Silvina Aisenson y Raúl Lichtmann nacieron en la ciudad de Buenos Aires. Ella fue la menor de tres hermanos y se crió en el barrio de Caballito. Toda su infancia transcurrió jugando en la vereda con sus vecinos. Raúl es el mayor de dos hermanos y se crió y vivió en Callao y Corrientes, pleno centro. Sus padres le dieron mucha importancia a la educación y la enviaron a ella al Lenguas Vivas y a él a una escuela alemana, porque acababan de emigrar.

Llegados ambos a la adolescencia, cada uno por su lado y por diferentes caminos, convergieron en una colonia de vacaciones en las sierras de Córdoba. Una colonia mixta, cosa que a fines de los 50 era muy rara. Un sitio muy agreste, con pocas comodidades. que incluían baño y lavado de cabeza en el río, chicas separadas de los chicos como Dios los trajo al mundo. Fueron tiempos de muchas cabalgatas y caminatas, compañerismo y juventud. “En ese contexto nos enamoramos -relata Silvia-. Teníamos experiencias en cabalgatas de dos o tres días por las sierras, teniendo nosotros mismos que atender a los caballos, durmiendo en carpa, cocinando con un fogoncito. Son recuerdos inolvidables”. Además de la naturaleza en carne viva, los unió la música clásica y cantar.

Raúl terminó el secundario y eligió la carrera de química. Luego se dedicó al desarrollo de productos químicos para la industria de la alimentación. A Silvina siempre le gustó mucho trabajar con chicos. Primero se recibió de maestra y luego se recibió de psicologa. Hoy, como terapeuta, atiende a parejas, familias, niños y adolescentes y dirige un centro donde ofrecen formación en terapia sistémica a otros colegas. “Cuando nuestra hija menor dejó sus pañales, decidimos que volvíamos a la vida de campamento y empezamos a ir a la Patagonia. Y así es fue como en los últimos 43 años, todos nuestros veranos pueden encontrarnos allí”, afirma.

Pero, mientras tanto surgió un nuevo amor compartido: el Tigre. “Llegar aquí fue descubrir un mundo donde el hombre todavía había tocado muy poquito a la naturaleza. Podíamos vivenciarla en estado puro. Decidimos que queríamos hacer nuestra casa de fin de semana en una isla”.

Mundo Delta

En un comienzo alquilaron una casa en la isla donde iban con sus tres hijos y sus amigos, pero poco a poco fue surgiendo el deseo de tener un sitio propio. La suerte estaba de su lado: unos vecinos vendían su propiedad con un pequeñísimo terreno y pudieron comprarla. Les esperaba una sorpresa: eran 5 hectáreas, sólo que a la vista solo aparecía un jardincito.

Asesorados por un ingeniero agrónomo y por un excelente arquitecto que tenía experiencia en construir en el Tigre, empezaron por limpiar el terreno que dejó a la vista el gran parque que disfrutan hoy. Dragaron el río, levantaron el terreno donde construyeron su casa, hicieron zanjas para que cuando hubiera sudestadas el agua pudiera descargar rápidamente y luego empezó la plantación de liquidámbar y cipreses calvos. “Los elegimos en función de los colores en el otoño”, dice Silvina.

Desde el primer momento la de ellos fue una casa siempre abierta. Decidieron llamar a su paraíso personal Biguá paraíso personal. “Por más que ya pasaron 37 años desde que construimos la casa y la estamos habitando, cada vez que llegamos es la sorpresa de llegar a un lugar que nos sigue resultando maravilloso que nos permite disfrutarlo tanto en verano como en invierno, ya que se construyó en estilo isleño, pero con todas las comodidades que nos ofrece esta época actual”.

Así es como surgió la idea de poder abrirla al público. “Es un viejo berretín mío desde hace muchos años -sigue Silvina-, tanto viajar por la Patagonia y alojarme en lugares compartidos por sus dueños donde resalta algo que yo valoro tanto: la calidez humana, la generosidad y el entorno tan bonito. Siempre tuve la fantasía de poder brindarle a los demás una experiencia semejante, pero no era más que un proyecto a largo plazo, hasta que de pronto, supongo que tiene que ver con el momento de la vida en el que estoy, se me planteó, bueno, ¿por qué no ahora?”

Empezó a difundir la idea entre amigos y conocidos. Así es como llegaron las primeras familias a algunos días. Pero también apareció la idea de proponer sólo pasar la jornada. “Tenemos un programa que incluye el viaje en lancha, la recepción con un copetín en el muelle. Ofrecemos un asado y con todas cosas muy ricas elaboradas por nosotros, porque lo casero es la impronta del proyecto -expresa Silvina-. Y antes de irse, a la tarde, les ofrecemos una merienda también con productos y repostería casera”.

El Delta sigue siendo un espacio por descubrir para muchos viajeros. Ha comenzado a llegar turistas extranjeros sorprendidos por la cercanía de un estuario de este tamaño a minutos en lancha desde Puerto Madero. Un escenario que, a pesar de haber sumado el confort moderno, mantiene un contexto natural virgen. “Esa es una combinación perfecta -afirma Silvina-, con una casa con vista al río, enmarcada por un jardín muy bien cuidado, pero que, a la par, en el resto de las cuatro hectáreas todavía se pueden apreciar los humedales tal como son cuando el hombre no los invade, junto a la vegetación y fauna autóctonos. Todo lo convierte en una experiencia muy atractiva”.

Datos útiles

Arroyo Espera 82, entre Río Sarmiento y Arroyo Rama Negra.

T: 115418-9594.

El programa para pasar el día, 80 dólares por persona hasta grupos de 10. Por grupos mayores, se debe consultar. Menores de 8 años pagan el 60% de la tarifa. Si desean pernoctar, la casa tiene capacidad para 8 personas. Los precios para quedarse son a voluntad.

 

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