Se llamaba Norberto Isidro Gianola y había nacido el 19 de octubre de 1922. Para todos era Beto. Murió tempranamente a los 59 años tras sufrir un ACV, el 17 de abril de 1981. Fue pedicuro, policía y entrenador de basquet y pasados los 30 empezó a escribir glosas de tango para las orquestas. Después las recitó y descubrió que le gustaba eso de estar en un escenario, tanto que se anotó para estudiar teatro y no paró hasta el final.

Cuando murió, estaba haciendo La noche de la basura, que escribió, dirigió y protagonizó. “Mi papá integraba una barra de poetas de Flores donde estaban González Tuñón, Girri, y para entrar tenían que cumplir tres pruebas: conquistar a una chica de la barra, escribir una poesía y batirse a duelo, a primera sangre, con uno de los integrantes”, relata Fabián Gianola, hijo de Beto.

Hizo mucho teatro pero la televisión le dio popularidad. Fue parte de Yo soy porteño, Porcelandia, TV risas, Distrito Norte, que fue el primer programa de televisión que salió de gira por teatros. Escribió guiones para novelas y tres piezas teatrales. “Hizo La noche de la basura, Teléfono medido y una que quedó inconclusa que se llama Los esquimales viven cerca; a los esquimales los llevan a la nieve cuando llegan a determinada edad y los dejan morir y mi papá decía que en nuestra sociedad pasa algo parecido con los ancianos, que los meten en un geriátrico o los aíslan en una habitación de la casa. Ni mi hermano, Gabriel, ni yo nos animamos a terminar de escribirla”, se sincera Gianola.

En televisión, Beto también hizo El soldado Balá, Los muertos, Alta comedia, Bernardo, Aventura ‘77, Mañana puedo morir, El otro y Daniel y Cecilia. Y en 1981 su último trabajo fue en Un día 32 en San Telmo. En 1966 trabajó en la obra Un viejo olor a almendras amargas y luego en Así es la vida, La próxima vez te lo diré cantando, El círculo de tiza caucasiano, Un enemigo del pueblo, He visto a Dios, 25 sin nombre, entre otras.

Filmó decenas de películas, como Adiós muchachos, La casa del ángel, Continente blanco, El secuestrador, Un guapo del 900, De los Apeninos a los Andes, Rosaura a las Diez, Las apariencias engañan, Patapúfete, Esto es alegría, La buena vida, Dos quijotes sobre ruedas, Crónica de un niño solo, Los tímidos visten de gris, Breve cielo, el Gordo catástrofe, El gordo de América, Yo maté a Facundo y Fuiste mía un verano. Y en 1979 hizo las últimas: De cara al cielo, Millonarios a la fuerza y Hormiga negra.

“Yo tenía una relación excelente con mi papá”, recuerda su hijo Fabián. “Era muy presente, amoroso, de llevarnos a la cancha -agrega-, a comer, a comprarnos ropa, pasear, viajar, ir a ver cine y ver títeres en el Teatro San Martín. Me crié con un papá que leía tres diarios y nos mostraba lo que significaba cada noticia y por qué una noticia estaba en la misma página que otra, qué necesidad tenía el diario de contar qué cosa”.

Beto era “muy fumador” y eso lo llevó indefectiblemente a una muerte temprana. “Estuvo 13 días internado luego del ACV. Se descompuso el 4 de abril cuando estaba haciendo La noche de la basura, que escribió, dirigió y protagonizó. Yo era el asistente de dirección. Tuvo dos operaciones de microcirugía encefálica que le hizo el doctor Raúl Matera, una eminencia. Teníamos una relación entrañable, nos gustaba mucho el fútbol. Yo jugaba en Platense y él me seguía, me llevaba y me traía de la cancha, me iba a ver jugar siempre. No sé cómo hacía, pero siempre estaba. Era un personaje muy porteño, muy querido por sus amigos. Y era celoso con mi vieja y ella con él; se amaban. De hecho, mi mama, María Ileana, murió pocos años después. Quedó muy triste y nunca más se recuperó. Estuvieron juntos toda la vida”.

María Ileana y Beto se conocieron en una confitería de Flores, barrio en el que los dos vivían. “Me hubiese gustado que conociera a mis hijos”, se emociona Fabián. “Era cálido. Mi hermano y yo fuimos criados en un ambiente de amor, cuidado y hoy los dos somos muy familieros”.

Para Fabián, su vocación actoral nació de tanto acompañar a papá Beto al teatro. “Tengo anécdotas hermosas, como una de mis cinco años, contestándole a mi papá desde el palco del Teatro Alvear cuando hizo El casamiento de Laucha. Hacía de un comisario y decía un monólogo. Cuando terminó de hablar yo dije: ‘bien dicho, papito’, bien fuerte, y la gente se rio. Murió cuando le había empezado a ir bien. Yo tenía 18 años y todavía no había empezado a actuar. Poco tiempo antes le había confesado que quería ser actor y me alentó mucho. A partir de eso empecé a estudiar teatro con Alejandra Boero y también a manejar un taxi para ayudar en mi casa”.

Hace muchos años, Fabián tuvo un sueño con él. “Yo estaba ensayando una obra suya, Teléfono medido, y me costaba mucho. Entonces soñé que le preguntaba tres cosas: por qué no volvía a trabajar, si sabía que estaba haciendo una obra suya y si me había visto actuar. Y él me respondía que me había visto en Seis personajes en busca de un autor. Encuentro muchos paralelismos entre la carrera de mi papá y la mía: él ganó un Martín Fierro cuando yo nací, en el 63. Y yo gané un Martín Fierro cuando nació mi hija mayor, en el 95. Hice teatro con Emilio Disi y Tristán. Interpreté a un gánster italiano enamorado de Tristán vestido de mujer. Y un día entré a casa a las 3 de la mañana, prendí el televisor y vi a mi papa haciendo un gánster italiano enamorado de Porcel vestido de mujer. Era la misma obra de Hugo Sofovich que había hecho en cine y en teatro, el mismo personaje. Otro es que yo hacía Los Benvenutto y trabajaba al mismo tiempo en el Teatro San Martín y mi papá hacía Porcelandia y trabaja en el San Martín. Fue un gran ejemplo como padre primero y como profesional después. Me marcó a fuego porqué terminé haciendo de la profesión y vocación de mi papá la mía, y se lo agradezco”.

 

Facebook Comments