En el curso de la historia, hay ocasiones en que ciertos nombres se elevan a la cima y resuenan a través de los siglos hasta llegar a nuestros días. Sin embargo, en otros casos, aunque desempeñaran un papel fundamental en el devenir de los acontecimientos, la figura de otros personajes permanece en la penumbra, relegados a un segundo plano, y con su protagonismo minimizado a pesar de la importancia de sus contribuciones.

Uno de esos personajes es Alfred Russel Wallace, cuya contribución a la teoría de la Evolución resultó ser fundamental, pero cuya figura ha sido eclipsada por la prominencia de otro gran personaje: el reconocido padre de la evolución, Charles Darwin. 

Desde sus intrépidas expediciones por selvas inexploradas hasta su incansable labor científica, Wallace dejó una huella indeleble en el campo de la biología y en la comprensión de la vida en nuestro planeta, y aunque su nombre puede no ser tan conocido como el de Darwin, el papel de Alfred Russel Wallace en la formulación y desarrollo de la teoría de la Evolución es indiscutible.

La historia de este notable naturalista y explorador, además de geógrafo, antropólogo y biólogo, comienza un 8 de enero de 1823 en la villa galesa de Llanbadoc. Fue el octavo de nueve hijos de una familia de clase media inglesa que, tras pasar un tiempo en Gales, regresaría a Inglaterra, concretamente a Hertford, al norte de Londres, cuando el pequeño Wallace apenas cumplía 5 años. Allí asistió a la escuela Hertford Grammar hasta que las dificultades económicas de su familia le obligaron a abandonar su educación temprana en 1836 y mudarse a Londres con uno de sus hermanos mayores, John, un aprendiz de constructor. 

Pasaría un pequeño periodo con este hasta que muy pronto otro de sus hermanos, William, estuvo preparado para instruirle como aprendiz de agrimensor, y del cual, quizá, heredó su interés por la topografía y la geografía. Alfred y William pasarían varios años juntos desempeñando su trabajo hasta que en 1844, a la edad de 20 años y debido a los problemas económicos y la decadencia del negocio, abandonarían la agrimensura. 

Así, tras un breve periodo de desempleo, Wallace pronto conseguiría un trabajo de profesor de dibujo, cartografía y agrimensura en la Collegiate School de Leicester, donde leyó el Ensayo sobre el principio de la población de Thomas Malthus y conoció al naturalista Henry Walter Bates, quien le transmitió su pasión por la entomología y con quien entabló una profunda amistad. 

Un año después, en 1845, su vida daría un giro de 180 grados, y la muerte de su William motivaría a Wallace a encontrar otro trabajo como ingeniero civil, disciplina a la que dedicaría sus años siguientes fundando incluso una empresa con otro de sus hermanos. 

Los viajes de AlFRED Russel Wallace

Sin embargo, el interés de Wallace por la naturaleza nunca se apagó, y fue así que inspirado por las crónicas de otros exploradores naturalistas como Alexander von Humboldt, William Henry Edwards o el propio Charles Darwin, decidió que él también quería viajar al extranjero como naturalista, por lo que en 1848 zarpó junto a Bates hacia Brasil a bordo del Mischief con la intención de recolectar insectos y otros animales de la selva amazónica para venderlos a otros coleccionistas.

Pasaría 4 años explorando el río negro, el más caudaloso afluente del Amazonas, hasta que decidió regresar a Londres en un viaje marcado por un naufragio y un rescate 10 días después, en los que perdió la mayoría de los especímenes recolectados, pudiendo solo salvar unos pocos de ellos junto a algunos de sus diarios. 

A su regreso mantendría correspondencia y contacto con algunos de los naturalistas más reputados de su época y escribió 6 ensayos académicos y dos libros: Palm Trees of the Amazon and Their Uses y Travels on the Amazon. 

Muy pronto, sin embargo, en 1854, emprendería otros de sus grandes viajes, esta vez por el archipiélago malayo, donde las observaciones de las marcadas diferencias zoológicas entre diversas partes del archipiélago lo llevaron a proponer una frontera zoogeográfica conocida como la línea de Wallace, una línea imaginaria marca el limite biogeográfico entre Asia y Oceanía. 

Su viaje se alargaría por ocho años más, en los que recolectó especímenes de cientos de especies, de las cuales más de 1000 no habían sido identificadas aún. Fue en este periodo que Wallace, entonces defensor de la transmutación de las especies o el Lamarckismo, cambió sus ideas sobre la evolución y empezó a plantearse la teoría de selección natural, por lo que en 1858 envió a Darwin un artículo describiendo la teoría.

El artículo fue publicado, junto a una descripción de la teoría de Darwin, en ese mismo año. La historia de sus estudios y aventuras en el archipiélago fueron publicadas en 1869 bajo el nombre de The Malay Archipelago, libro alabado por múltiples científicos, entre los que se hallaba el propio Darwin – a quien estaba dedicado- y que se convirtió en uno de los diarios de exploración científica más populares del siglo XIX, sirviendo incluso, como lo expresaría el escritor Joseph Conrad, como fuente de información para varias de sus novelas. 

Wallace y Darwin, historia de una amistad y una teoría conjunta

Como decíamos, al inicio de sus viajes Wallace confiaba en las ideas de la transmutación o transformación de las especies, que no en la evolución, que fue un concepto posterior. Sin embargo, ya en su viaje al Amazonas se daría cuenta de que las barreras geográficas podían influir en la distribución de las especies, tal y como recogió en su obra On the Monkeys of the Amazon de 1853. 

Más tarde, en febrero de 1855, mientras se encontraba en Borneo, escribiría On the Law Which has Regulated the Introduction of Species,  obra en la que recopiló y enumeró diversas observaciones generales que conciernen a la distribución geográfica y geológica de las especies, estableciendo las bases de la ciencia que hoy se conoce como biogeografía, disciplina que estudia la distribución de los seres vivos en la Tierra así como los procesos que han dado lugar a esta. 

A comienzos del año 1856 el trabajo de Wallace llegaría a manos de Darwin, quien se mostraría en acuerdo con los planteamientos de este. Darwin, por aquel entonces ya había mostrado su teoría a su amigo Joseph Hooker, y por primera vez especificó los detalles de la selección natural a su colega Charles Lyell, quien pese a no estar de acuerdo con las ideas de Darwin le instigó a publicar su trabajo sobre el origen de las especies, cuyo primer boceto vio la luz en mayo de 1956. 

Dos años más tarde, en febrero de 1858, Wallace se había convencido finalmente de la realidad de la evolución tras su investigación biogeográfica en el archipiélago malayo. Entonces su correspondencia con Darwin ya era fluida, y de hecho, el propio Darwin se serviría de algunas de las observaciones de Wallace para apuntalar su teoría de la Evolución. Ese mismo año Wallace enviaría a Darwin su obra titulada On the Tendency of Varieties to Depart Indefinitely From the Original Type, solicitándole que lo revisara y que se lo mandara a Charles Lyell. Y aunque en su ensayo Wallace no empleaba el término «selección natural», ya esbozaba la mecánica de la divergencia evolutiva de las especies motivada por la influencia del medio. 

Así, Darwin envió el manuscrito a Lyell, junto con una carta que decía: «¡no podría haber escrito un mejor resumen! Incluso sus términos figuran ahora en los títulos de mis capítulos… él no dice nada de publicarlo, pero yo, desde luego, le escribiré y le ofreceré mandarlo a alguna revista».

Fue así que Darwin, Lyell y el botánico Joseph Dalton Hooker, decidieron publicar el artículo de Wallace ante la Sociedad Linneana de Londres el 1 de julio de 1858, acreditando a Wallace como codescubridor de la teoría de la Evolución, lo cual impulsado por el prestigio social de Darwin, situó a Wallace en los estamentos más altos de la comunidad científica. 

La obra final de Darwin, El origen de las especies, sería finalmente publicada en 1859, coincidiendo con el regreso de Wallace al Reino Unido, y a partir del cual ambos naturalistas entablarían una profunda amistad y admiración mutua.

De hecho, tras la publicación del El origen de las especies, Wallace se convirtió en uno de sus defensores más acérrimos de Darwin. Su amistad continuó hasta el fallecimiento de este el 9 de abril de 1882.  A Wallace le llegó su momento algunas décadas más tarde, un 7 de noviembre de 1913, a la edad de 90 años. Varios de sus colegas sugerirían que fuera enterrado, como Darwin, con honores en la abadía de Westminster. Sin embargo, siguiendo sus deseos descansaría para siempre en el pequeño cementerio de Broadstone. Hoy el nombre de Wallace nos recuerda que el progreso científico no se construye únicamente sobre nombres célebres, sino sobre una red de mentes brillantes que trabajan en conjunto para expandir nuestro conocimiento y comprensión del mundo.

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