¿Cómo olvidar a ese irresistible Robert Redford llegando tardísimo a su propia fiesta en un exuberante castillo de los años 20? Todos lo estaban esperando, el misterio crecía y de pronto el tipo entraba con sus impecables trajes blancos Ralph Lauren y sus corbatas de seda, y se te cortaba la respiración… Bello, seductor, increíble, ese era Redford en El gran Gatsby, película dirigida por Jack Clayton sobre la gran novela de Francis Scott Fitzgerald, que se estrenó en Estados Unidos el 29 de marzo de 1974, hace ya medio siglo.

Fábula sobre los excesos de la sociedad americana de los años 20, y a la vez una historia de amor que esconde una gran tragedia, la película no tuvo buenas críticas a su estreno aunque con el paso de los años se transformó en un clásico del cine. Pero, además, su factura y su rodaje están llenos de historias interesantes, como una Ali MacGraw abandonando el set y a su marido productor del film para huir con su nuevo novio Steve McQueen; un Truman Capote escribiendo el primer guion y despedido por haberlo hecho “demasiado homosexual”; un Warren Beatty y un Jack Nicholson rechazando impensadamente el rol principal; una Mia Farrow quedando embarazada justo antes de empezar el rodaje, etc., etc… Bella y controvertida, así fue El gran Gatsby del 74.

De amores y desencuentros

El director británico Jack Clayton, considerado un especialista en la adaptación al cine de obras literarias, llevaba seis años sin filmar cuando la Paramount le propuso dirigir El gran Gatsby. Los derechos de la novela de Fitzgerald habían sido adquiridos por el productor estrella de la compañía, Robert Evans, que quería regalarle el papel de Daisy Buchanan a su esposa de entonces, Ali MacGraw. Daisy es la niña bonita y caprichosa de alta alcurnia de la que está enamorado Jay Gatsby (Robert Redford en la película). La verdad es que nadie veía a Ali en ese rol pero Evans estaba empecinado así que por allí iba la idea.

El primer convocado para hacer la adaptación del guion fue Truman Capote, que trabajó un tiempo en la novela y entregó una versión que horrorizó a Evans: para él, Capote había “homosexualizado” la historia (se basaba en que los personajes de Nick Carraway y Jordan Baker se habían transformado en gays), así que lo despidió sin anestesia y contrató nada menos que a Francis Ford Coppola, quien por aquel entonces estaba en una pequeña pausa entre los primeros dos Padrinos.

Pero vinieron más problemas: los dos primeros convocados para el papel protagónico fueron sucesivamente Warren Beatty y Jack Nicholson; ambos lo rechazaron. Así las cosas, con el rodaje detenido por tantos contratiempos, Ali MacGraw aceptó rodar La huida, de Sam Peckinpah, y he aquí que en esa filmación se enamoró perdidamente de su coprotagonista, Steve McQueen, y de un día para el otro se escapó con él y abandonó de un plumazo a su esposo y al proyecto Gatsby.

Evans quedó desolado y entre los vapores del alcohol y las drogas (tuvo problemas con las adicciones durante toda su vida) debió salir a buscar urgente otra actriz protagonista. El casting fue muy amplio: Candice Bergen, Cybill Shepherd, Faye Dunaway, Natalie Wood… Finalmente, el papel fue para Mia Farrow y su imagen dulce y etérea. Aunque aquí tampoco todo fueron rosas: Mia quedó embarazada cinco minutos después de firmar el contrato, por lo que hubo que implementar cambios en el rodaje, una adaptación del vestuario (que fue fabuloso, y más holgado para disimular la panza) y un esquema muy cuidadoso en las tomas de las cámaras.

En cuanto al protagónico masculino, central en el film, descartados Beatty y Nicholson, y tras una conversación infructuosa con De Niro, el productor entró en contacto con Robert Redford, en aquel entonces una estrella en alza (ya había protagonizado las exitosísimas Butch Cassidy y Sundance Kid y El golpe, en dupla con Paul Newman) y además increíblemente guapo. Redford aceptó y Coppola reescribió el guion en tres semanas en una habitación de un hotel de París. Todo empezaba a encarrilarse.

El más elegante

El vestuario de El gran Gatsby pasó a la historia del cine casi como leyenda. De hecho, la película ganó el Oscar al Mejor Vestuario (además del Oscar a la Mejor Banda Sonora, a cargo de Nelson Riddle, y el Globo de Oro a la Mejor Actriz de Reparto para Karen Black).

La diseñadora de vestuario Theoni V. Aldredge logró recrear con enorme talento el alma de la alta burguesía del East Coast americano, la opulencia, las fiestas, el brillo, y también la decadencia escondida tras tanto glamour. Los trajes de Ralph Lauren calzaron justo con el espíritu que quería insuflar Aldredge al personaje de Jay Gatsby: trajes blanco tiza y hasta de color rosado, chalecos de seda en tonos mostazas, corbatas rayadas, zapatos bicolor, jerseys sobre los hombros, boinas… Robert Redford interpretó uno de los personajes más elegantes de la historia del cine.

Mia Farrow como Daisy Buchanan usa en la película los clásicos vestidos de los años 20, divinos, de largo midi y sueltos en la cintura (más sueltos en su caso para disimular el embarazo), en colores lavandas o plateados, con larguísimos collares de perlas y vinchas o casquetes de abalorios. En su momento, la Farrow fue muy criticada por su “actuación exagerada” pero todo el mundo cayó rendido frente a su look. Está bellísima.

Mención aparte merecen las locaciones, con una impecable recreación de lo que fueron esos años locos en el mundo de los aristócratas, multimillonarios y advenedizos que circulaban por esas fiestas privadas fastuosas y también banales. La novela de Fitzgerald está ambientada en Long Island y sus fabulosas mansiones, y la película encontró el escenario ideal en Newport, Rhode Island, sede de palacios de nuevos multimillonarios de comienzos del siglo XX: ahí está la enorme mansión del film donde vive Jay Gatsby y donde se suceden sus fiestas extravagantes. Mia Farrow se alquiló una isla privada cercana para resguardar su intimidad durante el rodaje. La locación también sirvió para el casting: muchos extras masculinos que actuaron en las fiestas fueron reclutados en la Escuela de Guerra Naval de Newport por sus cortes de pelo estilo “años 20″.

Pero sin duda una de las mejores recreaciones de la película es la del personaje de Jay Gatsby, ese gentleman de mirada irresistible, esa figura inmaculada que posa junto a su Rolls Royce amarillo, la imagen del tipo de clase que en realidad tiene mucho que esconder… La perfección visual de la película alrededor del propio Gatsby es notable, pero Redford, además, le imprime a su criatura una fragilidad sentimental que traspasa la pantalla, fruto quizás de su eterna lucha para ser mucho más que el más galán de los galanes de Hollywood o por ese dejo de tristeza en la mirada que no puede evitar y que le viene de las tragedias que sufrió en su vida privada por una serie de muertes irreparables: sus pequeñas hermanas gemelas en la infancia, su madre cuando él tenía sólo 18 años y dos de sus cuatro hijos (Scott, que murió de muerte súbita cuando tenía dos meses, y James, que falleció de cáncer de hígado a los 58 años). No fue tan dorada como en el planeta Gatsby la vida del bello Robert.

Y un día llegó Leo

La de Clayton no fue la única adaptación cinematográfica del libro de Francis Scott Fitzgerald. Hubo dos anteriores, apenas recordadas: una primera versión, muda, dirigida por Herbert Brenan, que fue estrenada en 1926 (un año después de la publicación de la novela) y de la que hoy sólo se conserva el tráiler; y la segunda versión, de 1949, dirigida por Elliott Nugent y protagonizada por Alan Ladd. Finalmente, años después de nuestro Gatsby de Clayton, de 1974, llegó la adaptación del director australiano Baz Luhrmann, protagonizada por Leonardo Di Caprio y estrenada en 2013, con todas las luces y la pompa de Hollywood.

Antes del estreno, Di Caprio declaró a la prensa que el de Gatsby era uno de los personajes mejor escritos y más atractivos que había leído en su vida: “Nunca antes me había dado cuenta de la gran tragedia que se esconde detrás de esta historia de amor. Un hombre obsesionado con Daisy Buchanan, que es su pasado, a quien necesita poseer para convertirse en ese hombre triunfador, hecho a sí mismo, que siempre soñó ser”.

La versión de Luhrmann es un despliegue de efectos digitales, con un estilo barroco, casi operístico, muy característico de la estética del director de Moulin Rouge y Romeo y Julieta, y tildado en su momento por algunos críticos como “desmesurado”. Aquí también el diseño de producción es una de las estrellas: los trajes son de Brooks Brothers, la histórica sastrería de los Estados Unidos, los vestidos son de Prada y las joyas de Tiffany`s.

Más allá de cualquier desmesura, la interpretación de Di Caprio es impactante, de una complejidad que no logró ninguna de las anteriores. No seduce quizás con el glamour que emanaba de Robert Redford, pero lo hace desde una profunda encarnadura. En cualquier caso, ambos se complementan para terminar de dibujar a la magistral criatura de Fitzgerald que, como alguna vez dijo Luhrmann, es “el Hamlet americano”.

 

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