Aunque parezca un plesiosaurio por su largo cuello, Dinocephalosaurus orientalis vivió más de 30 millones antes que estos y está más emparentado con los cocodrilos que no con los plesiosaurios, a pesar de las semejanzas que comparten en apariencia.

Se trata de un reptil marino que vivió en los mares del Triásico durante unos “escasos” dos millones de años pero del que, sin embargo, sabemos bastante gracias a que hemos tenido la suerte de conservar esqueletos completos y completamente articulados.

Un fósil excepcional

En un hallazgo que se puede considerar casi un milagro de la paleontología, en febrero de 2024 se encontró el fósil de un ejemplar prácticamente completo y totalmente articulado de Dinocephalosaurus orientalis, extraído junto con otros cuatro especímenes de unas formaciones de piedra caliza en la provincia de Guizhou, en el sur de China.

El esqueleto mide más de 6 metros de largo y se caracteriza por su larga cola y cuello, con 32 vértebras cervicales. Los expertos que lo han descrito afirman que este cuello tan largo seguramente le servía para cazar más eficientemente en el agua, puesto que aunque era un animal piscívoro sus extremidades no eran las mejores para un cazador acuático.

Este asombroso reptil prehistórico fue descrito por primera vez en 2003 a partir de un cráneo y unas pocas vértebras. Desde entonces se han descubierto más fósiles, todos en el suroeste de China, pero ninguno en un estado tan completo como los que se han encontrado ahora.

Un dragón prehistórico

Dinocephalosaurus orientalis, cuyo nombre significa “reptil de cabeza terrible de Oriente”, era un protosaurio, un grupo de reptiles que vivieron desde mediados del período Pérmico hasta finales del Triásico. Sin embargo, los Dinocephalosaurus – al menos según los fósiles de que disponemos – vivieron un tiempo geológico muy corto, hace entre 245 y 244 millones de años.

Su característica más notable es su larguísimo cuello, que puede recordar a primera vista a los conocidos plesiosaurios. Sin embargo, ambos grupos no están emparentados y, de hecho, ni siquiera comparten muchas similitudes anatómicas: se trata de un caso de evolución convergente, es decir, animales que de forma separada evolucionaron hasta alcanzar un aspecto similar; solo que los plesiosaurios lo hicieron mejor en algunos aspectos.

El método para conseguir esos cuellos tan largos fue distinto en ambos tipos de animales: mientras que en el caso de los plesiosaurios sus vértebras se alargaron a medida que evolucionaban, los Dinocephalosaurus lo alcanzaron mediante mutaciones que les proporcionaron, progresivamente, vértebras adicionales.

Los expertos opinan que este cuello tan largo jugaba un papel crucial en su método de alimentación peculiar dentro de los reptiles marinos prehistóricos: según creen, capturaban a sus presas mediante succión, expandiendo su esófago para crear una diferencia de presión que atraía a los peces hacia su boca. Un cuello tan largo incrementaba la longitud del esófago y, por lo tanto, la eficacia de este método.

Además, al contrario de los plesiosaurios, que tenían aletas, los Dinocephalosaurus tenían patas palmípedas, es decir, cubiertas por una membrana como las aves marinas. Esto sugiere que sus antepasados directos eran animales terrestres que se adaptaron a la vida acuática, pero conservando algunos de sus rasgos.

Pero quizás la característica más particular de los Dinocephalosaurus era su método de reproducción: eran vivíparos, lo que les convierte en una rareza ya que casi todos sus parientes cercanos conocidos son o eran ovíparos. Esto se sabe gracias a un ejemplar descubierto en Luoping (China) que conservaba un embrión fosilizado en su abdomen.

Todo ello convierte a este animal en una auténtica rareza prehistórica, y el hecho de saber tanto sobre ellos y tener incluso un esqueleto completamente articulado lo hace aún más raro, teniendo en cuenta que hablamos de una criatura realmente antigua, anterior incluso a los primeros dinosaurios.

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