Los agapornis son unas aves de la familia de los loros que están dotadas de colores muy llamativos, lo que las convierte en una mascota muy preciada para los amantes de estos animales. Sin embargo, además de hacer lo típico de este tipo de aves: cantar, contonearse y moverse de un lado a otro haciendo todo tipo de cabriolas, también son capaces de llevar a cabo un comportamiento insólito en el mundo animal: usan su cara para trepar una pared.

Sí, su cara, o más bien su pico. Aunque pueda parecer una tontería, se trata de un comportamiento nunca antes visto en el mundo de los vertebrados, pues estos animales han evolucionado siguiendo una regla no escrita: todos ellos han desarrollado un número par de extremidades. Según se ha documentado investigación publicada recientemente en la revista Proceedings of The Royal Society B, se cree que es probable que estas aves hayan readaptado los músculos del cuello y de la cabeza de tal modo que les permita avanzar utilizando solo su pico, una habilidad que habrían aprendido a usar del mismo modo que los escaladores emplean sus brazos para avanzar por las paredes verticales.

Según parece, estas aves adaptaron los músculos del cuello y de la cabeza para avanzar propulsándose con el pico.

Aves con una tercera pata

Ahora una nueva investigación llevada a cabo por la Facultad de Medicina Osteopática (NYITCOM) del Instituto Tecnológico de Nueva York ha descubierto que la cabeza es para estas aves lo más parecido a una tercera pata. Son las conclusiones de un estudio realizado por la estudiante de medicina Melody Young y el doctorando Michael Granatosky publicado recientemente en la revista especializada Proceedings of the Royal Society B.

Para averiguar cómo utilizaban estas aves su cuerpo para trepar, los investigadores idearon una serie de experimentos basados en observaciones sobre la especie Agapornis roseicollis. Hacían ascender a cada sujeto de estudio por una especie de rampa artificial con desniveles que iban de los 22,5 a los 90 grados. Registraron su comportamiento captando el movimiento con dos cámaras de alta velocidad, y luego emplearon una pequeña placa de fuerza montada en la parte posterior de la pista para medir la presión que generaba el pico, las extremidades posteriores y la cola cuando cada una de estas partes del cuerpo entraba en contacto con la pista.

Descubrieron que los loros empezaban a usar sus picos cuando se encontraban frente a una rampa de unos 45º y no prescindían de ellos cuando el desnivel alcanzaba los 90º. No solo eso. Se dieron cuenta de que la fuerza que generaban sus picos era de una magnitud igual o mayor a la que se sabe que producen las extremidades de los humanos y otros grandes primates cuando escalan, mientras que la cola ejercía una fuerza mínima, lo que sugiere que quizás emplean esta parte del cuerpo como soporte, y no como una extremidad adicional.

Adaptación evolutiva

Usar una parte del cuerpo como una extremidad extra es tan poco frecuente en el mundo de los artrópodos que los científicos se han visto obligados a preguntarse qué fue lo que desató este comportamiento entre estas aves. Young, estudiante de doctorado de Medicina Osteopática y Ciencias Médicas y Biológicas de NYITCOM, señala que la respuesta probablemente debamos buscarla en la evolución de la anatomía de estas aves.

«Aunque existen muchas aves que trepan paredes verticales, hasta ahora los loros son las únicas documentadas que utilizan la cabeza como tercera extremidad. Este comportamiento parece haber necesitado cambios neuromusculares a lo largo del tiempo, incluyendo músculos flexores del cuello que generan una fuerza adicional y modificaciones en los circuitos neuronales de la columna vertebral», explica la experta.

Otra de las preguntas formuladas por el equipo científico es con qué frecuencia los loros empleaban esta estrategia para trepar. ¿Es algo que hacen a menudo? ¿O solo cuando se encuentran en apuros? ¿Hasta qué punto han incorporado esa ‘tercera extremidad’ como un comportamiento natural en su día a día?

Para intentar responder a esta pregunta, el profesor. Granatosky ha enviado a sus alumnos a observar de cerca una bandada de cotorras de pecho gris que ha anidado en el cementerio de Green-Wood, en Brooklyn. A la espera de que se publiquen los resultados, espera que los agapornis y las cotorras ayuden a esclarecer por qué estos animales adoptaron este comportamiento tan inusual. Todo vale a la hora de abrirse paso.

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