Egipto es el Nilo, como le gusta recalcar a los egipcios, ya que pese a ser un país gigantesco —un millón de kilómetros de superficie; el doble que España, la vida se circunscribe a la delgada línea verde que crece a ambas orillas del gran río. El resto es un desierto inhóspito. Egipto es también El Cairo, una ciudad insufrible, caótica, polvorienta y con un desbarajuste arquitectónico difícil de igualar, pero que, sin embargo, termina por ser subyugante y atractiva. El Cairo hay que vivirlo y conocerlo para decir que conoces el país.

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