En un planeta donde las guerras avanzan en forma endemoniada y la violencia de las sociedades es moneda corriente, les tengo una buena noticia. En el mundo ecuestre, la violencia tiene sus acciones en baja. Que venimos de algo muy malo, es cierto, y que los avances no son lo veloces que nos gustaría, también. Pero Roma no se edificó en un día. Sería bueno recordar que, en un pasado no tan lejano, la brutalidad disfrazada de mano dura era la tendencia seguida por todos. Al decir todos, me incluyo y son pecados que algún día he de penar desde un punto de vista ético porque desde el lugar de los resultados, esos malos modos ya me han hecho pagar con creces.

Fue un diluvio: el pueblo donde los animales desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos

Analizar la eficiencia de otros tiempos teniendo en cuenta los caballos que quedaron por el camino, nos avergonzaría. Nuestros grandes caballos fueron esencialmente sobrevivientes. Desde tirarle la boca de abajo* hasta taquearlo**, desde montarlo campo afuera y pegarle una buena laceada para mostrarle quien mandaba, hasta galopearlo en una tierra arada creyendo que enseñábamos con el cansancio. He visto mezquinarle comida como castigo, pensando tontamente que el pobre animal podía relacionar el trabajo con el hambre. Pero extenderme en esto me da tanta vergüenza como bronca y si hay algo que ellos nos enseñan, es que enojados pensamos peor.

A lo largo de los tiempos siempre han existido puntos de inflexión. Ya en otra columna, hablé sobre la influencia de la prédica de Martín Hardoy, a mi entender, hombre clave en la historia caballar moderna. Él logró que el garroteador quede en un triste pasado. Podemos recorrer la Argentina como así también países vecinos y no quedan ya personajes que consideren el golpe como camino. Sin embargo, enmascarado de herramienta, en los deportes, subyace.

De a poco, y con criterios modernos de bienestar animal, en las carreras se ha eliminado enormemente la utilización del látigo. Siempre los distintos, en cualquier actividad, caminan delante en el tiempo. Tal el caso de Irineo Leguizamo quien decía usar el látigo porque lo ayudaba en su equilibrio y por si lo necesitaba. El Negro Libré, director de la Escuela de Aprendices del Jockey Club, dice que nunca vio a un burro convertirse en crack por el uso del látigo pero sí, al revés. Si vamos hacia el polo, basta con destacar que en la Final del Abierto Argentino del año pasado, en todo el partido solo se vieron tres fustazos. Eso nos muestra que la potencia e impulsión necesarias se logran con la preparación previa y no con un chirlo desesperado de quien dio vuelta tarde a la jugada, y sin duda, esos ocho deportistas estrellas lo confirman.

Ojo, no todas son flores, queda mucho por hacer. En el polo, creo que podemos dar un par de pasos más en este sentido. Tal el caso de “sangre cero”, que no es ni más ni menos que lo que vemos en todos los deportes: el jugador sangrando no puede continuar hasta que no solucione su sangrado y con los caballos debiese ser igual. Otro punto perfectible refiere a la utilización de la fusta cuando la bocha no está en juego. Repito, se viene mejorando y mucho, y en este camino debemos continuar.

El maltrato en la boca es violencia. El cansancio excesivo, también y tantos otros puntos que quedan en nuestro tintero. En mi caso, en estos temas, tengo mil sensaciones encontradas y la contradicción es un lugar donde abrevo a diario. Por momentos siento que mi relación con los animales en general tiene un grado de amorosidad lógico, pero con algunas actitudes, mi castillo se derrumba. Por ejemplo, si presto un caballo y en un momento del partido le bajan la fusta, lo entiendo. Por otro lado, alguien le levanta la mano a mis galguitas Arenales y Juncal…, y soy capaz de matarlo. Son igual de animales y todos míos, pero una vez más, lo que digo no tiene congruencia con lo que hago.

Generalmente intento llegar a una conclusión en mi columna, pero en este caso la dejo abierta a que cada uno piense dónde está parado en ésta evolución.

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*Tirar de abajo: a un caballo acostado en el suelo, maneado de manos y trabado de patas, se le ponían riendas largas, del bocado a la sidera de otro caballo, que arrancaba hasta darle un cimbronazo en la boca.

**Taquearlo: se le pegaba con el cabo del rebenque en las carretillas, bajo el ojo, para ablandarlo para los costados.

 

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