El megalodón (Carcharocles megalodon) era un monstruo marino insaciable. Hace años el análisis de restos de las piezas dentales desveló que estas enormes criaturas situadas en la cúspide de la cadena alimentaria podrían llegar a los 16 metros de largo. Sin embargo, aquel megadepredador se extinguió hace unos 3,6 millones de años, mientras que su pariente, el tiburón blanco, ha sobrevivido hasta nuestros días. Este extraño acontecimiento alimentó durante años la hipótesis de que estos gigantes del océano podrían haber desaparecido como consecuencia de la competición por los recursos con el gran tiburón blanco. Pero ahora un nuevo estudio de Universidad de California (UCLA) han llegado a otra conclusión: es posible que los mayores depredadores marinos de la historia no fuesen unos asesinos de sangre fría.

Sí, eran aniquiladores, pero no de sangre fría, sino de sangre caliente, igual que su principal competidor: el tiburón blanco. Según los científicos, podía mantener una temperatura corporal de unos 7º C superior al de agua circundante, una diferencia de temperatura mucho mayor que la que se ha determinado para otras especies que cohabitaron con estos monstruos marinos y que, según los científicos, era lo suficientemente grande como para categorizarlos como criaturas de sangre caliente. Es más, su temperatura media era tan elevada que requería una gran cantidad de energía para mantenerla, lo que, según esta nueva investigación, pudo llevar a estos colosos del mar a sucumbir cuando los recursos empezaron a escasear.

Estos grandes depredadores podrían mantener una temperatura corporal de unos 7º C superior al de agua circundante

Peces de sangre caliente

«Estudiar los factores que provocaron la extinción de un tiburón depredador de gran éxito como el megalodón puede ayudar a comprender la vulnerabilidad de los grandes depredadores marinos en los ecosistemas oceánicos modernos que experimentan los efectos del cambio climático», afirma el investigador principal, Robert Eagle, profesor adjunto de Ciencias Atmosféricas y Oceánicas de la UCLA y miembro del Instituto de Medio Ambiente y Sostenibilidad de esta universidad estadounidense.

Los megalodones pertenecían a un grupo de tiburones que incluye al marrajo y al tiburón zorro. Mientras que la mayoría de los peces son de sangre fría, con temperaturas corporales iguales a las del agua circundante, estos escualos mantienen la temperatura de todo o parte de su cuerpo algo más caliente que el agua que les rodea, cualidades denominadas mesotermia y endotermia regional, respectivamente.

En concreto, estos peces almacenan el calor generado por sus músculos, lo que los diferencia de los animales de sangre caliente o endotérmicos, como los mamíferos, en los que la temperatura corporal se regula en una región del cerebro llamada hipotálamo.

Investigaciones anteriores habían sugerido que el megalodón era endotérmico regional, del mismo modo que algunos de sus parientes actuales. Sin embargo, la dificultad para obtener muestras convertía estas conclusiones en simples inferencias sin respaldo científico. Este estudio, publicado en la revista especializada Proceedings of the National Academy of Sciences, es la primera evidencia científica de que estos escualos eran realmente de sangre caliente.

Isótopos: termómetros imperturbables

Para la elaboración del nuevo estudio, los científicos buscaron respuestas en los restos fósiles más abundantes del megalodón: sus dientes. Uno de los principales componentes de los dientes es un mineral llamado apatita, que contiene átomos de carbono y oxígeno. Como todos los átomos, el carbono y el oxígeno pueden presentarse en distintos isótopos (esto es, un mismo elemento puede contener un número distinto de neutrones). La cantidad de isótopos ‘ligeros’ o ‘pesados’ que conforman la apatita aportan información sobre el lugar en el que vivió un animal, el tipo de alimento que ingirió y, en el caso de los vertebrados marinos, datos como la composición química del agua de mar y su temperatura corporal.

«Se puede pensar en los isótopos conservados en los minerales que componen los dientes como una especie de termómetro, pero cuya lectura puede conservarse durante millones de años», afirma Randy Flores, estudiante de doctorado de la UCLA, quien participó en el estudio.

Dado que la mayoría de los tiburones antiguos y modernos son incapaces de mantener temperaturas corporales significativamente superiores a la temperatura del agua marina circundante, los isótopos de sus dientes reflejan temperaturas que se desvían poco de la temperatura del océano. En cambio, en los animales de sangre caliente, registran el efecto del calor corporal producido por el animal, por lo que los fósiles indican temperaturas más cálidas que el agua marina en la que vivían.

La sangre caliente se convirtió en una trampa mortal

Al tener un cuerpo más caliente, el megalodón pudo moverse más rápido, tolerar aguas más frías y extenderse por todo el planeta. Pero la misma ventaja evolutiva que contribuyó a su expansión pudo haber sido su talón de Aquiles, según sus investigadores. El descenso de la temperatura provocado en el período del Plioceno, hace entre 5,3 y 2,5 millones de años, provocó cambios ecológicos a los que el megalodón no pudo sobrevivir. Mantener un nivel de energía para preservar la temperatura corporal requería un apetito voraz que no pudo alimentar en un contexto de escasez de alimento y competencia directa con su primo más pequeño, el gran tiburón blanco, que acabó imponiéndose como gran depredador marino de referencia.

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