ojo, aquel no era un Barça excelso, era un equipo que ya empezaba su triste ristra de traumas europeos. Pero da igual, nadie palma como el PSG de los petrodólares.

Da igual también que el PSG elimine al Barça, como la última vez que se enfrentaron, e incluso que por esas extrañas carambolas de la vida gane la Champions, ya estuvo a punto de hacerlo el año de la pandemia. El PSG es el mayor ‘loser’ del fútbol europeo no por su incapacidad para ganar Champions sino por su impotencia a la hora de dejar huella en el fútbol. No es, por supuesto, un problema de jugadores. Tampoco lo es de dinero. Lo es de talante, de actitud, de filosofía. El dinero lo puede comprar todo, incluso la Champions de este año, pero no podrá despojar a los parisino-qatarís de su condición de ‘losers’.

En los últimos años, han dejado huella en Europa el mejor Barça de la historia, el alucinante romance del Real Madrid con su competición fetiche, la obra magna de Guardiola en el Bayern y el City, el rock and roll del Liverpool de Klopp, el Ajax de Ten Hag, De Ligt y De Jong, la persistencia de la Juventus y el Inter de Milán, o las historias improbables del Chelsea, el Atlético de Madrid y el Borussia Dortmund. Este PSG-Estado, soberbio y por encima de las reglas, caprichoso y tiránico, trituradora del talento de grandes jugadores, no ha dejado ni un partido para el recuerdo. Perdón, sí, el 6-1 del Camp Nou.

No es un problema de autenticidad, dinero y propiedad. Muchos clubs de la vieja Europa mantienen su poso aunque hayan caído en la decadencia (Manchester United, Milan) o hayan pasado a manos de grandes fortunas árabes, rusas o estadounidenses. El City es el ejemplo opuesto del PSG. Regado también de petrodólares, otro club-Estado, los mancunianos están haciendo historia en el fútbol. Ganarán más o menos (y han ganado mucho y probablemente aún les falta mucho por ganar), pero de ellos hablarán los futboleros durante años.

El problema con el PSG es que es un cuerpo extraño, un capricho de adolescente que se inventa un club nuevo en la Play, le diseña una camiseta extravagante, ficha a todos los cromos, se planta con un 3-3-4 en el campo y se cree el mejor. Es contracultural en el peor sentido de la palabra. El fútbol está hecho de dinero, jugadores, victorias, derrotas y títulos, pero también de intangibles. El PSG no posee ninguno que remita a la tradición futbolera, es un invento de laboratorio, un club de probeta.

Mbappé lo entendió. Aun así, a la primera le pudo más la cartera que su amor al juego, (como a Neymar en su momento) pero a la segunda ya huye escaldado, el tiempo dirá si demasiado tarde. Quién sabe si el PSG eliminará al Barça y acabará ganando esta Champions, pero aun así seguirá siendo el club más ‘loser’ del mundo. ¿Cómo definir si no a quien a lo largo de los años ha dilapidado tantísimo talento sin haber creado ni un solo sueño, ni un instante mágico, ni un triste episodio mítico el aficionado pueda recrear con los años? ¿Quién exclamará en unos años: “¿Os acordáis de ese PSG? ¡Qué manera de jugar!”? No se me ocurre mayor fracaso para un proyecto futbolístico.

 

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