A lo largo de la historia de la humanidad, una generación tras otra ha tomado el relevo de la anterior, pero nunca —hasta ahora— ese relevo ha estado tan amenazado. El planeta se enfrenta a graves problemas producidos por nuestro actual modelo económico, y las soluciones, aunque hoy factibles, se atrasan sine die. El tiempo, no obstante, nos obliga a decidir qué futuro queremos, y solo los jóvenes podemos tomar el relevo para hacerlo realidad cuanto antes.

Pese a las advertencias de los científicos desde hace más de medio siglo, las emisiones de gases de efecto invernadero en la última década han batido récord. Mientras que el último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) da por “inequívoca” la influencia de la actividad humana en el cambio climático y avisa de la severidad de sus consecuencias si no se limitan estas emisiones, las diversas cumbres COP, el Protocolo de Kioto o el Acuerdo de París parecen papel mojado ante una realidad más que preocupante.

Que los recursos naturales eran limitados lo hemos sabido siempre, pero hemos preferido un crecimiento económico imparable antes que un desarrollo sostenible. Así, según cálculos de la Global Footprint Network, hemos llegado a la situación en que necesitaríamos 1,7 planetas como el nuestro para satisfacer nuestras demandas actuales de recursos naturales. Sin embargo, existe una alternativa y somos los jóvenes quienes debemos luchar por ella. Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y el consumo de recursos finitos es posible, pero requiere sacrificios. El futuro de la humanidad —así como el del resto de los seres vivos— está en juego y el momento de implementar las soluciones que permitan que la Tierra sea habitable se acaba.

La urgencia nos apremia a realizar un cambio de modelo energético: abandonemos definitivamente la producción eléctrica concentrada en grandes centrales térmicas de combustibles fósiles o nucleares y apostemos firmemente por un sistema distribuido basado en las energías renovables. Además, adaptemos nuestros patrones de movilidad y producción a los nuevos tiempos para —abandonando el consumismo— reducir el impacto ambiental de nuestro estilo de vida. El cambio climático nos perjudicará a todos, pero sus efectos serán más graves entre quienes menos tienen. Por ello, reducir las desigualdades y ayudar a que los menos culpables no paguen las consecuencias de los demás es una responsabilidad común. De igual forma, para con la naturaleza, tenemos que recuperar los ecosistemas más debilitados con el fin de evitar la pérdida de biodiversidad y sus graves efectos globales, aunque ello requiera abandonar ciertos cultivos dedicados a la ganadería o a la producción de biocombustibles.

Nuestro modelo energético y nuestro estilo de vida son solo dos de los muchos frentes abiertos a un cambio necesario que garantice la equidad social y ambiental. Los jóvenes somos los más conscientes de estos problemas y de la urgencia de sus soluciones porque somos el futuro, pero este futuro al que aspiramos —pacífico, sostenible, justo e ilusionante— nos lo tenemos que ganar ahora.

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