El 8 de octubre de 2017 Martina Lemos tuvo un control prenatal y monitoreo con su obstetra en Qatar, país al que había viajado junto a su pareja, Damián Arredondo, ya que a él le había surgido una oferta de trabajo como entrenador de vóley.

“Yo me sentía perfecta, más allá de las molestias típicas de esta instancia. Rita (la obstetra) decidió deliberadamente y sin consultarme hacerme un desprendimiento de membranas. Esto es, básicamente, hacer tacto por lo que se separó esta membrana de la pared del útero desencadenando un trabajo de parto. Recuerdo ese momento con tanta nostalgia, unas ganas de abrazar a esa Martina tan entregada y vulnerable sin saber que, en frente, una persona estaba decidiendo sobre el nacimiento de su hijo sin ningún tipo de consentimiento mío”, recuerda, a la distancia.

Anestesiada y con un elástico en la panza

Las contracciones comenzaron horas más tarde, cuenta, y sin saber nada de cómo enfrentarlas le dieron morfina para ayudarla con el nacimiento de Milo. “En este momento, el cuerpo dejó de generar las contracciones y todo se enlenteció. Milo también dejó de moverse como lo venía haciendo. Continué con un monitoreo constante que me imposibilitaba moverme y deambular para generar un trabajo de parto. Estar anestesiada en una cama con un elástico en la panza y la intravenosa para la oxitocina sintética no son amigos del parto que tiempo después deseé haber tenido. Quien estaba de guardia entraba y me hacía tacto dando un resultado poco alentador porque como era de esperar, mi cuello del útero no se dilataba”.

Miedo, angustia, dolor, incertidumbre y desesperanza. Su cuerpo había entrado en shock. Tenía muchas ganas de llorar. Así estaba Martina a minutos de dar a luz a su primer hijo.

Una pareja con 13 años de diferencia

Martina y Damián se habían conocido varios años atrás a través de Facebook, cuando ella decidió agregarlo porque le apareció su nombre en una foto y lo recordaba del club al que ambos habían ido en otra época. “En realidad, siempre me llamó la atención, pero la edad era una súper diferencia. En ese momento, él me llevaba 13 años. A mis 20 esa brecha, si bien era la misma, nos dio la posibilidad de conocernos y hablar a través del chat. Así nos enganchamos y de a poco la relación fue creciendo hasta darnos cuenta que nos sentíamos inseparables”.

El noviazgo, cuenta Martina, fue intenso y hermoso. Y en 2015 a Damián le llegó la propuesta para dirigir a un equipo de Emiratos Árabes. Y casi sin pensarlo, armaron las valijas rumbo a Medio Oriente.

“Nos entusiasmaba imaginarnos de a tres”

Por el trabajo de su marido, primero estuvieron en Emiratos Árabes y luego en Qatar donde nacieron sus dos hijos. Esas desgarradoras experiencias le hicieron dar un giro de 180 grados a su profesión.

Del otro lado del mundo, Martina participó de un cortometraje -como actriz- que se presentó en un festival, trabajó en un jardín de infantes y dio clases de español a las azafatas de Emirates, la aerolínea local.

“Crecimos de golpe los dos porque ambos nos apoyábamos y construíamos nuestras carreras juntos. Estando afuera, tan lejos, nos unimos mucho con Damián y la idea de formar una familia se hizo presente al segundo año de estar viajando por el mundo. Nos entusiasmaba imaginarnos de a tres, teníamos muchas familias alrededor que venían sosteniendo esa vida y nos enamorábamos de solo pensarlo. Tenía muy en claro que quería que fuera él la persona que me acompañara en la maternidad y dar ese paso pese a la distancia con Argentina”.

¿Casamiento de apuro?

Al poco tiempo el trabajo de Damián los llevó a Qatar. Sin bien tenían el proyecto de casarse en algún momento, regresaron a la Argentina a los seis meses del embarazo porque al momento de ingresar en cualquier hospital o sanatorio les pedían el acta de matrimonio. De no presentarla, explica, les decían que de ninguna manera los iban a admitir.

En Qatar, los controles se los realizó en el hospital que les asignaron por el trabajo de su marido y su obstetra era palestina. “Charlamos de varios temas que a mí me inquietaban sobre el embarazo y que no estaba de acuerdo de como los trataban en el país. Por ejemplo, la posibilidad del análisis genético. Lamentablemente, no pude hacerlo ya que en Qatar sólo te dejan pedir tal estudio si el embarazo es un embarazo que tiene indicios de posibles mal formaciones o antecedentes graves en la madre. Sólo en ese caso y frente a un Tribunal de la Salud, uno puede acceder a ese estudio”.

Todo ese panorama le generaba mucha bronca, rabia y hasta ira. No podía entender que teniendo la chance de acceder a un examen genético no fuera posible elegir hacerlo. Estaba muy enojada y apesadumbrada. Pero todavía faltaban unos meses para el parto.

“La partera decidió hacer su entrada triunfal tirándose arriba mío”

Martina estaba acostada en una cama de habitación en un hospital cubano de Qatar. A su lado, se encontraba Damián que a raíz de lo que venía pasando se empezó a preocupar por lo que iba a acontecer son su mujer y su hijo.

Las contracciones se fueron intensificando cada vez más y el momento de pujar comenzaba, pero la partera sólo anotaba cosas en la computadora, observa Martina. Mientras tanto, su marido comprendió lo que decía la pantalla por lo que cuando empezaba una nueva contracción, le decía que pujara, mientras le ponía oxígeno y le acariciaba la frente.

“La partera decidió hacer su entrada triunfal tirándose arriba mío y empujando mi útero para poder expulsar a mi bebé. Esta práctica está totalmente prohibida y desaconsejada por la OMS ya que puede causar diversos y severos daños tanto en la mamá como en el bebé, inclusive generando la muerte. Episiotomía y desgarro para terminar ese parto. Yo lloraba desconsoladamente, exhausta, lo miraba a Milo y no podía dejar de agradecer lo que habíamos logrado. Sentía que algo no había estado bien, pero no sabía qué. Simplemente y más allá de mi estado de shock por recibir a mi primer hijo, me sentía vulnerada, destratada y violentada”, confiesa.

Una segunda experiencia muy traumática

Cuatro años después, un 6 de febrero de 2021, nació Valentino, en plena pandemia, también en Qatar. “Recuerdo de ese momento la incertidumbre y el miedo que sentí porque el hisopado por covid tenía que darte negativo, sino te separaban de tu bebé al momento de nacer por protocolo de salud. Lo único que deseaba era que eso no sucediera. En esta oportunidad elegí un hospital público para mujeres. Me habían contado que un grupo de parteras trabajaba allí y que era posible hacer el seguimiento del embarazo con ellas si todo venía bien. Para mí, fue esperanzador contar con esa posibilidad. Entré a las seis de la mañana. Llamé incansablemente a las parteras, pero nunca aparecieron. El primer golpe llegó. Decidida a no bajar los brazos, le pedí a una amiga (su marido no podía presenciar el parto porque estaba en un hospital para mujeres) que se quede conmigo. Mi trabajo de parto fue en la guardia del hospital junto a Cami que me traía té de la máquina. Las médicas querían que yo esperara en un box sola y que mágicamente mi cuello de útero se dilatara. De ninguna manera, esa Martina no iba a empezar así la bienvenida a su segundo hijo”.

Con cinco de dilatación ya tenía que dirigirse al primer piso, en donde la esperaba la famosa sala de partos. “Recuerdo que los dolores ya se hacían notar, las parteras no aparecían y yo tenía que decidir cómo seguir”.

Si bien llegó la epidural y los famosos tactos, dice que intentó como pudo sentirse protagonista. Hablaba y pedía siempre que podía. Si bien no salió como ella lo había soñado, elige quedarse con esa obstetra que llegó al final, le dio la mano y en medio de unas cuantas personas a su alrededor, le dijo que lo iba a lograr. “Y esa frase, esas palabras, me inundaron de amor, me sentí escuchada y querida. Alguien tenía tantas ganas como yo de ver a mi hijo nacer. No recuerdo su nombre, pero sí su cara con su velo que cubría su pelo. Mi marido entró una hora después del nacimiento y pudo conocer a Valen. Lloramos de emoción, yo me sentía una leona, no entendía mucho, aunque sabía que, de nuevo, habían ocurrido cosas”.

¿Qué hizo con todo lo que le pasó?

Ese mismo año, Martina y su familia regresaron a la Argentina, y ella decidió comenzar su formación como Doula, con el objetivo de brindar apoyo a futuras madres y sus familias durante todo el proceso del embarazo y el nacimiento del bebé.

“Tiempo más tarde esas heridas fueron sanando, sé que puedo hacer que otras mujeres lo vivan distinto. Quiero y tengo la necesidad de informar a las familias con los encuentros prenatales en donde hablamos de parto, lactancia, puerperio, apego seguro, sueño, entorno familiar y duelos. Hoy, esta humilde doula sale a la cancha con toda la energía y entusiasmo para que los nacimientos sean realmente una fiesta”, exclama.

Además, en su sitio web comparte experiencias con grupos de expatriados en Medio Oriente y acompaña el embarazo de las familias que la contactan de manera virtual. “Empatizo muchísimo con el vivir afuera y traer un hijo/a al mundo. Sé, que además de la increíble transformación que es convertirse en mamá, hay que atender, escuchar y empatizar con una mujer que está lejos de sus vínculos afectivos. Está dando un salto a la maternidad sin red de apoyo alrededor. Entonces, ayudar a construir lazos, a hacer grupo es también parte de mi trabajo con esa familia. Yo estoy y necesito hacerles saber que estaré más allá de la distancia. Es tan hermosa esa sensación de gratitud y de agradecimiento que sólo me surgen más y más ganas de seguir acompañando”.

 

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