El origen del ajedrez se remonta a la India, alrededor del siglo V o VI después de Cristo. Pero sus primeros y principales difusores fueron los árabes, que después de la prédica del Profeta, hicieron su masiva expansión por el mundo medieval. Sus conquistas les permitieron conocer diferentes culturas, y asimismo oficiar de agentes de muchas cosas valiosas para el saber, como por ejemplo la numeración y el cero. Y también el ajedrez, al que conocieron en el Oriente, lo adoptaron como propio, y lo trajeron a Occidente.

El ajedrez árabe era muy parecido al que practicamos hoy. Cierto es que no existía la dama, en su lugar estaba una pieza de poder limitado: el alferza. Pero el tablero y las demás piezas eran las mismas, y tenían el mismo movimiento que tienen hoy, salvo el alfil, que sólo movía dos pasos en diagonal. Con el paso del tiempo florecieron los maestros entre los árabes. Cada califa contaba con un ajedrecista campeón en su séquito, que se medía ante el favorito del califa rival en las visitas de cortesía entre ellos. Esos grandes maestros árabes dejaron testimonio de su saber en numerosos manuscritos que se conservan todavía y sería posible rastrear en bibliotecas de Estambul o El Cairo.

Entre las conquistas territoriales de los musulmanes, muy importante fue la del sur de España, donde reinaron por varios siglos. El centro más señalado de esa cultura fue la ciudad de Córdoba, una mega urbe del primer medioevo. A Córdoba fue que llegó un músico llamado Ziriab, en 822. Venía de lejos, desde el califato de Bagdad, donde había sido uno de los músicos favoritos de Harún-al-Rashid, personaje real que se hizo célebre por su presencia en las Mil y Una Noches, y también importante en la historia del ajedrez, porque le regaló un juego a su contemporáneo, el emperador Carlomagno.

Ziriab quiere decir “mirlo”, y recibió ese apodo en Bagdad, por su dulce canto y su tez morena. El mirlo es un pájaro negro o marrón oscuro, de pico amarillo, y canto melodioso. Y además, Ziriab tocaba el laúd con la garra de un águila. Debía ser una personalidad extraordinaria, porque cuando llegó a Córdoba revolucionó el califato con sus innovaciones. Introdujo el uso de las copas de cristal para beber, el uso de los manteles, la moda de vestir colores claros en verano, y oscuros en invierno. También fue impulsor de la higiene personal.

Muchas modas útiles y conductas ceremoniosas se deben a su influencia. No se agotaron con eso sus aportes, pues fue el primero en enseñar el ajedrez en la corte cordobesa. Fundó el primer conservatorio de música de Europa. Su fama como músico es tal, que se dice que introdujo la quinta cuerda a la guitarra, y así andando el tiempo, muchos músicos le han rendido homenaje, como por ejemplo el famoso guitarrista flamenco Paco de Lucía, que tituló uno de sus discos, con el nombre de Ziriab, en reconocimiento a este notable precursor de las artes y del buen vivir, y que nosotros evocamos ahora, en este caso, como precursor del juego ciencia en la península ibérica.

 

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