llorente-U50758278360cff-620x349@abc.jpgEspaña no brilló, estuvo mucho más imprecisa que otras veces, pero corrió. Sudó la camiseta. Se comportó mejor sin la pelota que con ella. Presionó. Y el esfuerzo le bastó para imponerse por la mínima a una débil Suiza, a la que dejó sola en el fondo de la tabla de la Nations League. Y a la tercera, ganó. No se suelta en el césped, pero en la tabla respira. Luis Enrique, más crupier que alineador, volvió a recoger las cartas y barajar. Otra vez ocho cambios, todo revuelto respecto al último partido. Otra vez Unai, Gavi y Sarabia repitiendo, los únicos que han aparecido en todas las alineaciones de esta minimaratón de fin de curso. Y una novedad llamativa, la inclusión de Marcos Llorente en el once, de interior, un guiño de confianza hacia un futbolista en horas bajas esta temporada y al que el seleccionador, incluso en sus mejores días, solo había mirado como recurso. Ah, y Eric García, el central maravilloso a ojos de su entrenador, no ve dos mejores que él por más que mire, a su lado en el banquillo. Pero más influencia sobre el partido que los titulares escogidos tuvo la actitud del equipo español, afectado de un inequívoco toque de atención por los defectuosos episodios recientes. España jugó abroncada, con las orejas tiesas. No es que recuperara el buen gusto con la pelota, o las buenas ideas, aunque, como acostumbra, sí se garantizó el dominio. Tampoco que se volviera rocoso en defensa, un cerrojo para desmentir su clásico aspecto de coladero, y eso que no pasó apuros (también por la colaboración inicial del colegiado, que prohibió a Suiza un saque de banda con Unai de vacaciones y no entendió como penalti una mano de Pau, tan nítida como innecesaria). La virtud de la selección estuvo en su compromiso para presionar al rival tras perder el balón, a vaciarse y no desentenderse del exigente despliegue físico que demanda el proyecto Luis Enrique. Una fórmula que desgasta pero que premia, que convierte un error en la mayor de las ventajas. Así llegó el primer gol. Y bien pronto, a los 13 minutos, todo un calmante cuando se juega con el agua de la clasificación hirviendo. Fue una mala entrega de balón dentro del área suiza, un regalo de la posesión, lo que se volvió de forma instantánea en la más dañina de sus puñaladas. Como si fallar se tratara de un propósito, un engaño intencionado, parte de la estrategia: Ferran apretó al adversario que se quedó la pelota pifiada, se la birló para que le cayera a Marcos Llorente, que prolongó para su invencible esprint corto y raseó el pase de la muerte hacia Sarabia, al filo del fuera de juego, quien no perdonó. Luis Enrique lo gritó como un poseso, no tanto por la grata sorpresa, sino como quien saborea lo preconcebido. Suiza, que efectivamente está tan debilitada como enseña la tabla de esta alicaída Nations League, no se levantó del golpe. Al menos en la primera mitad. España dejó pasar sin más ese periodo, conservando el gobierno, pero sin desmelenarse. Acariciando el segundo, otra vez Sarabia, esta vez a pase de Jordi Alba desde el otro costado, pero sin buscarlo con desesperación. Y sin sufrir. Suiza solo se dejó ver en dos globos a balón parado que sí acertó a cabecear con cómoda suficiencia, pero de forma horrorosa, con la puntería en el trasero. Sí dio ese tramo para deleitarse otra vez con Gavi, que se ha convencido de su rol en este equipo, cercano a la jefatura. Corre, toca, conduce. Muerde y le muerden. Disfruta de un balón dividido como en el parque de atracciones, da igual que gane o que reciba. Porque le pegan con saña, especialmente Akanji en un pisotón criminal que el árbitro dejó sin cárcel, y nunca se arruga. Casi al contrario, las patadas le envalentonan. Para encararse con el agresor o para desafiarle con un globito al lance posterior. Es un partido en sí mismo contemplar al chaval. La segunda parte sí enseñó a otra Suiza. Posicionalmente más cerca de lo que exigía el marcador, con más voluntad de ataque y de visita al arco de Unai. Sin grandes luces, pero con mayor intención. Y exponiéndose a las contras de los españoles. Unai animó los minutos finales con una salida a ninguna parte, a la defensa le entró un ataque de nervios, el partido se volvió loco, pero Suiza siguió tirando con su escopeta de feria. Así que no enderezó el resultado y perdió. Y España sumó al fin su primera victoria. Con muy poco. Por un simple robo de pelota. La importancia de la presión.

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