En el cementerio que rodea la iglesia de Santa María de Lira una mujer y un hombre se afanan limpiando un nicho y colocando en él flores nuevas. La lluvia apacible lava también las lápidas adornadas con conchas que alfombran el suelo hasta las tapias, a donde vienen las gaviotas para posarse en las cruces de piedra. Desde aquí se ve la extensa lengua blanca de la playa de Carnota y el perfil granítico del monte Pindo surgiendo en la bruma. Y junto al templo, asentado en 22 pares de pies sobre una plataforma que salva el desnivel del terreno, dormita en un prado el hórreo de Lira, que con sus poco más de 36 metros es el segundo más largo de los miles de graneros elevados que salpican el paisaje de toda Galicia. Solo aquí, en la Costa da Morte (A Coruña), hay más de 12.000 hórreos —o cabazos, cabaceiras, espigueros, canastros, palleiras, sequeiros— catalogados por expertos que han solicitado a la Unesco su declaración como patrimonio mundial.

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