MILÁN.- Cualquiera podría desconfiar, decir que es mucha casualidad, pero con las casualidades pasa como con las brujas: que las hay, las hay. En el hall de la puerta de embarque del aeropuerto internacional de Ezeiza, de donde sale la aerolínea italiana de bandera, una mujer se presenta, simpática, sólo por sacar charla; es profesora de arte, dice que viaja a recorrer iglesias, para apreciar frescos, vitrales y esculturas, y a propósito del destino final del vuelo que está por despegar, comenta: “Milán es como una fábrica de creatividad, todo el tiempo está en funcionamiento, transformándose, renovándose”.

No hay mejor prueba para el postulado de aquella desconocida que lo que pasa durante estos días en la llamada “capital de la moda”. Suerte de prólogo de la 60° Bienal de Venecia, cuya apertura se aproxima con gran expectativa la próxima semana, hoy comenzó Miart, la feria internacional de arte moderno y contemporáneo de Milán, que hasta el 14 de este mes desarrolla su edición número veintiocho. Y a propósito coincide en el calendario con la Semana del Arte, de la que participa gran cantidad de galerías y museos generando un efecto expansivo en la ciudad. Sin solución de continuidad, el mismo domingo empezarán a montar los stands del Salón del Mueble, la cita que marca el pulso del diseño industrial y convoca a creativos, profesionales y fanáticos del interiorismo a ver las tendencias que dominarán la próxima temporada. Es decir: si algo le sobra a Milán por estos días es creatividad.

Retirado a tres kilómetros de ese triángulo céntrico tan poderosamente atractivo que conforman el Duomo, el Castello Sforzesco y el Teatro de La Scala, Miart se realiza en el predio de la Fiera Milano, en el barrio City Life, un área residencial con departamentos de lujo y rascacielos de oficinas que tiene, además, un eje comercial.

Con orgullo, la feria anunció este año un crecimiento en cantidad de expositores y procedencias. En números: 178 galerías, de 28 países, en un 40% extranjeras. Ese mapa tiene una fuerte impronta europea, con preponderancia italiana, no obstante, le pega una vuelta al globo por el hemisferio norte, de América a Asia, con representaciones de Nueva York a Tokio. Pero debajo del Ecuador, la galería brasileña Fortes Dáloia & Gabriel, de Río de Janeiro, es el único exponente latinoamericano de esta temporada. Entre otras obras, exhibe una escultura reciente de Leda Catunda (la artista que nos sacó de la pandemia con su gran muestra de 2021 en Malba).

Por cuarta edición consecutiva, el director Nicola Ricciardi eligió el lema No time no space, una deliberada intención de ampliar las fronteras. “Este concepto surge de nuestro deseo de ir más allá de los límites tradicionales de una feria. En términos de tiempo, intentamos traspasar los límites clásicos de agrupar solo un siglo de arte y mirar desde el comienzo del siglo XX. Respecto de los límites del espacio, jugamos con proyectos fuera de predio, por ejemplo, con el artista David Horvitz en una oficina abandonada, con una serie de charlas en un tostador de reserva de Starbucks o con proyecciones de video en cines”, cuenta Ricciardi a LA NACION. “Es cierto también que nuestra feria, como la Bienal de Venecia -que este año lleva por título “Extranjeros por todas partes”-, está tratando de pensar un poco fuera de lo común, y en ese afán de traspasar los límites incluimos también diferentes geografías. Por primera vez tenemos, por ejemplo, galerías de países como Zimbabue o la artista egipcia Anna Boghiguian. Con Abaseh Mirvali, curadora de la sección Portal, tenemos el objetivo de observar prácticas de partes del mundo que normalmente no cubrimos, o incluso mirar al artista italiano, pero desde la lente de los ojos de un extranjero como es ella”.

A primera vista, cualquiera podría confundir a Mirvali con Marina Abramovic. Es como si la madre de la performance se hubiera escapado de pronto de uno de esos grandes cuadros donde cuelgan sus fotografías en acción. De melena negra y larga, como su look, total black, la curadora guia a un grupo de periodistas y críticos internacionales por las ocho propuestas que seleccionó para Portal. La sección representa “la apertura” y la propia mirada de Abaseh Mirvali lo garantiza. De origen iraní-estadounidense, residente en México (donde dirigió la prestigiosa colección Jumex), esta mujer de ideas claras tiene una amplia perspectiva del mundo del arte. Estuvo a cargo durante varios años la sección U-Turn de arteba, donde demostró su ojo clínico para detectar talentos. Por lo tanto, cuando se le pregunta, habla de los artistas argentinos con conocimiento y lamenta que no tengan lugar hoy en Miart. Igual que creen Ricciardi y otros curadores que saben de este mercado, la distancia y las variables económicas aparecen como un impedimento para llegar a Italia en el contexto actual.

Pujante, con solvencia y pasión, a su paso Mirvali va revelando universos aparentemente distantes. “No son galerías que tengan al artista del millón de dólares”, aclara, y acto seguido habilita a que se conozca la obra de un colectivo de Congo, CATPC, que trabaja a partir del cacao. Luego, conduce en caravana a todo el grupo hasta el otro extremo del pasillo, para redescubrir a Maria Lai: de la sarda se exhibe una pared elaborada con materiales de su tierra en el box de la Nuova Galleria Morone de Milán. Cincuenta terracotas integran Il muro di Maria (1990), una artista que (ya lo sabemos, “pinta tu aldea y…”) le mostró Cerdeña al mundo entero, incluyendo, por supuesto, los textiles y diarios bordados que Muntref trajo hace unos años al porteño Hotel de Inmigrantes.

Muchos de los artistas, galeristas, coleccionistas y periodistas que recorren hoy pasillos continuarán rumbo a Venecia, “la madre de todas las bienales”.

De todo para ver

Como ocurre en cada feria de arte contemporáneo que se precie de tal, hay obras para todos los gustos, nombres reconocidos y emergentes, piezas modernas de estilo identificable y también golpes de efecto. Nadie deja de asomarse a la galería alemana Buchholz a ver qué es eso que le sale de la boca a una máscara casi monstruosa, de melena rubia, que cuelga de la pata de una silla invertida (spoiler alert: es un soldadito de juguete). Hay piezas de museo, como Caribbean Tea Time, una espectacular pantalla que en 1987 creó David Hockney: otros ejemplares semejantes se encuentran en la Tate Modern y el MET de Nueva York. Entre tanto, el único argentino que llegó a Miart camuflado como un italiano es más es Lucio Fontana: tres cuadros del rosarino, pertenecientes a la serie Concetto Spaziale (1966-68), cuelgan en la galería Matteo Lampertico y tuvieron comprador desde antes de que se abra la taquilla. El más pequeño, de 28 mil euros, exhibe rasguños y agujeros sobre un rectángulo de aluminio de 5,5 x 7,5 cm; y el más grande, de 80 mil, acapara las miradas con sus perforaciones sobre el verde esperanza.

Oriunda de Pésaro -en la costa del Mar Adriático-, la italiana Attilia Fattori Franchini, es otra mujer con mundo: ahora reside en Viena, pero antes vivió en Buenos Aires y en México. Tiene a su cargo el área identificada con la letra E, de Emergente, lo primero que se topa un visitante cuando accede al centro de exposiciones. Enseguida, todos se paran a ver a la criatura de apariencia gelatinosa que concibió Michele Gabriele: primero con muletas y, más adelante, con un brazo en cabestrillo y patas de rana.

Son 22 galerías en esta sección que presentan pintura, escultura, fotografía, video, objetos. Las agrupa su juventud, es decir que independientemente de la edad, sus artistas están en el comienzo de la carrera. En igualdad de condiciones, pueden permanecer en “Emergente” durante tres años, pero después necesariamente tienen que egresar y salir a las ligas mayores, explica la curadora.

Fattori Franchini elige tres exponentes de su sección para destacar: las miniaturas de Giorgia Garzilli, artista italiana de Nápoles que exhibe pinturas microscópicas dentro de carteritas de cuero (“Es la idea del bolso robado”, dice). De Serbia, Julija Zaharijevic trajo unos coliflores de papel que a primera vista parecen de metal. Y finalmente el trabajo de la artista suiza Marie Gyger, que hace unas camisas de oficinista con la técnica del origami y las dispone como patrones minimalistas. “Son tres mujeres que están indagando sobre lo que vemos y lo que ocultamos”. Una pregunta casi filosófica que, evidentemente, tampoco tiene tiempo ni espacio.

 

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