La Unión Cívica Radical eligió poco tiempo atrás para la jefatura del partido la persona ideal con la que confirmar, sin lugar a duda, no solo su confusión sobre el camino que debe seguir en adelante, sino también sobre dónde está parada en realidad.

Nadie mejor que el senador nacional Martín Lousteau a fin de que alguien encarnara el papel deslucido que viene sufriendo la que fue una de las grandes agrupaciones políticas argentinas, de tantas contribuciones a las libertades públicas, a la pureza del sufragio y a la incorporación, con el ascenso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia de la Nación en 1916, de las clases medias al poder. ¿A qué cabe atribuir la meteórica carrera en el radicalismo de quien resultó ser el ministro de Economía de Cristina Kirchner en los días siniestros en que se pretendió sustraer del campo hasta más del noventa por ciento del precio que llegara a sostener, a partir de cierto nivel, el más importante de sus cultivos, la soja?

¿Qué misteriosas habilidades políticas, que tal vez solo conozcan Emiliano Yacobitti o Daniel Angelici, han hecho encumbrar al sitial que ocuparon Marcelo T. de Alvear, Arturo Frondizi, Crisólogo Larralde, Ricardo Balbín y Raúl Alfonsín a quien como senador nacional no ha sabido aunar a su alrededor sino dos voluntades, sobre los trece componentes del bloque partidario en la Cámara alta, en la votación sobre el DNU 70/2023, enviado por el Poder Ejecutivo al Congreso? ¿Qué clase de jefe partidario es este que queda en tal minoría frente a otros diez senadores en la primera votación que puso de verdad a prueba dónde está el radicalismo en relación con el gobierno de Javier Milei? ¿Renunciará, acaso, como se estilaba en otras épocas como consecuencia de tamaña desautorización?

Hubo al final del debate una abstención, la del senador nacional por Buenos Aires Maximiliano Abad, de quien se esperaba en verdad una definición más categórica frente a la actitud del controvertido presidente del comité nacional de la UCR. Abad ha sido hasta ahora la esperanza de una renovación inteligente, moderna en el alicaído radicalismo de Buenos Aires, pieza clave en el desenvolvimiento histórico del partido fundado en 1891.

Vence en un tiempo más el mandato de Abad de cuatro años como presidente de la UCR bonaerense y lo único que faltaría para acentuar el desgraciado momento que transita el partido es que tome allí su conducción la misma confluencia de intereses que se ha apoderado desde hace años del distrito porteño. Esa convergencia ha promovido a Lousteau a la inusitada posición en que se encuentra. En la despedida de su tropezosa gestión, Gerardo Morales, el anterior presidente, bendijo –faltaba más– la unción de Lousteau.

Entre tales elementos podrían sentirse cómodos los personajes que en nombre de curiosos ideales abandonaron la UCR para irse con el kirchnerismo en municipios, provincias y embajadas. Así las cosas, se explica que la UCR se haya visto maniatada para exigir una depuración de las prácticas corruptas puestas al descubierto en la Legislatura bonaerense, pues han sido parte no pocos de sus dirigentes de componendas aberrantes con el peronismo desde hace algunas cuantas décadas.

¿Qué misteriosas habilidades políticas, que tal vez solo conozcan Emiliano Yacobitti o Daniel Angelici, han hecho encumbrar al sitial que ocuparon Marcelo T. de Alvear, Arturo Frondizi, Crisólogo Larralde, Ricardo Balbín y Raúl Alfonsín, a quien como senador nacional no ha sabido aunar a su alrededor sino dos voluntades en la votación sobre el DNU 70/2023?

Con solo 13 sobre 72 senadores nacionales y apenas 35 diputados nacionales sobre un cuerpo de 257 legisladores no se puede reclamar de la UCR que tome las riendas del Congreso. Pero sí cabe exigirle que procure, al menos, replicar medianamente el ejemplo de quienes, primero con solo 44 diputados nacionales al instalarse por primera vez Juan Domingo Perón en el poder, y al final, por amañes en los procesos electorales, con solo 12 diputados nacionales dieron una lucha tan digna como denodada en la preservación de las sustancias democráticas que hasta el día de hoy se los recuerda.

Gobierna el radicalismo en cinco provincias. Parecen más de lo que son por la gravitación territorial relativa que eso demuestra en relación con otras fuerzas, en particular, Pro, tan alicaído o más que la UCR. Pero también por la personalidad de sus gobernadores: Gustavo Valdés, de Corrientes; Alfredo Cornejo, de Mendoza; Maximiliano Pullaro, de Santa Fe; Leandro Zdero, de Chaco, y Carlos Sadir, de Jujuy. Cuatro de ellos, con excepción de Pullaro, dieron una declaración, junto con los presidentes de los bloques de senadores y diputados, Eduardo Vischi y Rodrigo de Loredo, respectivamente, que se leyó como respuesta a la posición de Lousteau de rechazo al DNU de Milei por considerarlo “inconstitucional”.

Respetamos, dijeron, el camino que eligieron los argentinos “con un claro mandato de cambio” y contribuiremos con las herramientas justas y necesarias. Por si no hubieran sido entendidos, los firmantes se comprometieron a acompañar “las reformas estructurales” indispensables para poner orden en las cuentas públicas, lograr equilibrio fiscal “y no vivir con déficit fiscal como ha pasado en los últimos 65 años”. Declararon también que la inflación, la presión impositiva y la pobreza dejada por el kirchnerismo imponen un cambio cultural que derive en un Estado inteligente, eficaz y simplificado.

Desde luego que la UCR puede ir de cualquier modo a las elecciones de 2027 con candidatos propios, según propone el eterno intendente de Tandil Miguel Lunghi, ¿pero con qué aspiraciones reales? Ya tuvo en 2003, con la candidatura presidencial de Leopoldo Moreau, un preaviso inolvidable. Obtuvo el 2,3 por ciento de los votos en todo el país. ¿Con quienes reconstruir el partido: con los que lo han vaciado en la ciudad y la provincia de Buenos Aires y se manejan con los recursos políticos y de los otros que devenga la conducción de la UBA?

Un Estado moderno será inalcanzable con quienes practican la anacrónica política de aranceles cero para todos quienes quieran entrar en las universidades nacionales. Eso no está nada mal para quienes carecen de recursos, pero es absurdo respecto de quienes disponen de los medios para hacerse cargo de un costo que termina pagando una sociedad empobrecida con reglas de esta clase y que benefician igualmente a decenas y decenas de miles de extranjeros provenientes de países en mucha mejor situación que el nuestro.

Lousteau es, por lo demás, un hombre en exceso conflictivo para tenerlo en cuenta en cualquier organización dispuesta a reconstituirse poco menos que desde las ruinas de las que nunca se recuperó por entero, como el caso del radicalismo al caer en el pozo institucional de 2001.

 

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