Las discusiones sobre las implicancias de la genética suelen ser sensibles y despertar pasiones. Cualquier proposición, hasta la más obvia, debe ser aclarada con cuidado para no generar malentendidos, controversias y rechazos. Transitemos esta área resbalosa con prudencia, confiando en la amplitud del lector.

Un gen es una secuencia de nucleótidos contiguos en la molécula de ADN de las células que contiene información necesaria para la síntesis de alguna macromolécula con función celular específica, habitualmente proteínas. Los genes determinan nuestras características físicas, como el color de ojos y la altura, y, en complejas interacciones con otros genes y con el medio ambiente, también afectan nuestras características personales. La perseverancia, capacidad de trabajo, aversión al riesgo, ambición e inteligencia están todas en mayor o menor medida afectadas por la forma en que las cuatro bases nitrogenadas se ordenaron en un lugar particular del ADN durante la concepción. No es ciencia ficción: solo ciencia.

El corolario del párrafo anterior es inmediato: la genética es en parte responsable de la probabilidad de éxito económico de una persona. La evidencia más rigurosa a favor de esta proposición estaba tradicionalmente basada en estudios con gemelos. En la actualidad, la secuenciación del genoma humano ha ampliado enormemente las oportunidades de investigar estas cuestiones. En un trabajo muy citado, Nicholas Papageorge y Kevin Thom utilizan datos de muestras genéticas de 19.000 adultos del Health and Retirement Study (HRS) de Estados Unidos, que complementan con preguntas retrospectivas sobre sus familias cuando eran niños e información del ingreso actual, obtenida de registros administrativos. El estudio es parte de una nueva rama de la ciencia, la genética del comportamiento, que estudia si diferencias específicas en el genoma entre las personas están asociadas (o no) a diferencias de comportamiento.

Como otros investigadores, Papageorge y Thom encuentran que ciertas variantes genéticas específicas están estrechamente vinculadas a los logros educativos y a los resultados en el mercado de trabajo, en especial al nivel salarial. En otro estudio muy reciente, Thomas Buser y colegas combinan datos genéticos del Registro de Gemelos de Suecia con información administrativa y encuentran evidencia causal de las diferencias genéticas sobre las habilidades cognitivas y los logros económicos. Los autores concluyen afirmando que “los resultados educativos y laborales son parcialmente el resultado de una lotería genética”. En resumen, parece estar claro que los genes afectan (no determinan) los ingresos laborales de las personas.

Ahora un segundo punto central: los genes son transmisibles, hereditarios. Si los hijos heredan los genes que afectan la laboriosidad, competitividad y ambición de sus padres, es posible que tengan más chances de éxito económico, más allá de otros factores no genéticos que sus padres les puedan transferir. (Una digresión: los factores genéticos asociados al éxito económico no necesariamente son todos “virtuosos”: el egoísmo, la insensibilidad, la propensión a la corrupción suelen también ser funcionales al progreso financiero). El mecanismo naturalmente está mediado por un enorme número de factores culturales y de circunstancias del ambiente que afectan las posibilidades económicas de una persona. Pero sería necio negar que la genética influye en los logros económicos.

Ahora bien, la transmisión hereditaria de características personales está lejos de ser inmediata, directa, determinística. Todos conocemos casos de padres e hijos con rasgos de personalidad muy distintos pese a que físicamente se parezcan mucho. El azar en el momento de la configuración genética de una persona funciona como un factor igualador de talentos y habilidades a través de las generaciones. Un hijo holgazán despilfarra lo que construyó su padre laborioso; un hijo ambicioso progresa pese a un padre desganado. El azar en el proceso de transmisión hereditaria de genes contribuye a evitar un proceso de rápida segregación de la sociedad en grupos con características homogéneas.

Esto podría estar cambiando. En los últimos años se ha gestado una verdadera revolución en ingeniería genética de consecuencias imposibles de predecir. Por primera vez en la historia no solo es posible transformar las potencialidades del cuerpo y la mente, sino hacer esas modificaciones heredables. No solo técnicamente es posible hacer que una persona sea hoy más inteligente, más resistente, más rápida, en resumen, más productiva, sino que es también posible que esa ventaja se traslade a su descendencia. Las implicancias en términos de desigualdad podrían ser enormes. La ingeniería genética tiene ya el potencial de ampliar las disparidades entre las personas, y puede hacerlo de forma que estas diferencias se retroalimenten en la distribución futura del ingreso y la riqueza. Jennifer Doudna es una especialista en genética y biología molecular de la Universidad de California, Berkeley, que contribuyó a la edición y modificación genética. En su reciente libro Doudna combina fascinación con las nuevas tecnologías con temor sobre sus consecuencias. Las perspectivas de la manipulación genética son ciertamente inquietantes.

Ante la incertidumbre sobre una nueva tecnología, el planteo intelectual más cómodo suele ser el apocalíptico: la ingeniería genética permitirá bebés de diseño para los ricos que se podrán segregar cada vez más del resto; hasta una posible bifurcación en dos especies diferentes: una élite de los GenRich y el resto de los Naturals, como imaginó el biólogo molecular Lee Silver. Sin llegar a este extremo, no es exagerado aventurar que al menos en un comienzo las nuevas tecnologías de manipulación genética exacerbarán las desigualdades en capacidades a favor de aquellos que ya tienen ventajas en términos de muchos otros factores.

Pero también es posible pensar en escenarios más optimistas. La manipulación genética puede ayudarnos a evitar enfermedades y a explotar nuestras potencialidades a favor de una vida más larga y plena. Y si su acceso en algún momento se vuelve generalizado, puede ser una herramienta para la equidad, contribuyendo a equiparar oportunidades. Después de todo, hoy el azar decide quién tiene ciertas virtudes y quién no: nos parece natural, pero no es necesariamente un sistema “justo”. Una persona bella tiene todo tipo de ventajas en su vida, incluidas las económicas, respecto de una no agraciada; una persona sana tiene obvias ventajas sobre una enfermiza; una persona innatamente perseverante tiene más posibilidades de triunfar que una floja. Por primera vez, eso puede cambiar: con talentos y capacidades parecidos el espacio para grandes diferencias quizás sea más acotado. Resultará vital el control y uso de las tecnologías. Si se usan correctamente, pueden contribuir a un mundo más rico y más igualitario.

Quizás es demasiado pronto para hacer predicciones sobre el impacto concreto de estas nuevas tecnologías revolucionarias. Solo una parece segura: en algunos años el debate sobre desigualdad y manipulación genética va a merecer un espacio mucho más importante que el de esta nota.

 

Facebook Comments