Cuenta el artista alemán Klaus Hinkel que, tras tomar un café en el bar Jaime y mientras subía la calle Amargura, entendió que Frigiliana, pueblo que visitaba por primera vez, iba a ser su hogar para siempre. Era el año 1995 y llevaba seis meses recorriendo Andalucía buscando su sitio en lugares como Vejer de la Frontera, Marbella, Ronda o Casares. Fue, sin embargo, aquí donde todo cuadró. “Había un pueblo tranquilo y una casa en ruinas a la venta para remodelarla yo mismo”, recuerda el acuarelista que, por aquel entonces, era piloto de avión. Hoy posee un taller abierto en el que los rankings populares aclaman como el pueblo más bello de Málaga. Y aunque la masa turística ha cambiado su fisonomía, el alma de la localidad permanece inalterable entre árboles de aguacates, un urbanismo de influencia árabe, vistas al Mediterráneo y la protección del parque natural de Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.

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