Hay un lema que se ha convertido en el de este Barça de época: “Normalizar lo extraordinario”. No es normal que un equipo juegue cinco finales de la Champions en seis años. No es normal que se ganen los partidos por goleadas. No es normal que se ganen cinco ligas consecutivas. No es normal que haya tres Balones de Oro -los tres últimos- en una plantilla. Es extraordinario. Y hay que valorarlo.

Con dos finales en las dos próximas semanas, la de la Copa de la Reina, en Zaragoza, y la de la Champions, en Bilbao, quiero poner un dato sobre la mesa. El Barça jugará en San Mamés su decimoséptima final desde la profesionalización de la sección en 2015. Había la posibilidad de jugar, en estas nueve temporadas, un total de veintitrés. 

Así que solo se han escapado seis, en estos últimos años. Una de la Copa de la Reina -la temporada pasada, debido a la descalificación del Barça por la alineación indebida de Geyse en octavos de final-, una de la Supercopa (2020/21) -el conjunto dirigido entonces por Lluís Cortés cayó en los penaltis de la semifinal contra el Atlético-, y cuatro de la Champions. 

Comprensible, pues entonces la distancia, como dijo Giráldez hace unos días, “era exagerada con los grandes equipos de Europa”. El listón estaba en competir, no en ganar. En 2016 cayó el Barça en cuartos, contra el PSG. En 2017, contra el mismo rival, en semifinales. Y en 2018, otra vez en cuartos, ante el todopoderoso Olympique de Lyon.

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Hasta que llegó el 2019 y con él un punto de inflexión. Tras caer contra las reinas de Europa en la final de Budapest, las jugadoras vieron que podían estar ahí en un futuro no muy lejano y pidieron una serie de mejoras, en las infraestructuras, en el cuerpo técnico, en las dinámicas de entrenamiento. Y rápidamente se vieron los resultados.

“No hi ha distància”, dijo Alexia tras caer ante el Wolfsburgo en San Sebastián -ese año la semifinal fue a partido único, por el Covid, y a puerta cerrada- con un gol de Rolfö. Una frase mítica e histórica que se convirtió en un lema tatuado a fuego en cada miembro del equipo. Y fue entonces cuando todas vieron que podían hacerlo. 

Llegó la primera, en Goteborg, tras golear al Chelsea. Y la segunda, la de Eindhoven, se hizo esperar un poco más. “Tornarem”, dijo Aitana en Turín, tras perder contra el Lyon. “Nos volveremos a ver y te abrazaré”, dijo Mapi León. Y lo hicieron. 

No hay equipo en el fútbol femenino que haya jugado más finales que el Barça en estos últimos años mencionados. Sin ir más lejos, el Lyon -contando la de San Mamés- habrá disputado dieciséis y el Wolfsburgo, doce.

Se ha convertido en normal que el Barça gane siempre y que llegue a todas las finales -¡es lo mínimo!, dicen- y se le exige que lo haga, porque es el Barça. Pero no es normal. Es extraordinario. Si lo siguen haciendo es, más allá del trabajo diario y el talento, por una mentalidad ganadora que se aleja del conformismo y que siempre quiere más. Y esto es imparable

 

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