Ver el amanecer en el mar de Filipinas es una experiencia inolvidable. Para Enrique Álex y su novio lo fue, pero por los motivos equivocados. Surcaban el mar de Bohol en un barquito. Ellos, el mar y un capitán impertinente. “Pero vosotros, ¿qué sois? ¿Sois amigos? ¿Sois hermanos…?”, preguntó el marinero a bote pronto, interrumpiendo la conversación de los dos pasajeros. Lo decía con una sonrisa afilada y una actitud chulesca que Álex ya había detectado en otras ocasiones. “Lo que te están preguntando realmente es: ‘¿No seréis maricones?’, porque esperan que te violentes, creen que vas a mentir, a disimular”, explica este creador de contenido en conversación telefónica. Pero esta vez no quiso hacerlo. “Respondí: ‘Es mi novio’, y entonces pararon las risitas”. Paró también la conversación. Fue incómodo, tenso, pero Álex no se arrepiente. “Antes decía, ‘es mi amigo’, pero mira, es importante para mí, y creo que también puede serlo para las comunidades LGTBI locales. Aunque no tengas un contacto directo con ellas puedes tener un impacto positivo sobre sus vidas contestando, normalizándolo”. Él puede hacer eso en ciertos países como Filipinas, donde la homofobia es social, pero no tiene cobertura legal. Pero tendría que callarse en otros. “Imagínate que esto te pasa en un país donde existen leyes que penalizan la homosexualidad”, lanza. 

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