Fernando Pastor tiene 58 años, vive en Villa Mercedes, San Luis, y es un destacado cardioangiólogo intervencionista, que se dedica a efectuar procedimientos percutáneos (a través de las arterias y venas) con técnicas y aparatología de última generación para tratar diferentes afecciones cardíacas. Hasta ahí todo parece una presentación formal de un profesional de la salud que a lo largo de su trayectoria acumuló horas de vuelo en sus tareas diarias, pero lo cierto es que la vida de este doctor, además de inscribirse como eminencia en cardiología intervencionista, conecta en el corazón de tres íconos populares que alumbraron la historia argentina.

Pastor es nieto de Fernando Eufemio Pastor, quien se desempeñó como ministro de minería de Juan Domingo Perón; atendió a Diego Armando Maradona en el primer episodio crítico que vivió en los albores del año 2000, y su tatarabuelo Silvera (abuelo de su abuelo materno Francisco) le dio asilo al general José de San Martín, cuando se averió el carruaje que lo trasladaba de Mendoza a Buenos Aires, y “el padre de la patria” pasó cinco noches en su casa.

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“En el momento que se dirigía a Mendoza con su esposa, Remedios de Escalada, y su ayudante de campo de origen inglés, el general Juan Thomod O’Brien, tuvo un accidente en su carruaje que rompió una rueda. Hasta que pudo arreglar su carreta, se quedó en un pueblo que se llama El Morro, donde vivían los padres de mi abuelo. Eran colonos de origen brasileño que habían recalado en San Luis. Tenía una casa de dos plantas y San Martín se quedó ahí cinco noches”, cuenta Pastor a LA NACION desde su casa de Villa Mercedes, mientras intenta que su perro no tome el protagonismo de su cámara en el Zoom. “Lo voy a llevar adentro”, dice.

“San Martín dejó una nota de agradecimiento por la hospitalidad que recibió y dejó un sable de obsequio. Eso está en el museo del pueblito. Es uno de los pueblos más antiguos de San Luis. Lugar árido, históricamente predominado por los indios ranqueles y eso lo convirtió en un fortín”, agrega Pastor. Según datos geográficos, San José del Morro “fue posta en el Camino Real que unía el Virreinato del Río de La Plata –posteriormente Buenos Aires– con la capitanía de Chile. La ruta entraba a la provincia por la posta del Portezuelo, luego se dirigía a la Posta del Morro, continuaba al Oeste del río Quinto y se dirigía hacia San Luis. También tenía continuidad al oeste, para cruzar la cordillera de los Andes y llegar a Chile”.

Con vectores familiares muy conectados a la historia argentina, también hace hincapié en su abuelo, Fernando Eufemio Pastor, ministro de minería de Perón, y abre su libro doméstico para relatar una relación con él, donde sobrevuelan imágenes de visitas a su casa y los detalles relevantes se detienen en la relación que mantuvo con el expresidente de la nación.

“Mi abuelo vivía en Córdoba y en esa época Perón lo visitaba en su casa, y al revés. Fue presidente de la cámara de minería. Tenía minas en La Rioja, San Luis, Córdoba. Soy nacido en Córdoba, pero vinimos a San Luis porque mi papá y mi tío fueron enviados a una de las minas a trabajar y coordinar las tareas”, cuenta.

Hasta los 6 años, Pastor vivió en Villa Dolores, Córdoba. Luego su familia se mudó a La Toma (San Luis), ciudad de unos nueve mil habitantes, cuya principal fuente de ingresos es la explotación minera, y el resto de su vida la pasó en suelo puntano. “Me siento más sanluiseño que cordobés”, afirma. Al finalizar sus estudios secundarios, volvió a la Docta a estudiar medicina y a perseguir su vocación, algo que “vino por decantación”.

“Siempre tuve inclinación por el humanismo. De chico fui bombero voluntario”, cuenta. La elección de su especialidad en cardiología se vincula con la enfermedad cardiovascular que padeció su abuelo materno. “Al año que inicié los estudios universitarios, mi abuelo fue operado del corazón en un hospital cordobés. El post operatorio fue muy tortuoso, traumático y, sobre todo, una mala evolución. Él, junto con mi abuela, paraban en mi departamento. Por ende, asistí a ese sufrimiento. De ahí vino mi reafirmación a la especialidad que elegí”.

Después de realizar guardias en hospitales y clínicas de Córdoba, viajó a Buenos Aires para realizar residencias. Primero lo hizo en Mar del Plata, luego en el Hospital Naval y en el Instituto Sacré Coeur. En este último, sinónimo de excelencia en medicina cardiovascular por más de dos décadas, fue donde terminó sus residencias, se convirtió en profesional y donde atendió a Maradona.

La primera vez que se lo cruzó en esa clínica de Barrio Norte fue a fines de los años 90. Maradona iba a visitar a su madre, que estaba internada. “Yo bajaba del ascensor y al abrirse la puerta, veo un brazo con el Che Guevara tatuado, una camiseta de básquet azul y un pantalón corto del mismo color. Era Diego. Al verlo, quedé paralizado, porque Maradona era mi ídolo”, revive Pastor con los ojos brillosos.

Y en el fluir de la anécdota, agrega: “agradezco tanto a mi carrera, al lugar y al momento, porque abrí la puerta y lo vi. Diego disparó: ‘¿Qué hacés tordo? ¿No me tomás la presión?’. Por cierto, al cumplir con su pedido, me temblaron las manos. ‘¿Estás nervioso?’, preguntó el Diez. ‘Imaginate Diego, te estoy tomando la presión’, le respondí. Ya habíamos ganado el Mundial, era una cosa de locos”, concluye, mientras maldice aquel viejo celular PT 400 de Motorola que no tenía cámara de fotos.

La segunda vez que se topó con Maradona fue en esa misma clínica, Sacré Coeur, pero esta vez el Diez no venía a visitar a nadie, era el paciente. Fue en el 2000, durante su primer episodio cardiovascular grave, mientras vacacionaba en Punta del Este. De Uruguay fue trasladado en helicóptero directo a esta clínica argentina, a la que llegó descompensado; Pastor fue parte del equipo que lo atendió. “Hizo una arritmia ventricular y el médico que lo trató, en lugar de cardiovertir la arritmia, le puso un betabloqueante inyectable y eso deprimió la función del corazón y lo puso en una insuficiencia cardíaca severa”, explica sobre esa primera atención que recibió en el país oriental.

“Primero se lo estabilizó clínicamente. Me acuerdo de que, en el procedimiento, me llamaba la atención ver la herida que le había quedado en el pie zurdo de la fractura que tuvo por la patada de Jon Andoni Goikoetxea –defensor de Athletic Bilbao que en 1983 fracturó a Maradona cuando vestía la camiseta de Barcelona–. Ahí hicimos el procedimiento para estudiar los motivos por los cuales se le había dilatado el corazón. Las causas de esa dilatación tenían origen en su condición de deportista de elite. A casi todos se les agranda su geometría cardíaca. Y por supuesto, algunos hábitos tóxicos que tuvieron injerencia en esa cuestión”, explica.

El episodio de encuentro entre Pastor y Maradona fue más adrenalínico; ya no se trataba de ponerle un brazalete para tomar la presión. Sin embargo, su objetivo era el mismo: mantenerse prudente con sus emociones y seguir la relación médico/paciente. “Tuve la suerte de estudiarlo por cateterismo, de asistirlo en el post operatorio y de interactuar con él durante los cinco días de internación. A decir verdad, por la emoción, en el momento de practicarle cateterismo, no sabía si punzarle la femoral o darle un abrazo”, rememora sonriente.

Al frente de la salud de una persona tan pública y con el nervio popular anclado en la gente, Pastor también recuerda a algunos fans que habían plantado guardia fuera de la clínica, mientras Diego se recuperaba. “La gente se metía para llevarle cosas. Mantener el hermetismo fue difícil. Recuerdo que hubo gente que se vistió de enfermero para ingresar. Fueron unos días muy movidos dentro de la institución. La primera vez que Diego tomó realmente consciencia de dónde estaba, hubo un acuerdo con un canal para hacer una entrevista exclusiva. Todavía estaba medio voleado porque estaba saliendo de los efectos del medicamento”, dice y precisa que cuando empezó a estabilizarse, al verlo lo recordó. “Me decía cordobés”.

El deseo de Pastor, tras sus años en Buenos Aires, era volver a San Luis y ejercer su especialidad en esa provincia. En 2001, en plena crisis del país tomó la decisión de hacerlo y se instaló en Villa Mercedes. “Ese año había hipotecado la casa, a través de mi padre, para poder sacar un crédito y comprar el equipo de hemodinamia. Me dieron el crédito, pero me agarró el corralito. Fue un esfuerzo enorme, había vendido hasta el auto”, cuenta y se contenta por haber superado ese desafío. “Mi propósito fue trasladar el modelo de atención de Buenos Aires a Villa Mercedes”, destaca.

Esa perseverancia y convicción lo llevó a gestar el servicio de hemodinamia en el Instituto Cardiovascular Cuyo, del que es director médico y jefe de servicio desde 2002. “Es una institución concebida y creada con el propósito de educar, prevenir y tratar patologías cardiovasculares potencialmente reversibles”, dice con orgullo y su acompasada voz describe un único anhelo, ajeno a paredes repletas de diplomas y reputación internacional: “Mi proyecto de vida era vivir con la familia. Acompañar a mis viejos que todavía viven”.

 

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