El Barça fue mejor que el PSG durante todo el tiempo que ambos equipos jugaron once contra once. Lo fue de forma evidente en la ida en París, donde los blaugrana minimizaron el enorme talento de los franceses y Xavi fue superior que Luis Enrique en la pizarra. Lo siguió siendo en la vuelta hasta la expulsión de Araujo, momento en el que se acabó la eliminatoria. Perder era una opción nada más conocerse el emparejamiento. Lo dijo el propio técnico blaugrana antes y después del partido de ida: “El PSG es el favorito”. La eliminación, sin embargo, no escuece tanto por el fondo, sino por la forma, porque llegó solo cuando el Barça se quedó con diez jugadores. En el mundo del deporte solo gana uno y el resto aplauden. Pasó el PSG, toca aplaudir y la derrota, antes o después, se asume y se olvida

Más información (Auto)

101227592

Pero este doble enfrentamiento ha dejado imágenes que quedarán para siempre, que suponen un antes y un después. La actitud exhibida por Luis Enrique es una de ellas. El técnico asturiano, venerado por el barcelonismo, ídolo en el Camp Nou como futbolista y como entrenador, se ha comportado como un Mourinho cualquiera, provocando, gesticulando, buscando la confrontación y, en definitiva, olvidándose de aquello que tanto repite: ser barcelonista. Nadie le pedía, por supuesto, que se dejara ganar, ni que no celebrara la clasificación junto a los que ahora son los suyos. Todo el resto sobraba. Sobró que faltara el respeto a Xavi asegurando que “no conozco al Xavi entrenador”, sobraron las explicaciones posteriores tratando de justificarse, sobró que se excusara en una reacción histriónica cuando coincidió con Xavi. Sobró lo del ADN . Sobró que, una vez en Barcelona, hablara en un tono mucho más calmado, consciente de que se había equivocado para, luego, volverse loco ante la afición blaugrana que le idolatra con cada gol de los que ahora son los suyos. 

Image ID:
101183830
Luis Enrique, en el duelo frente al Barça en Champions
AP
/clip/82411a24-410d-4a76-ace7-96e3c01527bc_16-9-aspect-ratio_default_0.jpg
1200
675

Es muy lícito que Luis Enrique haga lo que le dé la gana, que se lo ha ganado a pulso. Lo que ya no lo es tanto es engañar al personal declarando un amor incondicional hacia el Barça y demostrando todo lo contrario. Se hace difícil imaginar, por ejemplo, a Pep Guardiola actuando como lo hizo el asturiano durante esta eliminatoria. O al propio Luis Enrique haciendo exactamente lo mismo con el Sporting de Gijón enfrente. Al entrenador del PSG le ha podido más su ego que su supuesto amor por el Barça. Es respetable que así sea, pero el cariño se demuestra con afecto y ganar ha estado por encima de todo y de todos para Luis Enrique, que pudo elegir ser elegante y escogió comportarse de forma grosera. Perder entraba dentro de las posibilidades, que un ídolo barcelonista dejara de serlo, no.

 

Facebook Comments