“El amor no tiene que doler”, le dijo la pequeña Yuliana, de siete años, a su papá, Daniel Fischer, mirando en un libro la escultura de un hombre bañado en lágrimas. Fischer –quien adoptó hace poco más de un año a Yuliana y a sus dos hermanos–, empezó a pensar en otras obras de arte que dieran respuesta a esa pregunta que la niña formuló en su cabeza: ¿Cuánto pesa el amor? El resultado puede verse desde mañana en 1500 metros cuadrados del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930), donde más de 60 artistas nacionales e internacionales dan cuenta de las muy variadas formas del amor en fotografías, instalaciones, pinturas, esculturas, videos y fragmentos textuales.

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El amor puede ser suave como un ovillo de lana gigante, según la obra de Teresa Pereda. Leve como el sonido de papeles calados agitados por la brisa en el patio, de Manuel Ameztoy. Una hamaca esperando ser usada por Alexandra Kehayoglou. Un beso que es un incendio, como los amantes carbonizados que creó Vicente Grondona. Algo paradisíaco pintado por Edgardo Giménez o aquello que ocurre en un colchón multicolor de Marta Minujín. También puede ser triste, como la obra que impactó a Yuliana, Mar de lágrimas, de Pablo Suárez.

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? “¿Cuál es su estatuto? ¿Cuál es esa pulsión que gobierna nuestros cuerpos y sentidos? Llenos de pistas y señales, cuidadosamente seleccionadas, el peso del amor se hace presente en esta muestra de manera ingrávida y a la vez contundente”, apunta Fischer. El libro de Raymond Carver, que inspira al curador, tiene parejas que se despedazan, compañeros que parten desesperadamente a la aventura, hijos que intentan comunicarse con sus padres… no todo es color de rosa, lo mismo que esta exposición. “La creación en este recorte de obra es concebida como un portal o ventana mágica que permite adentrarnos y pensar en la mística, en el misterio y en la espiritualidad sostenida con el amor, el dolor y el silencio”, alienta Fischer.

La muestra se organiza en tres núcleos, vida, muerte y espiritualidad. “El amor y el arte son dos formas de liberar la pulsión de muerte. Ayudan a calmar la angustia y a trascender en el camino de la vida”, señala Fischer.

“No hay cosa más monstruosa que la maternidad”, dice Nicola Costantino. En su obra, que es imagen de la muestra, se la ve maternalmente abrazando a una criatura algo siniestra, uno de sus chancho-bola. El amor de madre es para ella algo visceral. Algo de eso también hay en la obra de Charly Herrera, una megainstalación que preside la sala Cronopios, un andamiaje de flores y coronas mortuorias, homenaje a su papá, florista. Se puede entrar y descubrir detalles, como estampitas, espejos y botellas. “Construimos esta especie de tinglado o galpón, y creamos unas coronas con formas que trasgredí –son verticales algunas–, para generar un devenir. Se van a ir secando las flores con los días. Habrá performances y una especie de asentamiento”, dice el artista. Dialoga con un perrito echado sobre una frazada, obra de Pablo Suárez. En otra oda al amor de hijo, Gabriel Baggio convierte las herramientas de su padre en piezas refulgentes como el oro.

El revés de la armadura, de Silvia Rivas, habla de la vulnerabilidad. En video, se ve cómo dos mujeres intentan sacarse un traje de papel de seda intervenido. “Quieren arrancarse este exoesqueleto, se tienen que liberar de algo que es propio, por lo que es difícil sacarlo y es doloroso conservarlo; hay que desprenderse con muchísimo cuidado”, cuenta la artista. Son crisálidas, tal vez.

Entre las instalaciones más llamativas está el conjunto de urnas de cristal con calaveras doradas de Claudia del Río y Carlos Herrera, y la red de pescador hecha con rosarios por Daniel Joglar. También, la instalación de camisones rojos y blancos de Claudia Casarino, que habla de la trata. “En su obra señala que la indumentaria habla de opresiones del mundo, sobre todo en la mujer. Por ejemplo, hace un vestido con cuarenta bolsillos, porque antes la ropa de las mujeres no los tenían porque no podían manejar dinero ni tener propiedad privada”, explica Fischer.

El amor bueno, sí, a veces duele. En una pintura, Daniel García despide a su adorada Gilda Di Crosta: esconde su retrato en un jarrón de flores. Peor es no haber conocido el amor. En la obra de Débora Pierpaoli hay dos retratos unidos: recoge una tradición de Oriente de casar en el cementerio a los muertos que no tienen familia, para que las almas no perpetúen su soledad.

Fabiana Larrea enhebra palabras en un ñandutí mural para entender qué significa el amor. “En las redes sociales yo preguntaba a la gente cuáles fueron sus últimas palabras de amor. Aparecían frases de odio, despedidas de seres queridos, el saludo de un niño a su mamá cuando se despierta (”sos lo mejor que tengo en el mundo”), preguntas como ¿por qué no te di un beso? o frases como te voy a donar un riñón dicha por una hermana a otro. Yo las iba tejiendo. En pandemia estaba haciendo esta obra y fallece mi padre. Cuando mi madre se despide de él en el cajón le dice Chau mi cielito, chau, y le da un beso como si lo fuera a ver un ratito más tarde. Así terminé este proceso”. El amor es a veces tan simple como eso.

Para agendar

Cuánto pesa el amor, en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Inauguración: hoy, a las 18. De martes a viernes, de 13.30 a 22, y sábados, domingos y feriados, de 11 a 22. Gratis.

 

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