Contador de historias, hábil declarante o encantador de serpientes. La extraordinaria habilidad de Guillermo Coppola para moldear presente y pasado, en función de borrar los límites entre ficción y realidad, tiñen cada uno de sus recuerdos de una pátina fascinante, inocente y glamorosa. Aun cuando los que sobrevivieron en carne viva la década del 90 saben que de glamoroso o inocente no tuvieron nada.

Aquel incendio de Barrio Parque -que la serie Coppola, El representante, disponible en Star+, describe con lujo de detalles en su último capítulo- fue un momento bisagra en la relación del empresario con Diego Armando Maradona, al mismo tiempo que la culminación de una espiral descendente en la que el astro mundial estaba inmerso. No faltaron las llamas, como cualquier antesala del infierno que se precie de tal; tampoco que el diablo metiera la cola. Pero no todo era desolación, porque aquel verano de 2002, el inframundo había abierto una sucursal en el corazón del paradisíaco y coqueto Barrio Parque.

Tocar fondo

Guillermo Coppola llegó a la casa de Mariscal Castilla 3050 en estado de desesperación. Su representado, su amigo, su “hermano” Diego, estaba totalmente fuera de control. No había manera de contenerlo, y mucho menos decirle que no a cualquier ridiculez que se le ocurriera. En el hotel Hilton, donde se había alojado la noche previa a su partido homenaje en la cancha de Boca (eufemismo de lo que realmente era: su despedida del fútbol), no querían saber nada con ellos, luego de que el jugador disparara con armas de paintball al personal y a las instalaciones del hotel.

El primer impulso fue alojarlo en un campo que tenía el publicista Ernesto Savaglio, por entonces muy amigo de Guillermo Coppola (años después sería el inspirador del eslogan “Haciendo Buenos Aires” para el PRO, y del “+A” que utilizó Sergio Massa en 2015). Sin embargo, la idea no prosperó porque las víctimas de las balas de paintball dejaron de ser personas para pasar a ser el ganado de la estancia. “Salí desesperado a buscar una casa -contaba el representante en una entrevista de 2018-, y encontré una en Barrio Parque ¿Por qué ahí?, porque necesitaba verde, una pileta, un barrio tranquilo. La casa era de un abogado muy conocido, Pablo Capozzi”.

Aunque había más, porque la propiedad tenía una historia previa que la hacía única en el barrio: en esa vivienda lindante a los terrenos del ferrocarril Mitre habían vivido durante muchos años Mirtha Legrand y Daniel Tinayre. Para los vecinos y cualquiera que frecuentara la zona seguía siendo “la casa de Chiquita”. En ella, la diva había dado fiestas inolvidables, donde recibía a sus numerosos invitados desde lo alto de una escalera de madera que dominaba la más baja de las tres plantas que poseía el lugar. También en sus jardines, saludaba cada fin de semana con su mano alzada a las formaciones de vagones que educadamente hacían sonar su bocina al pasar por el lugar. Años después, la estrella le vendió la propiedad al publicista David Ratto, y este, al doctor Capozzi. Es decir, la casa de Mariscal Castilla y Juez Tedín tenía una historia antes de Maradona. A pesar de Maradona.

El día que se incendió Barrio Parque

Aquel domingo 20 de enero de 2002 al mediodía, Guillermo Coppola se preparaba para un almuerzo familiar. Previo a ello había quedado con Diego en pasar por la casa de Mariscal Castilla y dejarle unas cajas de ravioles de seso del restaurant Ligure (los favoritos del astro). Pero cuando llega a la dirección, con la intención de dejar el recado y seguir viaje, se le da vuelta el corazón. En la puerta, el camión Scania patente AVP 115 y el ploteo “DalGian” (Dalma y Gianina) en el que se movía Maradona. De la ventana de la habitación del piso superior, en la que dormía el jugador, salían llamas.

“Golpeo, estaba Mariano el de seguridad, y le digo ‘Andá a ver a Diego’. Se abre la puerta y veo fuego, y sale Maradona todo negro, parecía Pelé. La casa se incendiaba. Le dije que se fuera, y me senté en el cordón de la vereda a esperar a los bomberos. Llegan y les digo: ‘’Por favor, trate de salvar lo que pueda”. Yo estaba destruido. Y cuando parecía que todo había terminado, empiezan a explotar fuegos artificiales dentro de la casa“”.

En esa época, además del paintball, a Maradona se le había dado por los fuegos artificiales. Se los mandaban de regalo. Mañana, tarde, madrugada o noche, cualquier hora era oportuna para descargar una batería de pirotecnia al cielo por varias horas. Maradona escondía un verdadero arsenal en el garaje de la casa de Barrio Parque, y cuando el fuego lo alcanzó, no hubo más que hacer.

Como ya era habitual, nuevamente Coppola intentó tapar el sol con la mano. En un primer momento intentó hacer ver el incidente como un cortocircuito. Con los años, la historia mutó a un descuido del inquilino con el mecanismo del sauna de la habitación, y (a modo de broma) por sobrecarga de la instalación ante el exceso de juguetes sexuales enchufados al mismo tiempo. Nunca el descontrol, nunca el exceso, nunca la negligencia de un ídolo popular desbordado, incontrolable y peligroso.

“Eran las ocho de la noche. Esto había empezado una y media del mediodía. Llego a casa y lo encuentro a Diego jugando al backgammon, como si nada hubiera pasado. Lo llamo a Capozzi, que no sabía nada de lo que había pasado, y le digo si podía venir a la casa al día siguiente. No había casa. Cuando llega lo primero que ve es la calle cortada, se acerca y ve que ya no estaba la reja; el árbol, que era un ombú, se había convertido en una espiga. Todo quemado, los vidrios rotos. Me dijo de todo, que me iba a hacer mierda. Y cumplió”.

Triste, solitario y final

Aunque la cifra exacta nunca trascendió, siempre se dijo que el alquiler de aquella casa de Mariscal Castilla rondaba los 10.000 dólares por mes (12.000 según la serie). Y, si bien era para Diego y su séquito, el que firmó los papeles y puso como garantía su departamento de Avenida Libertador fue Guillermo Coppola. Si el incendio había sido la antesala del infierno, lo que vino después significó para el representante la pérdida de todo el estatus que tanto se había esmerado en construir al lado del más grande del fútbol mundial.

El incendio de Barrio Parque redundó en una demanda por más de cuatro millones de dólares, que Coppola tuvo que afrontar con todo lo que tenía, incluyendo su camioneta último modelo y su departamento de lujo de 326 metros cuadrados en el décimo piso de Avenida Del Libertador 3540. Un departamento que Guillermo habitaba desde 1985, y que había soñado tener desde adolescente. La factura de haber sido durante tantos años el cómplice, encubridor o “ángel de la guarda” (tache lo que no corresponda) de Diego Armando Maradona había llegado. Y era impagable.

En febrero de 2014 se anunció el remate judicial de la vivienda. Un Coppola abatido explicaba los detalles a Telenueve: “En este departamento viví desde 1985. Lo rematan por un cúmulo de cosas. Tiene que ver en parte por la casa de Barrio Parque donde hubo un incendio, tiene que ver en parte por el proyecto de un restaurante que íbamos a hacer sobre la calle Fitz Roy por el que alquilamos tres propiedades, pero no lo realizamos; un libro inconcluso, un crédito bancario con cuotas impagas… En fin, una serie de cosas que no cumplimos. La Justicia acciona contra un bien que está a mi nombre”.

Sin embargo, a último momento, la jueza María José Gigy Traynor dispuso suspender la subasta fijada para el 27 de febrero a las 11.45 a raíz de “un acuerdo arribado por las partes”. Poco después se supo que mediante el esfuerzo de un grupo de amigos, Guillermo Coppola había reunido los cinco millones de pesos necesarios para poder levantar el remate, y afrontar las ocho cuotas que significaron el arreglo con la parte demandante: “Siempre tuve amigos dispuestos a ayudarme. La plata ya está. Tampoco es tan importante el tema del dinero. En la vida aprendí que es algo que va y viene. Hay una frase que yo digo siempre: ‘En mi próxima vida yo quisiera ser mi amigo’. Pero no lo digo por mí, lo digo por la calidad de los amigos que tengo”.

Y vaya si los tuvo y tiene. Pero de todos, hubo uno que fue único e irrepetible, el que le brindó las mayores alegrías de su vida y también los más grandes sinsabores. El que le permitió reflejarse en él, pero mostrándole en ese reflejo las grietas de la imperfección, del calvario, de la desesperación de haber llegado demasiado cerca del sol.

 

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