“No hay una narrativa más poderosa en la sociedad estadounidense que la de la raza”, dice Mark Ridley-Thomas, concejal negro de Los Ángeles. ¿Pero qué sucede cuando alguien, ídolo deportivo y negro, desea escapar de esa narrativa?”. ¿Qué pasa si renuncia a «la carga de representar» y ejerce en cambio su derecho a correr como una gacela, ganar millones y querer vivir «como un blanco»? ¿No tenía OJ Simpson ese derecho?”, se preguntó días atrás en The New York Times el crítico Wesley Morris.

El ídolo del fútbol americano, que murió de cáncer una semana atrás a los 76 años, asumió que era mejor recuperar su negritud en 1994, tras ser acusado de haber asesinado a su bella y rubia ex esposa, Nicole Brown. La carta racial sirvió a sus abogados VIP para ir contra todas las evidencias y afirmar que OJ no sólo era inocente, sino también víctima de una policía históricamente racista. Impacta ver la fiesta negra en las calles de Los Ángeles al segundo de anunciado el sobreseimiento. Impacta porque Simpson acuchilló 22 veces a Nicole y a su amigo Ronald Goldman. Y luego casi decapitó a ambos. “Sólo un animal le haría algo así a la madre de sus hijos”, dice un amigo de OJ, desolado.

Morris recomienda OJ: Made in America, el documental de ESPN que ganó el Oscar en 2016. Ocho horas narradas por los propios protagonistas. No es sólo una clase de periodismo. Es una clase de historia. La de Estados Unidos. Su autor, Ezra Edelman, “negro birracial” (así se define él) criado en Washington DC, educado en Yale, hijo de abogados (su padre, judío, trabajó con Robert Kennedy y Bill Clinton, y su madre, afroamericana, con Martin Luther King), nieto de un rabino polaco asesinado en el Holocausto, siempre usó al deporte “como lente para hablar de temas más importantes”. Y contarnos que “no todo es blanco o negro”. Y que las cosas “suelen ser complejas”.

Porque Simpson, ya en 1968, rey juvenil de corridas inolvidables, rechazó ese año hablar de los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, y de las revueltas negras y la represión policial. No quería terminar como Muhammad Ali, condenado a prisión. Ni como John Carlos y Tommie Smith, los atletas expulsados de por vida por su podio rebelde de los Juegos Olímpicos México 68, puño de Black Power en alto. Harry Edwards, entrenador y mentor, le habló a Simpson del boicot que planeaban hacer atletas negros. “Y él me respondió «yo no soy negro. Soy OJ»”.

Hay que ver también The people vs. OJ Simpson, de FX. Comienza con Rodney King. El negro linchado dos años antes por la policía. Todos absueltos, Y Los Ángeles estallada en protestas. Muertos, heridos, saqueos, destrozos. The people vs. OJ, ficción sobre hechos reales, se permite licencias. Muestra esvásticas en la casa del policía Mark Fuhrman, clave en el juicio a OJ. ¿Era un nazi que vivía usando el despectivo “nigger” para los negros, los torturaba y les plantaba pruebas falsas, como él mismo confesó a una escritora? Pero sus pruebas del caso Simpson tuvieron pleno respaldo científico. Y Fuhrman, racista, había sido también el único que había informado sobre una golpiza de OJ, a diferencia de sus colegas, que habían silenciado ocho llamadas previas de Nicole.

Nada importó. Allí está Johnny Cochran, abogado histórico de las causas negras, equiparando en su alegato final a Fuhrman con Hitler y diciéndole al jurado que tiene la oportunidad histórica de reparar décadas de injusticias. “¿De qué se sorprenden? Ese dolor ha sido siempre nuestra vida”, dice Carmelita Simpson, hermana de OJ, mártir equivocado de una causa justa. Danny Blackwell, líder negro, no se arrepiente hoy de haber usado a Simpson “para nuestra causa”. Igual que Carrie Bess, uno de los diez jurados negros (más otros dos blancos) que absolvieron a OJ: “El noventa por ciento votó así por lo de Rodney King. Me siento un poco arrepentida, pero sé que hice lo que creía correcto en ese tiempo. Por entonces cuidábamos a los nuestros”. “Quizás fue venganza, sí”, acepta Blackwell, “pero por los cuatrocientos años”. Linchamientos, ahorcamientos, fusilamientos. El archivo del documental es un horror. Todo impune.

La venganza fue luego contra OJ. Absuelto, el ídolo fue rechazado en su barrio de blancos, la mansión en la que él izaba cada mañana la bandera de Estados Unidos. Un juicio civil lo condenó luego a pagarle a la familia Goldman una indemnización de 33 millones de dólares (jamás cumplió). Y Las Vegas, a 33 años de prisión (cumplió 9) por un asalto ridículo. Parecido a los tiempos difíciles de Potrero Hill, donde los niños, cuenta Joe Bell, amigo de la infancia, crecían admirando a los proxenetas que mostraban autoridad golpeando a las prostitutas que no les llevaban dinero.

El juicio a OJ fue un show de nueve meses. Un negocio de rating para CNN que precipitó el nacimiento de Fox, la cadena que glorificó a Donald Trump. Él está hoy en el banquillo, acusado de pagos irregulares a una actriz porno. Es el ex presidente que puede volver a ser presidente. Hay un momento notable del documental de Edelman. En pleno juicio, la fiscal Marcia Clark cuenta que un niño pregunta cuál es esa palabra que todos mencionan en la sala pero sólo por su letra inicial, N. Esa palabra, le responde la madre a su hijo, no es “nigger” (tan violenta en Estados Unidos que por eso es impronunciable). “Esa palabra”, dice la madre, “es Nicole”.

 

Facebook Comments