Setenta y dos metros no llegan siquiera a la longitud de un campo de fútbol profesional, pero son el número exacto al que descendió nadando sin ayuda el apneísta italiano Umberto Pelizzari en 1992.

Así lo cuenta el divulgador científico Bill Bryson en su libro Una breve historia de casi todo, en el que explica que los seres humanos no solo no podemos respirar bajo el agua —1.300 veces más pesada que el aire—, sino que además nuestro cuerpo no está acondicionado para soportar la presión.

Cada 10 metros de profundidad, la presión aumenta una atmósfera. A la profundidad oceánica media, es decir, a 4 kilómetros de profundidad, la presión equivaldría al peso de 14 camiones cargados de cemento ubicados uno encima de otro. En la Fosa de las Marianas, el punto más hondo del océano, la profundidad llega hasta los 11 kilómetros.

Y es que, como dice Bryson, “desde la fosa oceánica más honda hasta la cumbre de la montaña más alta, la zona que incluye el total de la vida conocida tiene un espesor de solo unos 20 kilómetros”. Gran parte del planeta es demasiado cálida, o fría, o seca, o elevada para la adaptabilidad humana: “Nada menos que el 99,5% del volumen del espacio habitable del mundo queda, según una estimación, en términos prácticos, completamente fuera de nuestros límites”.

En el calor del desierto, a pie y sin agua, la mayoría de las personas sufriría delirios y se desmayaría. Ante el frío, aunque los humanos somos mamíferos, a causa del poco pelo no podemos retener demasiado el calor; es por ello que, incluso con un clima benigno, la mitad de las calorías que consumimos se usan para mantener el cuerpo caliente. Entonces, así tengamos suficiente agua, ropa, cobijo, las partes de la Tierra en las que podemos vivir representan “solo el 12% total de tierra firme y el 4% de toda la superficie si incluimos los mares”, dice el autor del libro.

Lo cierto es que, si se consideran las condiciones existentes en los planetas vecinos —y en el resto del universo conocido—, lo que sorprende, Bryson dixit, no es que utilicemos tan poco de nuestro planeta sino que hayamos conseguido encontrar uno en el que podamos utilizar algo. La mayoría de los lugares de nuestro propio sistema solar son significativamente más inhóspitos y menos propicios para albergar vida. ¿Cuánta “suerte”, entonces, hemos tenido para vivir en este planeta habitable?

El caso Venus

Por un lado, estamos, “en un grado casi sobrenatural”, a la distancia exacta del tipo exacto de estrella para que esta irradie suficiente energía, pero sin que sea tan grande como para que se consuma enseguida. Según estimaciones, si la Tierra hubiera estado solo un 15% más alejada del Sol o un 5% más cerca, habría sido inhabitable.

Un caso que lo ejemplifica es Venus, donde el calor solar llega solo dos minutos antes que en la Tierra, pero esa sutil diferencia hace que nuestro planeta haya podido conservar agua en su superficie y Venus no. Los científicos consideran que los átomos de hidrógeno venusianos escaparon al espacio cuando se consumió el agua y los de oxígeno se combinaron con el carbono, creando una gaseosa atmósfera de dióxido de carbono de efecto invernadero. Su temperatura superficial ronda los 470ºC y su presión atmosférica es 90 veces mayor que la terrestre.

En cambio, el magma terrestre creó las emanaciones de gas que ayudaron a que se formara una atmósfera y el campo magnético que nos protege de la radiación cósmica. Las placas tectónicas agitan y renuevan la superficie: si la Tierra fuera totalmente lisa, estaría toda cubierta de agua.

Asimismo, en el globo terráqueo existen los elementos necesarios para mantenernos con vida, como el oxígeno, el carbono y el hidrógeno; necesitamos hierro para fabricar hemoglobina, cobalto para formar vitamina B12, potasio y sodio para los nervios, molibdeno, manganeso y vanadio para las enzimas, entre otros.

Además, sin la influencia estabilizadora de la Luna, nuestro planeta “se bambolearía como una peonza al perder impulso”, pues esta hace que la Tierra gire a la velocidad y en el ángulo justos.

En suma, a diferencia de los astros vecinos, nuestro planeta cumple con cuatro “ventajas” principales: su emplazamiento, sus elementos y proporciones, la existencia de la Luna y un excelente timing. Para usar las palabras de Bryson, “si no se hubiera producido una larga serie de acontecimientos inconcebiblemente compleja, que se remonta a unos 4.400 millones de años atrás, de un modo determinado y en momentos determinados”, no estaríamos aquí.

Si te ha interesado este tema, puedes encontrar más información en el libro “Una breve historia de casi todo, publicado por RBA, en el que el divulgador científico Bill Bryson explica el fundamento del sistema solar, la historia del átomo, las células y hasta la historia de cómo desapareció el último pájaro dodo.

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