Las imágenes de colas interminables de alpinistas esperando su turno para coronar el Everest forman parte del imaginario colectivo. Una práctica numerosas veces denunciada y que con los años ha logrado convertir en una frivolidad lo que hace tiempo era una gesta destinada a unos cuantos valientes y destacados alpinistas.

Esa mutación en negocio de alto riesgo masificado de la montaña más alta del mundo se ha expandido este último año a la segunda cima más peligrosa del planeta: el K2.

En datos que recoge el diario El País es fácil detectar la multiplicación de los turistas que en apenas unos meses han podido presumir en sus redes sociales de haber llegado a lo más alto de todo un ochomil.

De hecho, sólo el pasado 22 de julio coronaron el K2 más personas que en los 42 años que pasaron desde el primer ascenso, en 1954, a 1996: 145 en sólo un día.

En un vídeo difundido en Instagram por el alpinista Mingma G se obsera el colapso en la llegada a la cima, con decenas de personas paradas esperando su turno, ajenos a los peligros mortales que esconde una de las montañas más duras de conquistar.

Para entender aún más la locura que supone abrir al turista inexperto el ascenso destinado a los más duchos en alpinismo, basta con saber que desde que se coronó la cima por primera vez hasta el 21 de febrero de 2021, el K2 sólo tenía 377 cumbres registradas.

La que hasta ahora permanecía como cima ajena a las modas del turismo extremo y altamente peligroso que tiene su mayor negocio en el Everest, ha visto cómo se han llenado sus complicados caminos de agencias y guías que trabajan codo a codo con los sherpas para aumentar la parte del pastel de cada uno.

Mientras, entre seracs y su correspondiente peligro de desprendimiento y recuerdos de tragedias que susurran los gélidos parajes de este peliagudo ochomil, los turistas y poco preparados entusiastas de la extrema adrenalina sonríen ajenos a los posibles desastres.

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