El gobierno de Javier Milei enfrenta un problema: el viento cambia rápido de dirección cuando las bondades económicas no derraman hacia la gente. El cheque en blanco con el que cuenta el gobierno en medio de un ajuste histórico puede volverse un cheque rechazado para Milei antes de que el gobierno logre notarlo. En el mediano o largo plazo, no hay batalla cultural que haga sostenible la triple caída: del salario, del consumo y de la actividad económica. Lo supo el primer, y único, gobierno de Mauricio Macri. Lo supo el kirchnerismo en 2015 y lo enfrentó nuevamente en 2023.

El kirchnerismo trae lecciones para Milei que el Presidente no está escuchando. Durante dos décadas, el kirchnerismo, tanto el de Néstor Kirchner, primero, como luego, el de Cristina Kirchner, se volvió un maestro del “adoctrinamiento”: creó enemigos, los fustigó, elevó a sus aliados y los benefició, trabajó arduo para imponer una mirada hegemónica, fue sistemático en su batalla cultural con medios de comunicación propios, cadenas nacionales interminables, sectores de la cultura cooptados, activismo en las escuelas secundarias, gremios a favor, la calle como propia. Le alcanzó para renovar el voto de confianza de sus votantes durante tres presidencias bajo el apellido Kirchner, y fue clave en la llegada de la cuarta oportunidad, el gobierno de los Fernández. Hasta que todo terminó: dieciséis años de hegemonía política… puede parecer mucho pero es poco cuando la sociedad que se quiso moldear da un volantazo hacia la dirección contraria. El adoctrinamiento en las escuelas que Milei quiere combatir no parece haber sido muy exitoso.

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Las mismas generaciones que nacieron y crecieron con el kirchnerismo le dieron la espalda en 2023 para irse decididos a votar a Milei: esa base de sustentación leal con la que cuenta Milei, el voto joven de los que tienen entre 16 y 35 años y sobre todo, entre los de 16 y 24 años, atravesó la escolaridad de la escuela pública, la educación informal de los medios de comunicación y las redes sociales, la influencia de la calle en poder del kirchnerismo. Pero a la hora de empezar a dar sus primeros pasos en la vida ciudadana votando presidente, le dieron la espalda al kirchnerismo. Ninguna batalla cultural alcanza cuando la economía se estanca y la promesa de futuro, aunque sea un futuro módico, de corto plazo como el de planear consumos de celulares y de vacaciones, empieza a quedar trunca. Ni que hablar cuando el salario queda chico para pagar los gastos fijos y no queda otra que reducir gastos, primero los más superfluos; luego, incluso, los más críticos como los de salud y prepagas.

Mauricio Macri lo sabe bien. Además de la experiencia kirchnerista, hay otro antecedente para Milei en el mismo sentido del peso brutal de la economía, pero en una línea ideológica algo más cercana. Macri no pudo reelegir en 2019 y se volvió por eso un caso histórico de la Argentina de los últimos cuarenta años: el primer presidente en ejercicio que se presentó a su primera reelección y fue derrotado. Esa lección viene, precisamente, del lado de una centroderecha que, en algunos puntos, se toca con el proyecto de Milei. Al kirchnerismo, y al peronismo, eso no le pasó nunca.

Ese caso histórico es todavía más significativo para Milei: aún cuando Macri logró empezar a alinear algunas de las variables macro claves, centrales también para Milei, como el déficit fiscal, la ciudadanía no le dio más tiempo y le votó en contra. La gestión de Cambiemos terminó con muchos problemas pero con un logro: después de cuatro años, redujo el déficit fiscal en 3,8 por ciento. En el 2019 de la derrota, el déficit fiscal primario era apenas del 0,4 por ciento y el financiero, de 3,8 por ciento. En comparación con el último año de la segunda presidencia de Cristina Fernández, fue un logro: en 2015, el déficit primario fue de 3,8 por ciento y el financiero, de 5,1 por ciento. Sin embargo, la gente no entró al Excel del gobierno. En cambio, miró la realidad desde el fondo del bolsillo y volvió a elegir kirchnerismo.

Economistas cercanos al ministro de Economía, Luis Caputo, empiezan a hacer hincapié en una preocupación: que la bocanada de oxígeno que necesita la gente, es decir, que llegue la reactivación económica y logre impactar en el bolsillo, va a llevar más tiempo. Más de un año, seguro, dicen macroeconomistas amigos del oficialismo. El problema es que la ciudadanía le da al gobierno el plazo de un año como máximo para ver resultados. “Mi temor es que la gente espera recuperación este año pero nadie sabe cuándo se dará”, alerta uno de ellos.

En medio de este contexto tan crítico, ¿es necesaria la batalla cultural en todos los frentes? El gobierno es prolífico a la hora de crear temas de debate público. Detrás de esa estrategia hay dos creencias. Una, que la Argentina tiene que ser refundada de una vez y para siempre a partir de las ideas de la libertad al modo Milei. Y la otra, que esa guerra es total o no será nada: si es parcial, fracasará. Por eso el salto: la guerra de indicadores y números en lo económico y la cualitativa en lo social.

La cuestión es si el presidente Milei juega con fuego, y en medio de una crisis económica dificilísima, genera conflictividad social inmanejable. ¿El presidente juega con fuego? La duda gira en torno al efecto de la batalla cultural del gobierno en la sustentabilidad del proyecto político del mileísmo. En otras palabras: ¿ese carácter productivo a la hora de crear polémicas encendidas, que ya se está convirtiendo en una marca de identidad de la gestión mileísta, contribuye a darle gobernabilidad? En los últimos cuatro días, hubo dos temas: el adoctrinamiento en las escuelas el jueves y el domingo, el libertarianismo educativo de Bertie Benegas Lynch llevado a un extremo, tanto que el mismo gobierno de Milei no lo pudo digerir: la ministro de Capital Humano, Sandra Pettovello, le puso un techo al vuelo del diputado libertario y se alineó detrás del liberalismo más clásico y constructivo en ese punto, la obligatoriedad de la escuela y la educación como garantía de libertad. “Hombres trabajando, niños estudiando”, fue el mensaje en Instagram en el que sintetizó su diferencia.

El gobierno de Milei está tomando nota. “Le están declarando la guerra a la clase media”, dijo ayer Luis Caputo en X para referirse a las empresas de medicina prepaga. Se trata del nuevo enemigo que construye el gobierno, y eso es literal. Fue el polémico DNU fundacional de Milei el que desreguló el mercado de la salud, creó el derecho de las prepagas a subir sus precios y ahora que el mercado se dejó llegar, convirtió al sector en el enemigo actual. El primer avance del “a desregular” que gritaron Milei, Caputo y Federico Sturzenegger en mensaje conjunto frente a cámara.

Hay otro análisis posible detrás de la batalla cultural del Gobierno: ya no un error de apreciación de la experiencia histórica del kirchnerismo y de Macri sino un aprendizaje en otro sentido. Ayer, en una entrevista con Alejandro Fantino, Milei dio una clave explícita: “Los K entienden mejor la lógica del poder”, planteó. “Ellos entienden cómo es. Nosotros estábamos del otro lado y decíamos que eran unos cabeza de termo, pero en realidad entienden que vos tenés el poder y te lo van a querer sacar”, desarrolló.

De la experiencia kirchnerista, Milei rescata precisamente la estrategia de resistencia del poder frente a la disputa por el poder. Con ese objetivo en mente, la batalla cultural es imprescindible: es parte de las municiones para defender el poder, y con eso la posibilidad de llevar adelante su cambio. El problema es que esa idea ya no es un contrafáctico: el derrotero kirchnerista dejó claro que el poder, las mayorías, indefectiblemente se pierden. Si no se gobierna bien la economía, el juego del poder se pierde, al menos, el juego en el que convergen el beneficio para la gente y para el líder político que lleva adelante esa mejora. Sin eso, la defensa del poder con el cuchillo entre los dientes se vuelve esfera autonomizada de cualquier bienestar de la gente: es decir, el juego del poder convertido en un TEG exclusivo para la casta para mantenerse en el poder, que es otra cosa.

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De la experiencia de Macri en la presidencia, Milei parece recoger implícitamente otra lección. Que el problema del macrismo en el poder fue, precisamente, jugar mal el juego del poder. Ser prescindente, por ejemplo, de la batalla cultural. Macri le aporta más lecciones: los éxitos en la macro, la baja del déficit al menos, no arrastran multitudes. El silogismo de Milei parece armarse de estas premisas y esta conclusión: si al kirchnerismo le fue mal en lo económico pero logró, a pesar de todos cuatro presidencias en base a la épica del relato; y si Macri que corrigió en algo la macro, perdió porque no jugó el juego de la batalla cultural, ergo, la batalla cultural es por donde pasa el mantenerse en el poder.

Por ahora, para Milei, el juego del poder es doble: empezar a garantizar la economía de la clase media, o al menos hacer como si se garantizara, y, al mismo tiempo, las fichas de la batalla cultural. El desafío es que las fichas de la batalla cultural no se coman a las de la economía.

 

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