Cuba siempre fue un lugar críptico para cualquier foráneo. Mucho antes de que la pandemia pusiera un nuevo punto y aparte en la historia del mundo, y también en la de esta isla, el viajero aterrizaba en el aeropuerto José Martí de La Habana con la cabeza llena de preguntas sobre un país cuyo poderoso imaginario, las filias, las fobias y los clichés generados entorno a él, aturden. Otros destinos en cualquier rincón del planeta tienen la ventaja de que uno inicia el viaje consciente de su ignorancia. Pero una de las muchas peculiaridades de este lugar es que todos tienen alguna opinión sobre él, sobre su historia y sus históricos dirigentes, sobre su sistema político. Cuba confronta al viajero, a veces lo abofetea, con su realidad escurridiza y difícil de definir y siempre, siempre, lo deja con nuevas preguntas sin contestar. 

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